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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 11 de febrero de 2018

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estos domingos el Evangelio, según el relato de Marcos, nos presenta a Jesús que cura a los enfermos de todo tipo. En tal contexto se coloca bien la Jornada mundial del enfermo, que se celebra precisamente hoy, 11 de febrero, memoria de la Beata Virgen María de Lourdes. Por eso, con la mirada del corazón dirigida a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero médico de los cuerpos y de las almas, que Dios Padre ha mandado al mundo para curar a la humanidad, marcada por el pecado y por sus consecuencias.

La página del Evangelio de hoy (cf. Marcos 1, 40-45) nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo Testamento se consideraba una grave impureza y que implicaba la marginación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición era realmente penosa, porque la mentalidad de aquel tiempo lo hacía sentir impuro incluso delante de Dios, no solo delante de los hombres. Incluso delante de Dios. Por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40).

Al oír eso, Jesús sintió compasión (v. 41). Es muy importante fijar la atención en esta resonancia interior de Jesús, como hicimos largamente durante el Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de Cristo, no se entiende a Cristo mismo si no se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia. Es esta la que lo empuja a extender la mano hacia aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y a decirle: «Quiero; queda limpio» (v. 41). El hecho más impactante es que Jesús toca al leproso, porque aquello estaba totalmente prohibido por la ley mosaica. Tocar a un leproso significaba contagiarse también dentro, en el espíritu, y, por lo tanto, quedar impuro. Pero en este caso, la influencia no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación. En esta curación nosotros admiramos, más allá de la compasión, la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que se conmueve solo por la voluntad de liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime.

Hermanos y hermanas, ninguna enfermedad es causa de impureza: la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero de ningún modo afecta o le inhabilita para su relación con Dios. De hecho, una persona enferma puede permanecer aún más unida a Dios. En cambio, el pecado sí que te deja impuro. El egoísmo, la soberbia, la corrupción, esas son las enfermedades del corazón de las cuales es necesario purificarse, dirigiéndose a Jesús como se dirigía el leproso: «Si quieres, puedes limpiarme».

Y ahora, guardemos un momento de silencio y cada uno de nosotros —todos vosotros, yo, todos— puede pensar en su corazón, mirar dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados. Y cada uno de nosotros, en silencio, pero con la voz del corazón decir a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme». Hagámoslo todos en silencio.

«Si quieres, puedes limpiarme».

«Si quieres, puedes limpiarme».

Y cada vez que acudimos al sacramento de la reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: «Quiero, queda limpio». ¡Cuánta alegría hay en esto! Así, la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y quedamos reintegrados plenamente en la comunidad.

Por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos al Señor, que ha llevado también la salud a los enfermos, que sane nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para que nos dé otra vez la esperanza y la paz del corazón.

 


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se abren las inscripciones para la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Panamá en enero de 2019. También yo, en presencia de dos jóvenes ahora me inscribo a través de internet [hace clic en la tableta]. He aquí, me he inscrito como peregrino en la Jornada mundial de la juventud. ¡Debemos prepararnos! Invito a todos los jóvenes del mundo a vivir con fe y con entusiasmo este evento de gracia y de fraternidad tanto dirigiéndose a Panamá como participando en las propias comunidades.

El 15 de febrero, en Extremo Oriente y en varias partes del mundo, millones de hombres y mujeres celebrarán el fin del año lunar. Envío mi cordial saludo a todas sus familias, con el deseo de que en ellas se viva cada vez más la solidaridad, la fraternidad y el deseo de bien, contribuyendo a crear una sociedad en la que cada persona es acogida, protegida, promovida e integrada. Invito a rezar por el don de la paz, tesoro valioso para perseguir con compasión, previsión y valor. Acompaño y bendigo a todos.

Saludo a la comunidad congoleña de Roma y me asocio a su oración por la paz en la República Democrática del Congo. Recuerdo que esta intención estará particularmente presente en la jornada de oración y de ayuno que he establecido para el 23 de febrero.

Hoy están presentes tantas parroquias italianas y tantos chicos que vienen después de la confirmación, de la profesión de fe y del catequismo. No me es posible nombrar a cada grupo, pero os agradezco a todos por vuestra presencia y os animo a caminar con alegría, con generosidad, testimoniando en todas partes la bondad y la misericordia del Señor.

Un pensamiento en particular dirijo a los enfermos que, en cada parte del mundo, más allá de la falta de salud, sufren a menudo la soledad y la marginación. Que la Virgen Santa, Salus infirmorum, ayude a cada uno a encontrar el consuelo en el cuerpo y en el espíritu, gracias a una adecuada asistencia sanitaria y a la caridad fraternal que sabe cómo prestar atención concreta y solidaria.

Os deseo a todos un buen domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!

 



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