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Viaje apostólico de Su Santidad Francisco a Mozambique, Madagascar y Mauricio (4-10 de septiembre de 2019) - Encuentro interreligioso con los jóvenes, 05.09.2019

Encuentro interreligioso con jóvenes en el Pabellón Maxaquene

A las 11.00, después de salir del Palazzo Ponta Vermelha, donde tuvo lugar el encuentro con las autoridades, con los miembros del Cuerpo Diplomático y los representantes de la sociedad civil, el Santo Padre Francesco llegó en papamóvil al Pabellón Maxaquene para el encuentro interreligioso en el que participaron unos 6.000 jóvenes.

A su llegada, el Papa fue recibido por el arzobispo de Maputo, S.E. Mons. Francisco Chimoio, O.F.M. Cap., que lo acompañó a la entrada principal del pabellón.

Después del canto inicial, las intervenciones musicales, las coreografías y  las danzas de los jóvenes del consejo cristiano, de  los jóvenes musulmanes, hindúes y católicos y de un grupo del Consejo de Religiones de Mozambique (Corem), un joven perteneciente a la sociedad civil dirigió un breve saludó al Santo Padre brevemente y le entregó un regalo. A continuación el papa Francisco pronunció su discurso.

Al final, el Santo Padre saludó a los líderes religiosos y a un grupo de jóvenes y regresó a la Nunciatura Apostólica de Maputo.

Publicamos a continuación el discurso que el Papa  dirigió a los presentes durante el encuentro

Discurso del Santo Padre

Muchas gracias por tus palabras de bienvenida, muchas gracias también por todas y cada una de las representaciones artísticas que habéis realizado. Muchas gracias, gracias. Siéntense, pónganse cómodos.

Me agradecíais porque he reservado tiempo para estar con vosotros. ¿Qué es más importante para un pastor que estar con los suyos? ¿Qué es más importante para un pastor que encontrarse con sus jóvenes? ¡Vosotros sois importantes! Tenéis que saberlo, tenéis que creéroslo. ¡Vosotros sois importantes! Pero con humildad. Porque vosotros no sois sólo el futuro de Mozambique, tampoco de la Iglesia y de la humanidad. Vosotros sois el presente, sois el presente de Mozambique, que, con todo lo que sois y hacéis, ya estáis aportando lo mejor que hoy podéis regalar. Sin vuestro entusiasmo, vuestros cantos, vuestra alegría de vivir, ¿qué sería de esta tierra? Sin los jóvenes, ¿qué sería de esta tierra? Veros cantar, sonreír, bailar, en medio de todas las dificultades que vivís —como bien nos contabas tú— es el mejor signo de que vosotros, jóvenes, sois la alegría de esta tierra, la alegría de hoy, de hoy. La esperanza del mañana.

La alegría de vivir es una de vuestras principales características, la característica de los jóvenes, la alegría de vivir —y eso se puede sentir aquí—. Alegría compartida y celebrada, que reconcilia, y se transforma en el mejor antídoto que desmiente a todos aquellos que os quieren dividir —atentos: que os quieren dividir—, que os quieren fragmentar, que os quieren enfrentar. ¡Cuánto les hace falta a algunas regiones del mundo vuestra alegría de vivir! Como se siente, en algunas regiones del mundo, la alegría de estar sólo juntos, de vivir juntos distintas confesiones religiosas, pero hijos de la misma tierra, unidos.

Gracias por estar presentes las distintas confesiones religiosas. Gracias por animaros a vivir el desafío de la paz y a celebrarla hoy juntos como familia; también a aquellos que sin ser parte de alguna tradición religiosa estáis participando. Es hacer la experiencia de que todos somos necesarios, con nuestras diferencias, pero necesarios. Nuestras diferencias son necesarias. Vosotros juntos —así como os encontráis ahora—, sois el palpitar de este pueblo, donde cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación. Os pregunto: ¿Queréis escribir esta página? [Responden: sí.] Cuando yo entraba, cantaban: “Reconciliación”. ¿Lo repiten? [Todos: Reconciliación. Reconciliación. Reconciliación.] Gracias.

Me hicisteis dos preguntas que creo van unidas. Por un lado, ¿cómo hacer para que los sueños de los jóvenes se hagan realidad? Y, ¿cómo hacer para que los jóvenes se involucren en los problemas que aquejan al país? Vosotros hoy nos marcasteis el camino y nos enseñasteis cómo responder a estas preguntas.

Habéis expresado con el arte, con la música, con esa riqueza cultural que mencionabas con tanto orgullo, una parte de vuestros sueños y realidades; en todas ellas mostráis diferentes modos de asomaros al mundo y mirar el horizonte: siempre con ojos llenos de esperanza, llenos de futuro y llenos de ilusiones. Vosotros, jóvenes, camináis con dos pies como los adultos, igual, pero a diferencia de los adultos, que los tienen paralelos, vosotros ponéis uno delante del otro, dispuesto a irse, a partir. Vosotros tenéis tanta fuerza, sois capaces de mirar con tanta esperanza, sois una promesa de vida que lleva incorporado un cierto grado de tenacidad (cf. Exhortó. ap. postsin. Christus vivit, 139), que no debéis perder ni dejar que os la roben.

¿Cómo realizar los sueños, cómo contribuir a los problemas del país? Me gustaría decirte: No dejéis que os roben la alegría. No dejéis de cantar y expresaros de acuerdo a todo lo bueno que aprendisteis de vuestras tradiciones. Que no os roben la alegría. Como os decía, hay muchas formas de mirar el horizonte, el mundo, de mirar el presente y el futuro, hay muchos modos. Pero es necesario cuidarse de dos actitudes que matan los sueños y la esperanza. ¿Cuáles son? La resignación y la ansiedad. Dos actitudes que matan los sueños y la esperanza. Son grandes enemigas de la vida, porque nos empujan normalmente por un camino fácil, pero de derrota, y el precio que piden para pasar es muy caro, es muy caro. Se paga con la propia felicidad e incluso con la propia vida. Resignación y ansiedad, dos actitudes que roban la esperanza. ¡Cuántas promesas de felicidad vacías que terminan truncando vidas! Seguro conocéis amigos, conocidos —o incluso os puede haber pasado a vosotros mismos—, el vivir momentos difíciles, dolorosos, donde parece que todo se viene encima y lleva a la resignación. Hay que estar muy atentos porque esa actitud «te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido» (ibíd., 141). No es bueno darse por vencido, repitan: no está bien darse por vencido [todos: no está bien darse por vencido].

Sé que a la mayoría de vosotros os gusta mucho el fútbol. ¿Es verdad? Recuerdo un gran jugador de estas tierras que aprendió a no resignarse: Eusebio da Silva, la “pantera negra”. Comenzó su vida deportiva en el club de esta ciudad. Las severas dificultades económicas de su familia y la muerte prematura de su padre, no pudieron impedir sus sueños; su pasión por el fútbol lo hizo perseverar, soñar y salir adelante, ¡y hasta llegó a hacer 77 goles para este club de Maxaquene! Tenía todo para resignarse. Y no se resignó.

Su sueño y ganas de jugar lo lanzaron hacia delante, pero tan importante como eso fue encontrar con quién jugar. Vosotros bien sabéis que en un equipo no son todos iguales, ni hacen las mismas cosas o piensan de la misma manera. No. Cada jugador tiene sus características, como lo podemos descubrir y disfrutar en este encuentro: venimos de tradiciones diferentes e incluso podemos hablar lenguas diferentes, pero eso no impidió que nos encontremos. Mucho se ha sufrido y se sufre porque algunos se creen con el derecho de determinar quién puede “jugar” —no— y quién tiene que quedar “fuera de la cancha” —es un derecho injusto—. Y van por la vida dividiendo y enfrentando, y haciendo la guerra. Vosotros, queridos amigos, hoy sois un ejemplo sois un testimonio de cómo tenemos que actuar. Testimonio de unidad, de reconciliación, de esperanza. Como un equipo de fútbol. ¿Cómo comprometerse con el país? Así como lo estáis haciendo, permaneciendo unidos más allá de lo que os puede diferenciar, buscando siempre la ocasión para realizar los sueños por un país mejor, pero juntos. Juntos. ¡Qué importante es no olvidar que la enemistad social destruye! Juntos: [todos: ¡la enemistad social destruye!] «Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. Juntos: [todos: ¡la enemistad social destruye!] El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra.

Porque son incapaces de sentarnos y hablar […]. Sean capaces de crear la amistad social [cf. ibíd., 169].

Recuerdo ese proverbio que dice: «Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado». Lo repetimos. [Todos: si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado]. Se trata siempre de soñar juntos, como lo estáis haciendo hoy. Soñad con otros, nunca contra otros; soñad como habéis soñado y preparado este encuentro: todos unidos y sin barreras. Eso es parte de la “nueva página de la historia” de Mozambique.

Fútbol, equipos, jugar juntos. Jugar juntos nos enseña que no sólo la resignación es enemiga de los sueños y del compromiso, también lo es la ansiedad. Resignación y ansiedad. La ansiedad: «Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores» (ibíd., 142), es normal. Las cosas más hermosas se gestan con el tiempo y, si algo no te salió la primera vez, no tengas miedo de volver a intentar, una y otra vez, y otra. No tengas miedo a equivocarte, nos vamos a equivocar mil veces, pero no caigamos en el error de detenernos porque hay cosas que no nos salieron bien la primera vez. El peor error sería abandonar, por causa de la ansiedad, abandonar los sueños y las ganas de un país mejor por la ansiedad.

Por ejemplo, tenéis ese hermoso testimonio de María Mutola, que aprendió a perseverar, a seguir intentando a pesar de no cumplir su anhelo de la medalla de oro en los tres primeros juegos olímpicos que compitió; después, al cuarto intento, esta atleta de los 800 metros alcanzó su medalla de oro en las olimpíadas de Sídney. Intentar, intentar. La ansiedad no la hizo ensimismarse; sus nueve títulos mundiales no le hicieron olvidar a su pueblo, sus raíces, y sigue cerca de los niños necesitados de Mozambique. ¡Cuánto nos enseña el deporte a perseverar en nuestros sueños!

Me gustaría sumar otro elemento importante: no dejéis afuera a vuestros mayores. No al ansia, no a la resignación y ahora otro elemento importante: no excluir a vuestros ancianos.

También vuestros mayores os pueden ayudar a que vuestros sueños y aspiraciones no se sequen, no los tire el primer viento de la dificultad o la impotencia; los mayores son nuestras raíces. ¿Lo decimos juntos? [Todos: los mayores son nuestras raíces]

Las generaciones anteriores tienen mucho para deciros, para proponeros. Es cierto que a veces nosotros, los mayores, lo hacemos de modo impositivo, como advertencia, metiendo miedo. Es verdad, a veces damos miedo; o pretendemos que hagáis, digáis y viváis exactamente igual que nosotros. Es un error. Vosotros tendréis que hacer vuestra propia síntesis, pero escuchando, valorando a los que os han precedido. Y esto, ¿no es lo que habéis hecho con vuestra música? Al ritmo tradicional de Mozambique, la “marrabenta”, le habéis incorporado otros modernos y nació el “pandza”. Lo que escuchabais, lo que veíais cantar y bailar a vuestros padres y abuelos, lo habéis hecho vuestro. Ese es el camino que os propongo, un camino «hecho de libertad, de entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero cultivando al mismo tiempo esas raíces que alimentan y sostienen» (ibíd., 184). Los mayores son nuestras raíces. [Todos: Los mayores son nuestras raíces].

Todos estos son pequeños elementos que pueden daros el apoyo necesario para no achicarse en los momentos de dificultad, sino para abrir una brecha de esperanza; brecha que os ayudará a poner en juego vuestra creatividad y a encontrar nuevos caminos y espacios para responder a los problemas con el gusto de la solidaridad.

Muchos de vosotros nacisteis bajo el signo de la paz, una paz trabajosa que pasó por momentos más luminosos y otros de prueba. La paz es un proceso que también vosotros estáis llamados a recorrer, tendiendo siempre vuestras manos especialmente a aquellos que están pasando en un momento de dificultad. ¡Grande es el poder de la mano tendida y de la amistad que se juega en lo concreto! Pienso en el sufrimiento de aquellos jóvenes que llegaron llenos de ilusiones en búsqueda de trabajo a la ciudad y hoy están sin techo, sin familia y que no encuentran una mano amiga. Qué importante es que aprendamos a ser manos amigas y tendidas. El gesto de la mano extendida. Todos juntos: el gesto de la mano extendida. [Todos: el gesto de la mano extendida]. Gracias. Buscad crecer en la amistad también con los que piensan distinto, para que la solidaridad crezca entre vosotros y se transforme en la mejor arma para transformar la historia. La solidaridad es la mejor arma para transformar la historia.

Mano tendida que también nos recuerda la necesidad de comprometernos por el cuidado de nuestra casa común. Vosotros, sin lugar a dudas, fuisteis bendecidos con una gran belleza natural, estupenda: bosques y ríos, valles y montañas y esas lindas playas.

Pero tristemente, hace pocos meses habéis sufrido el embate de dos ciclones, habéis visto las consecuencias del descalabro ecológico en el que vivimos. Muchos ya habéis aceptado el desafío imperioso de proteger nuestra casa común, y entre estos hay muchos jóvenes. Tenemos un desafío: proteger nuestra casa común.

Y permitidme deciros una última reflexión: Dios os ama, y en esa afirmación estamos de acuerdo todas las tradiciones religiosas. «Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos.

Porque te ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus brazos de amor» (ibíd., 115). Lo hacemos ahora juntos [permanecen un momento en silencio].

Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado» (ibíd., 116).

Sé que vosotros creéis en ese amor que hace posible la reconciliación.

Muchas gracias y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Que Dios os bendiga.