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Encuentro "Fe y Ciencia: hacia la COP26", promovido por las Embajadas de Gran Bretaña e Italia en la Santa Sede junto con la Santa Sede , 04.10.2021

El Santo Padre Francisco ha participado esta mañana en el Encuentro "Fe y Ciencia: hacia la COP26", organizado por las embajadas de Gran Bretaña e Italia ante la Santa Sede, que se ha celebrado en el Vaticano, en el Aula de la Bendición, y que ha reunido a religiosos y científicos de todo el mundo. Durante la reunión, se firmó un llamamiento para los participantes en la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático - COP26, que tendrá lugar en Glasgow, Escocia, del 31 de octubre al 12 de noviembre de 2021, y que el Papa Francisco entregó en manos del Hon. Alok Kumar Sharma, Presidente designado de la COP26, y del Hon. Luigi Di Maio, ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional de Italia.

Publicamos a continuación el discurso que el Papa entregó a los presentes en el encuentro y el texto del llamamiento conjunto a los participantes en la COP26.

Discurso del Santo Padre

Jefes y representantes religiosos,
Excelencias,
queridos amigos.

Gracias a todos por reuniros, mostrando el deseo de un diálogo profundo entre nosotros y con los expertos de la ciencia. Me permito ofreceros tres conceptos para reflexionar sobre esta colaboración: la mirada de la interdependencia y del compartir, el motor del amor y la vocación al respeto.

1. Todo está conectado, en el mundo todo está íntimamente unido. No sólo la ciencia, sino también nuestros credos y nuestras tradiciones espirituales muestran esta conexión que existe entre todos nosotros y el resto de la creación. Reconocemos los signos de la armonía divina presente en el mundo natural. Ninguna criatura se basta a sí misma, todas existen en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente.[1] Casi podríamos decir que cada una fue donada por el Creador a las demás, para que en la relación de amor y de respeto puedan crecer y realizarse en plenitud. Plantas, aguas, seres animados son guiados por una ley impresa por Dios en ellos para el bien de toda la creación.

Reconocer que el mundo está interconectado significa no sólo comprender las consecuencias dañinas de nuestras acciones, sino también individuar comportamientos y soluciones que deben adoptarse con una mirada abierta a la interdependencia y al compartir. No se puede actuar solos, es fundamental el compromiso de cada uno por el cuidado de los demás y del ambiente, el compromiso que lleve a un cambio de rumbo que es muy urgente y que se debe alimentar también de nuestra fe y espiritualidad. Para los cristianos, la mirada de la interdependencia surge del misterio mismo del Dios trino: «Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación».[2]

El encuentro de hoy, que une muchas culturas y espiritualidades en un espíritu de fraternidad, no hace más que reforzar la conciencia de que somos miembros de una única familia humana. Tenemos cada uno nuestra propia fe y tradición espiritual, pero no hay fronteras y barreras culturales, políticas o sociales que nos consientan aislarnos. Para iluminar esta mirada queremos comprometernos con un futuro modelado por la interdependencia y por la corresponsabilidad.

2. Este compromiso se debe solicitar continuamente al motor del amor: «Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro».[3] Sin embargo, la fuerza propulsora del amor no se “pone en marcha” una vez para siempre, sino que va reavivada día a día; esta es una de las grandes aportaciones que nuestros credos y tradiciones espirituales ofrecen para facilitar este cambio de rumbo que nos hace tanta falta.

El amor es espejo de una vida espiritual vivida intensamente. Un amor que se extiende a todos, más allá de las fronteras culturales, políticas y sociales; un amor que integra, también y sobre todo en beneficio de los últimos, quienes son muchas veces los que nos enseñan a superar las barreras del egoísmo y a romper las paredes del yo.

Es este un desafío que nos pone frente a la necesidad de contrastar esa cultura del descarte, que parece prevalecer en nuestra sociedad y que se sedimenta sobre aquellos que nuestro Llamamiento conjunto denomina “semillas de conflicto: avidez, indiferencia, ignorancia, miedo, injusticia, inseguridad y violencia”. Son estas mismas semillas de conflicto las que causan las graves heridas que provocamos en el ambiente como los cambios climáticos, la desertización, la contaminación, la pérdida de biodiversidad, llevando a la rotura de «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos».[4]

Este desafío a favor de una cultura del cuidado de nuestra casa común y también de nosotros mismos tiene el sabor de la esperanza, porque no hay duda que la humanidad no ha contado con tantos medios para alcanzar este objetivo como los que tiene hoy. Este mismo desafío se puede afrontar sobre varios ámbitos; en particular quisiera señalar dos: el del ejemplo y la acción, y el de la educación. En ambos ámbitos, nosotros, inspirados por nuestros credos y tradiciones espirituales, podemos ofrecer importantes aportaciones. Son muchas las posibilidades que surgen, como por otra parte pone en evidencia el Llamamiento conjunto, en el que se ilustran también varios recorridos educativos y formativos que podemos desarrollar a favor del cuidado de nuestra casa común.

3. Este cuidado es también una vocación al respeto. Respeto por la creación, respeto por el prójimo, respeto por sí mismos y respeto hacia al Creador. Pero también respeto reciproco entre fe y ciencia, para «entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad».[5]

Un respeto que no es el mero reconocimiento abstracto y pasivo del otro, sino vivido de manera empática y activa, con el deseo de conocerlo y entrar en diálogo con él para caminar juntos en este viaje común, sabiendo bien que, como también indica el Llamamiento: «lo que podemos obtener depende no sólo de las oportunidades y de los recursos, sino también de la esperanza, de la valentía y de la buena voluntad».

La mirada de la interdependencia y del compartir, el motor del amor y la vocación al respeto son las tres claves de lectura que me parecen iluminar nuestro trabajo para el cuidado de la casa común. La COP26 de Glasgow está llamada, urgentemente, a ofrecer respuestas eficaces a la crisis ecológica sin precedentes y a la crisis de valores que vivimos, y así ofrecer una esperanza concreta a las generaciones futuras. Deseamos acompañarla con nuestro compromiso y nuestra cercanía espiritual.

 

_____________________

 

[1] Cf. Carta enc. Laudato si’, 86.
[2]
Ibíd., 240.
[3]
Carta enc. Fratelli tutti, 88.
[4]
Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 50.
[5]
Carta enc. Laudato si’, 201.

 

Llamamiento conjunto

 

 

Una familia en una casa común

Hoy estamos reunidos aquí, en un espíritu de fraternidad humana, para aumentar la conciencia de los desafíos sin precedentes que nos amenazan a nosotros y a la vida en nuestra magnífica casa común, la Tierra.

Como líderes y estudiosos de diversas tradiciones religiosas, nos unimos en un espíritu de humildad, responsabilidad, respeto mutuo y diálogo abierto. Este diálogo no se limita a un mero intercambio de ideas, sino que se centra en el deseo de caminar juntos, reconociendo nuestra llamada a vivir en armonía con los demás y con la naturaleza.

La reunión de hoy culmina varios meses de intenso diálogo fraternal entre líderes religiosos y científicos, unidos por la conciencia de la necesidad de una solidaridad cada vez más profunda ante la pandemia mundial y la creciente preocupación por nuestra casa común.

 

Nuestra concienciación: la naturaleza es un regalo

La naturaleza es un regalo, pero también es una fuerza vital, sin la cual no podríamos existir. Nuestras fes y espiritualidades enseñan el deber individual y colectivo de cuidar de la familia humana y del ambiente en el que vive. No somos dueños ilimitados de nuestro planeta y sus recursos. Somos los custodios del ambiente natural con un deber innato de cuidado de las generaciones futuras y una obligación moral de cooperar en la conservación del planeta.

Somos profundamente interdependientes entre nosotros y con el mundo natural. Esta conexión es la base de la solidaridad interpersonal e intergeneracional y de la superación del egoísmo. Los daños al medio ambiente son el resultado, en parte, de una tendencia depredadora a considerar el mundo natural como algo que hay que explotar, sin tener en cuenta hasta qué punto la supervivencia humana depende de la biodiversidad y la salud de los ecosistemas planetarios y locales. Las múltiples crisis a las que se enfrenta la humanidad están demostrando los fracasos de dicho enfoque; estos fracasos son, en última instancia, el resultado de una crisis de valores, éticos como espirituales.

La fe y la ciencia son pilares esenciales de la civilización humana, con valores compartidos y complementarios. Juntos, debemos hacer frente a las amenazas a nuestra casa común. Las advertencias de la comunidad científica son cada vez más fuertes y claras, así como la necesidad de acciones concretas. Los científicos dicen que el tiempo se está acabando. La temperatura global ya ha aumentado hasta el punto de que el planeta es más caluroso que nunca en los últimos 200.000 años. Nos dirigimos a un aumento de las temperaturas de más de dos grados por encima de los niveles preindustriales. No es sólo un problema físico, sino también un reto moral. La crisis climática nos afecta a todos, pero no nos afecta a todos de la misma manera, ya que tendrá efectos diferentes y devastadores en los habitantes de los países industrializados y de los no industrializados. En particular, afectará a los más pobres, especialmente a las mujeres y los niños de los países más vulnerables, que son los menos responsables de este fenómeno.

La humanidad tiene el poder de pensar y la libertad de elegir. Debemos enfrentarnos a estos retos utilizando los conocimientos de la ciencia y la sabiduría de la religión: saber más y cuidar más. Debemos buscar soluciones en nosotros mismos, en nuestras comunidades y con la naturaleza, adoptando un enfoque integral. Tenemos que pensar a largo plazo por el bien de toda la humanidad, ahora y en el futuro.

Tenemos que arrancar de raíz las semillas del conflicto: la codicia, la indiferencia, la ignorancia, el miedo, la injusticia, la inseguridad y la violencia. Tenemos que centrarnos especialmente en los que están en los márgenes. Es necesario que actuemos juntos para inspirarnos y empoderarnos mutuamente. Necesitamos vivir en paz entre nosotros y con la naturaleza. Ahora es el momento de actuar de forma diferente como respuesta común. Mientras la pandemia de COVID hace estragos, el año 2021 presenta el reto vital de convertir esta crisis en una oportunidad para replantearnos el mundo que queremos para nosotros y nuestros hijos. El cuidado debe estar en el centro de esta conversión, a todos los niveles.

 

Nuestro llamamiento: la necesidad de una mayor ambición en la COP26

Necesitamos un contexto de esperanza y valor.

Pero también tenemos que cambiar la narrativa del desarrollo y adoptar un nuevo tipo de economía: una economía que ponga la dignidad humana en el centro y sea inclusiva; que sea ecológicamente respetuosa, que cuide el medio ambiente y no lo explote; que no se base en el crecimiento ilimitado y los deseos desenfrenados, sino que sustente la vida; que promueva la virtud de la templanza y condene la maldad del exceso; que no sea sólo tecnológica, sino también moral y ética.

Ha llegado el momento de actuar de forma urgente, radical y responsableCambiar la situación actual requiere que la comunidad internacional actúe con mayor ambición y equidad en todos los aspectos de sus políticas y estrategias.

El cambio climático es una grave amenaza. En beneficio de la justicia y la equidad, pedimos una acción climática común pero diferenciada a todos los niveles, desde los cambios de comportamiento individuales hasta la toma de decisiones políticas de alto nivel.

El mundo está llamado a alcanzar las cero emisiones netas de carbono lo antes posible, con los países más ricos liderando la reducción de sus emisiones y financiando las de las naciones más pobres. Es importante que todos los gobiernos adopten un itinerario que limite el aumento de la temperatura media mundial a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales. Para alcanzar estos objetivos del Acuerdo de París, la cumbre COP26 debería impulsar acciones ambiciosas a corto plazo por parte de todas las naciones con responsabilidades diferenciadas. También es urgente actuar sobre los objetivos a medio y largo plazo.

Urgimos a las naciones con mayor responsabilidad y capacidad a que: aceleren su política climática a nivel nacional; cumplan con los compromisos existentes de proporcionar un apoyo financiero sustancial a los países vulnerables; acuerden nuevos objetivos que les permitan ser resilientes al clima, así como adaptarse y hacer frente al cambio climático y a las pérdidas y daños derivados del mismo, que ya son una realidad para muchos países.

Apoyaremos a las naciones para que traten de proteger e invertir recursos en los grupos marginados y las poblaciones vulnerables dentro de sus fronteras, que durante demasiado tiempo han soportado una carga desproporcionada y han sido los más afectados por la pobreza, la contaminación y las enfermedades pandémicas. Los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades locales deben recibir una atención especial, protegiéndolos de los intereses económicos depredadores. Han sido los guardianes de la tierra durante milenios. Debemos escucharlos y dejarnos guiar por su sabiduría.

Apelamos a los gobiernos para que aumenten sus ambiciones y la cooperación internacional para: facilitar la transición a la energía limpia; adoptar prácticas de uso sostenible de la tierra que incluyan la prevención de la deforestación, la recuperación de los bosques y la conservación de la biodiversidad; transformar los sistemas alimentarios para que sean sostenibles desde el punto de vista medioambiental y respetuosos con las culturas locales; erradicar el hambre; y promover estilos de vida, consumo y producción sostenibles.

Pedimos también a los gobiernos que tengan plenamente en cuenta los efectos que la transición a una economía de energía limpia tendrá en la mano de obra. Hay que dar prioridad a la creación de puestos de trabajo decentes, especialmente en los sectores que dependen de los combustibles fósiles. Pedimos una transición justa, efectiva e inclusiva hacia un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero y resistente al clima. Al mismo tiempo, les invitamos a considerar las consecuencias sociales y económicas a corto y largo plazo, y a adoptar un enfoque equilibrado que combine el cuidado de las generaciones futuras con la garantía de que nadie en nuestro tiempo se verá privado del pan de cada día.

Pedimos a las instituciones financieras, a los bancos y a los inversores que adopten un sistema de financiación responsable para las inversiones que tengan un impacto positivo en las personas y el planeta.

Pedimos a las organizaciones de la sociedad civil y a todo el mundo que afronten estos retos con valor y espíritu de cooperación.

Paralelamente, pedimos a los líderes de la COP26 que garanticen que no se produzca una mayor pérdida de biodiversidad y que todos los ecosistemas terrestres y marinos sean restaurados, protegidos y gestionados de forma sostenible.

Para lograr estos objetivos, nos enfrentamos a un gran reto educativo. Los gobiernos no pueden gestionar por sí solos un cambio tan ambicioso. Necesitamos que toda la sociedad -la familia, las instituciones religiosas, las escuelas y universidades, nuestras empresas y sistemas financieros- se comprometa en un proceso transparente y de colaboración, que garantice que se tengan en cuenta todas las voces y que todas las personas estén representadas en el proceso de toma de decisiones, con la participación de los más afectados, especialmente las mujeres, y de aquellas comunidades cuyas voces suelen ser ignoradas o infravaloradas.

Aquí es donde nosotros, instituciones y líderes religiosos, podemos hacer una importante contribución. La humanidad debe replantearse sus perspectivas y valores, rechazando el consumismo y la omnipresente cultura del descarte, y adoptando una cultura del cuidado y la cooperación.

La sensibilización de la población será indispensable para el cambio de rumbo que hay que emprender.

 

Nuestro compromiso y creatividad

Los fieles de las tradiciones religiosas tienen un papel crucial que desempeñar para afrontar la crisis de nuestra casa común. Nos comprometemos a actuar con mucha más seriedad. Los jóvenes nos piden a los mayores que escuchemos las indicaciones de la ciencia y que hagamos mucho más.

En primer lugar, nos comprometemos a impulsar la transformación educativa y cultural que es crucial para sustentar todas las demás acciones. Destacamos la importancia de:

- Intensificar nuestros esfuerzos para cambiar los corazones de los miembros de nuestras tradiciones religiosas en su forma de relacionarse con la tierra y otras personas ("conversión ecológica"). Recordaremos a nuestras comunidades que el cuidado de la tierra y de los demás es un principio clave de todas nuestras tradiciones. Al reconocer los signos de la armonía divina presentes en el mundo natural, nos esforzaremos por integrar esta sensibilidad ecológica de forma más consciente en nuestras prácticas.

- Animar a nuestras instituciones educativas y culturales a que den prioridad a los conocimientos científicos pertinentes en sus planes de estudio, a que refuercen la educación ecológica integral y a que ayuden a los estudiantes y a sus familias a relacionarse con la naturaleza y con los demás con nuevos ojos. Además de la transmisión de conocimientos y técnicas, queremos inculcar las sólidas virtudes necesarias para apoyar la transformación ecológica.

- Participar de forma activa y adecuada en el debate público y político sobre cuestiones ambientales, compartiendo nuestras perspectivas religiosas, morales y espirituales, dando voz a los más débiles, a los jóvenes y a los que demasiado a menudo son ignorados, como los pueblos indígenas. Insistimos en la importancia de situar los debates sobre cuestiones medioambientales en un marco renovado para que -en lugar de centrarse únicamente en cuestiones técnicas- incluyan la dimensión moral.

- Involucrar a nuestras congregaciones e instituciones, junto con sus vecinos, en la construcción de comunidades sostenibles, resilientes y justas, creando y desarrollando recursos para la cooperación local en, por ejemplo, la agricultura regenerativa a pequeña escala y las cooperativas de energía renovable.

En segundo lugar, destacamos la importancia de emprender una amplia acción medioambiental dentro de nuestras propias instituciones y comunidades, con la información de la ciencia y la base de la sabiduría religiosa. Aunque pedimos a los gobiernos y a las organizaciones internacionales que sean ambiciosos, también reconocemos el importante papel que desempeñamos. Destacamos la importancia de

- Apoyar las acciones encaminadas a reducir las emisiones de carbono, lograr la neutralidad del carbono, promover la reducción del riesgo de catástrofes, mejorar la eliminación de residuos, ahorrar agua y energía, desarrollar energías renovables, asegurar los espacios verdes abiertos, preservar las zonas costeras, prevenir la deforestación y restaurar los bosques. Muchas de estas acciones requieren la colaboración de las comunidades agrícolas y pesqueras, especialmente las explotaciones familiares y de pequeña escala, que apoyaremos.

- Trabajar en proyectos ambiciosos para lograr la plena sostenibilidad de nuestros edificios, terrenos, vehículos y otras propiedades, participando en el esfuerzo global por salvar nuestro planeta.

- Animar a nuestras comunidades a adoptar estilos de vida sencillos y sostenibles en sus hogares para reducir la huella de carbono colectiva.

- Esforzarse por alinear nuestras inversiones financieras con las normas de responsabilidad medioambiental y social, garantizando un mayor control y transparencia, a medida que se generaliza la tendencia a abandonar las inversiones en combustibles fósiles y a invertir en energías renovables y agricultura restauradora. Animaremos al sector público y privado a hacer lo mismo.

- Evaluar todos los productos y servicios que compramos con la misma perspectiva ética, evitando aplicar dos normas morales diferentes al sector empresarial y al resto de la vida social. Por ejemplo, concienciaremos a nuestras comunidades religiosas de la necesidad de analizar nuestras opciones bancarias, de seguros y de inversión para corregirlas en consonancia con los valores que aquí afirmamos.

 

Nuestra esperanza: un tiempo de gracia, una oportunidad que no podemos desperdiciar

Estamos viviendo un momento de oportunidad y de verdad. Recemos para que nuestra familia humana pueda unirse para salvar nuestra casa común antes de que sea demasiado tarde. Las generaciones futuras no nos perdonarán si desperdiciamos esta preciosa oportunidad. Hemos heredado un jardín: no debemos dejar un desierto a nuestros hijos.

Los científicos nos han advertido de que quizá sólo quede una década para la recuperación del planeta.

Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional, reunida en la COP26, para que tome medidas rápidas, responsables y compartidas para salvaguardar, restaurar y curar nuestra humanidad herida y la casa que se nos ha confiado.

Hacemos un llamamiento a todos los que viven en este planeta para que se unan a nosotros en este viaje común, sabiendo que lo que podemos conseguir no sólo depende de las oportunidades y los recursos, sino también de la esperanza, el valor y la buena voluntad.

En una época de división y desánimo, miremos al futuro con esperanza y unidad. Buscamos ayudar a los pueblos del mundo, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras, fomentando una visión profética y una acción creativa, respetuosa y valiente por el bien de la Tierra, nuestra casa común.