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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA REUNIÓN DE LAS
OBRAS PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)

Sala del Consistorio
Jueves, 23 de junio de 2022

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Queridos amigos:

Me alegra acogeros esta mañana, en la conclusión del trabajo de vuestra sesión plenaria. Saludo al cardenal Sandri, al cardenal Zenari junto a los otros representantes pontificios, los superiores y los oficiales del Dicasterio y, a través de vosotros, a todos aquellos que en cada continente hacen posible vuestra generosidad.

La intuición misma de la ROACO corresponde al camino sinodal que está cumpliendo la Iglesia universal; el proceso de presentación de un proyecto de ayuda conlleva de hecho la implicación de varios actores: de quien lo presenta, de los profesionales encargados de ofrecer su contribución, del obispo o superior religioso, de las representaciones pontificias, del Dicasterio para las Iglesias orientales y de vosotros agencias, con todos aquellos que componen vuestras oficinas. Cada uno tiene un rol y está llamado a dialogar con los otros consultándose, estudiando, pidiendo y ofreciendo sugerencias y explicaciones, caminando juntos. Los instrumentos informáticos que vuestras oficinas están preparando harán más eficaz el proceso, pero es importante que sean para apoyar el encuentro y el debate que habéis madurado en estos años, ayudando a desarrollar coralmente la sinfonía de la caridad.

Cuando una orquesta toca una obra importante, antes de empezar tiene que afinar los instrumentos: solo así la ejecución será digna y revelará la habilidad de los músicos. Al poner en marcha la sinfonía de la caridad, seguid buscando el acuerdo y huid de toda tentación de aislamiento y cierre en uno mismo y en los propios grupos, para permanecer abiertos a acoger a aquellos hermanos y hermanas a quienes el Espíritu ha sugerido iniciar experiencias de cercanía y servicio a las Iglesias católicas orientales, tanto en la madre patria como en los territorios de la llamada diáspora. Es importante, para afinarse, sintonizarse en la escucha recíproca, que facilita el discernimiento y conduce a decisiones compartidas, verdaderamente eclesiales. Es lo que habéis hecho, por ejemplo, con la Asamblea de obispos católicos de Siria, en la Conferencia celebrada en Damasco en marzo y en la que participaron activamente muchos jóvenes. En el desierto de pobreza y desánimo causado por los doce años de guerra que han postrado a la amada y martirizada Siria, habéis podido descubrir como Iglesia que los manantiales para hacer florecer las estepas y dar agua a los sedientos solo brotarán si cada uno sabe abandonar una cierta autorreferencialidad y escuchar a los demás para identificar las verdaderas prioridades. Por supuesto, son gotas en el océano de la necesidad, pero la gota de la Iglesia no puede faltar, mientras se espera siempre que la comunidad internacional y las autoridades locales no apaguen la última llama de esperanza para ese pueblo que sufre tanto.

El estilo sinodal también animó la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio. En septiembre se cumplirá el décimo aniversario de la Exhortación Apostólica Ecclesia in Oriente Medio, promulgada por mi predecesor Benedicto XVI durante su viaje al Líbano. En diez años han pasado muchas cosas: pensemos en los tristes acontecimientos que involucraron a Irak y Siria, las revueltas en el mismo país de los Cedros. También hubo algunas luces de esperanza, como la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana en Abu Dhabi. Será necesario verificar sobre el terreno los frutos del Sínodo para Oriente Medio; mientras tanto, es necesario encontrar instrumentos actualizados y modalidades adecuadas para expresar cercanía a las Iglesias de la región. También es de esperar que se reanude el trabajo de la mesa de coordinación sobre Siria e Irak iniciado hace unos años, incluyendo al Líbano en la reflexión común.

Por favor, seguid manteniendo el icono del buen samaritano delante de vuestros ojos: lo habéis hecho y sé que lo seguiréis haciendo también por el drama provocado por el conflicto que desde Tigray ha vuelto a herir a Etiopía y en parte a la vecina Eritrea, y especialmente por la amada y martirizada Ucrania. Allí se ha vuelto al drama de Caín y Abel; se ha desencadenado una violencia que destruye la vida, una violencia luciferina, diabólica, ante la cual nosotros creyentes estamos llamados a reaccionar con la fuerza de la oración, con la ayuda concreta de la caridad, con cada medio cristiano para que las armas dejen lugar a las negociaciones. Quiero daros las gracias por contribuir a llevar la caricia de la Iglesia y del Papa a Ucrania y a los países donde han sido acogidos los refugiados.

En la fe sabemos que las alturas de la soberbia y la idolatría humana serán disminuidas, y los valles de desolación y de lágrimas colmados, pero también quisiéramos que se cumpla pronto la profecía de paz de Isaías: que un pueblo no alce más la mano contra otro pueblo, que las espadas se conviertan en arados y las lanzas en hoces (cf. Is  2,4). En cambio, todo parece ir en la dirección opuesta: la comida disminuye y el fragor de las armas aumenta. Es el esquema cainita que sostiene hoy la historia. Por eso no dejemos de orar, de ayunar, de ayudar, de trabajar para que los caminos de la paz encuentren espacio en la jungla de los conflictos.

Os bendigo de corazón, agradecido por todo lo que hacéis. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.



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