En la iglesia de san Andrés y san Gregorio en el romano Monte Celio el Papa Francisco ha presidido la celebración de las vísperas con la participación del arzobispo de Canterbury, Su Gracia Justin Welby. El rito se coloca en el ámbito de la conmemoración del 50 aniversario del encuentro entre el beato Pablo VI y el entonces arzobispo de Canterbury Michael Ramsey y de la institución del Centro Anglicano en Roma. Antes de la ceremonia el Papa y el arzobispo han firmado una declaración común que ofrecemos separadamente.
En su homilía, el Papa citó la lectura del profeta Ezequiel que describe a Dios como pastor que recoge sus ovejas dispersas. Se habían separado las unas de las otras "en los días nublados y de neblina" “El Señor -dijo Francisco-parece así que nos dirige esta noche, por medio del profeta, un doble mensaje”.En primer lugar “un mensaje de unidad: Dios como pastor, quiere unidad en su pueblo y desea que, sobre todo, los pastores se entreguen a ello. En segundo lugar, se nos dice el motivo de las divisiones del rebaño: en los días nublados y de neblina, hemos perdido de vista el hermano que estaba a nuestro lado, nos hemos vuelto incapaces de reconocer nuestros dones respectivos y de alegrarnos por la gracia recibida. Y ha sido así porque se ha adensado a nuestro alrededor la niebla de la incomprensión y la sospecha y, sobre nosotros, las nubes oscuras de desacuerdos y de controversias, formadas a menudo por razones históricas y culturales y no sólo por motivos teológicas”
“Pero tenemos la sólida certeza –subrayó- de que Dios ama habitar entre nosotros, su rebaño y su precioso tesoro. Él es un pastor incansable que sigue actuando, exhortándonos a caminar hacia una unidad más grande a la que se llega solo con la ayuda de su gracia. Por eso permanecemos confiados, porque en nosotros, que somos frágiles vasijas de barro, Dios ama derramar su gracia y está convencido de que podemos pasar de la niebla a la luz, de la dispersión a la unidad, de la carencia a la plenitud. Este camino de comunión es el camino de todos los cristianos, y vuestra misión particular, como pastores anglicanos y católicos de la Comisión Internacional anglicano-católica para la Unidad y la Misión”
“Es una gran llamamiento el de actuar como instrumentos de comunión siempre y en cualquier lugar –observó Francisco- Esto significa promover al mismo tiempo la unidad de la familia cristiana y la unidad de la familia humana. Los dos ámbitos no solamente no se contraponen sino que se enriquecen mutuamente. Cuando, como discípulos de Jesús, ofrecemos nuestros servicios de forma conjunta, los unos al lado de los otros , cuando promovemos la apertura y el encuentro, superando la tentación de la cerrazón y el aislamiento, actuamos al mismo tiempo tanto en favor de la unidad de los cristianos como la de la familia humana. Nos reconocemos así, como hermanos que pertenecen a diferentes tradiciones, pero a quienes empuja el mismo Evangelio a llevar a cabo una igual misión en el mundo. Por eso estaría siempre bien que antes de emprender cualquier actividad, os hicierais estas preguntas: ¿Por qué no hacemos esto con nuestros hermanos anglicanos? ; ¿Podemos dar testimonio de Jesús, actuando junto con nuestros hermanos católicos?”.
El Papa hizo hincapié en que nos acercamos unos a otros “compartiendo concretamente las dificultades y las alegrías del ministerio “ . “¡Que Dios os conceda –exclamó- ser promotores de un ecumenismo audaz y real, siempre a la búsqueda de abrir nuevos caminos, de los que se beneficiarán en primer lugar vuestros hermanos en las Provincias y de las Conferencias Episcopales. Se trata siempre y sobre todo de seguir el ejemplo del Señor, su metodología pastoral, que el profeta Ezequiel nos recuerda: ir en busca de la oveja perdida, reconducir al redil a la descarriada, vendar a la herida, curar a la enferma. Sólo así se reúne el pueblo disperso”.
Después utilizó como símbolo del camino común del camino tras el Buen Pastor y del significado del encuentro ecuménico de esta tarde el báculo de San Gregorio Magno, el Papa que desde ese lugar mandó a san Agustín de Canterbury y a sus monjes a las gentes anglosajonas, “abriendo una gran página de la evangelización, que forma parte de nuestra historia común y nos une inseparablemente. Por eso –recalcó- es justo que este báculo sea un símbolo compartido de nuestro camino de unidad y misión”
En el centro de la parte curva del báculo está representado el Cordero resucitado que, “nos recuerda la voluntad del Señor para reunir el rebaño e ir en busca de la oveja perdida y también parece indicarnos el contenido central del anuncio: el amor de Dios en Jesús crucificado y resucitado, Cordero inmolado y viviente. Es el amor que penetró en la oscuridad de la tumba sellada, y abrió las puertas a la luz de la vida eterna. El amor del Cordero victorioso sobre el pecado y la muerte es el verdadero mensaje innovador que tenemos que llevar juntos a los que hoy en día están extraviados y a los que todavía no tienen la alegría de conocer el rostro compasivo y el abrazo misericordioso del Buen Pastor”. “Nuestro ministerio –recordó- consiste en iluminar las tinieblas con esta luz suave, con la fuerza inerme del amor que vence el pecado y supera la muerte. Tenemos la alegría de reconocer y celebrar juntos el corazón de la fe. Volvamos a centrarnos en ello, sin que nos distraiga y nos tiente todo aquello que el espíritu del mundo, quiere que nos aparte de la frescura original del Evangelio. De aquí brota nuestra responsabilidad compartida, la única misión de servir al Señor y a la humanidad.
Al final Francisco observó que algunos autores habían notado que a menudo los báculos terminan en punta, lo que podía hacer pensar que recordasen no solo el llamamiento a guiar y reunir a las ovejas en nombre del Crucificado Resucitado , sino también a empujar a las que tienden a estar demasiado apretadas y encerradas para que salieran. “La misión de los pastores –dijo a este propósito- es ayudar a salir al rebaño que se les ha confiado, a moverse para anunciar el Evangelio; para que no se cierre en círculos restringidos, en "microclimas" eclesiales que nos devolverían a los días nublados y de neblina. Pidamos juntos a Dios la gracia de imitar el espíritu y el ejemplo de los grandes misioneros, a través de los cuales el Espíritu Santo revitalizó la Iglesia, que se reaviva cuando sale de sí misma para vivir y anunciar el Evangelio por los caminos del mundo. Rememoremos cuanto ocurrió en Edimburgo, en los orígenes del movimiento ecuménico: fue el fuego de la misión lo que hizo posible empezar a superar las barreras y a derribar las vallas que nos aislaban y hacían impensable un camino común. Oremos juntos por esto: que el Señor nos conceda que de aquí surja un renovado impulso de comunión y de misión”.