En la catequesis de la audiencia general del miércoles, que tuvo lugar en el Aula Pablo VI, el Santo Padre prosiguió su reflexión sobre la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses centrada en la dimensión comunitaria y eclesial de la esperanza cristiana. “Todos esperamos, todos tenemos esperanza, también comunitariamente”, dijo.
El horizonte del apóstol abarca a todas las comunidades cristianas a las que pide que recen mutuamente unas por otras y se ayuden entre sí. “Pero no solamente ayudarse en las tantas necesidades de la vida diaria, sino ayudarnos en la esperanza, sostenernos en la esperanza.Y no es una casualidad –explicó el Santo Padre- que empiece refiriéndose a aquellos a quienes se ha confiado la responsabilidad y la guía pastoral. Ellos son los primeros llamados a dar esperanza, y no porque sean mejores que los otros, sino en virtud de un ministerio divino que va mucho más allá de sus fuerzas. Por eso necesitan también el respeto, la comprensión y el apoyo benévolo de todos”.
San Pablo habla después de los que corren más peligro de perder la esperanza, de caer en la desesperación. “Siempre tenemos noticias de gente que cae en la desesperación y hacen mal las cosas…La desesperación los lleva a tantas cosas malas”observó Francisco, recordando que el apóstol se refiere, “a los que están desanimados, a los débiles, a los que se sienten derribados por el peso de la vida y de sus pecados y ya no son capaces de levantarse. En estos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia deben ser aún más intensos y amorosos tomando la forma de la compasión, que no es sentir lástima: la compasión es padecer con el otro, acercarse al que sufre, con una palabra, una caricia pero que salgan del corazón: eso es la compasión. Para quien necesita conforto y consuelo. Es de suma importancia: la esperanza cristiana no puede prescindir de la caridad auténtica y concreta. El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Romanos, dice con el corazón en la mano: "Nosotros, los que somos fuertes –que tenemos la fe, la esperanza o no tenemos tantas dificultades- tenemos el deber de llevar las flaquezas de los débiles, y no de complacernos nosotros mismos". Además, este testimonio no está encerrado en los confines de la comunidad cristiana: resuena en toda su fuerza también fuera de ella, en el contexto social y civil, como una llamada a no crear muros sino puentes, a no devolver mal por mal, sino a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón,- el cristiano nunca puede decir: ¡me lo pagarás!, nunca; la ofensa se vence con el perdón- para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y así obra la esperanza cristiana, cuando asume los rasgos fuertes y al mismo tiempo tiernos del amor. El amor es fuerte y tierno”.
Pero, no se aprende a esperar solos. “La esperanza, para alimentarse, tiene necesidad de un “cuerpo”, en el que todos los miembros se sostienen y se animan y esto significa que si esperamos es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a hacerlo y han mantenido viva nuestra esperanza. Y entre estos -destacó el Santo Padre- están los pequeños, los pobres, los sencillos, los marginados. Sí, porque no conoce la esperanza el que se encierra en su propio bienestar -espera solo en su bienestar y eso no es esperanza, es seguridad relativa- el que siente que siempre le va bien... Los que esperan son los que experimentan todos los días las pruebas, la precariedad y sus propios límites. Son estos hermanos nuestros los que nos dan el testimonio más hermoso, más fuerte, porque se mantienen firmes en la confianza en el Señor, sabiendo que, más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última palabra será suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz. Quien espera, espera escuchar un día estas palabras: “Ven, ven conmigo, hermano; ven, hermana, para toda la eternidad”.
Y si la morada natural de la esperanza es un "cuerpo" solidario “en el caso de la esperanza cristiana este cuerpo es la Iglesia, mientras que el aliento vital, el alma de esta esperanza es el Espíritu Santo. Por eso san Pablo nos invita al final a invocarlo continuamente. Si no es fácil creer, mucho menos es esperar. Es más difícil esperar que creer, es más difícil – afirmó el Papa- Pero cuando el Espíritu Santo mora en nuestros corazones, hace que entendamos que no hay que temer, que el Señor está cerca y cuida de nosotros; y es Él quien modela nuestras comunidades, en un perenne Pentecostés, como signos vivos de esperanza para la familia humana”.