CONSISTORIO DEL COLEGIO CARDENALICIO [12-13 DE FEBRERO DE 2015]
SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS CARDENALES REUNIDOS PARA EL CONSISTORIO
Aula del Sínodo
Jueves 12 de febrero de 2015
Queridos hermanos:
«Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1).
Con las palabras del Salmo alabamos al Señor que nos ha convocado y nos da la gracia de acoger en esta asamblea a los 20 nuevos cardenales. A ellos y a todos dirijo mi cordial saludo. Bienvenidos a esta comunión, que se expresa en la colegialidad.
Gracias a todos los que han preparado este evento, en especial al cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio. Agradezco a la Comisión de los nueve cardenales y a su eminencia Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador. Doy las gracias también a su excelencia Marcello Semeraro, secretario de la Comisión de los nueve cardenales: es él quien hoy nos presenta la síntesis del trabajo realizado en estos últimos meses para elaborar la nueva constitución apostólica para la reforma de la Curia. Como sabemos, esta síntesis se dispuso a partir de muchas sugerencias, también de parte de los jefes y responsables de dicasterios, así como de expertos en la materia.
La meta a alcanzar es siempre la de favorecer mayor armonía en el trabajo de los diversos dicasterios y oficinas, con el fin de realizar una colaboración más eficaz en la absoluta transparencia que edifica la auténtica sinodalidad y la colegialidad.
La reforma no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano, para favorecer una evangelización más eficaz, para promover un espíritu ecuménico más fecundo y para alentar un diálogo más constructivo con todos. La reforma, deseada vivamente por la mayoría de los cardenales en el ámbito de las congregaciones generales antes del cónclave, tendrá que perfeccionar aún más la identidad de la Curia romana misma, o sea la de ayudar al sucesor de Pedro en el ejercicio de su suprema función pastoral, para el bien y el servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares. Ejercicio con el cual se refuerzan la unidad de fe y la comunión del pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo.
Ciertamente, alcanzar una meta así no es fácil: requiere tiempo, determinación y, sobre todo, la colaboración de todos. Pero para realizar esto debemos ante todo encomendarnos al Espíritu Santo, que es el verdadero guía de la Iglesia, implorando en la oración el don del auténtico discernimiento.
Con este espíritu de colaboración inicia nuestro encuentro, que será fecundo gracias a la aportación que cada uno de nosotros podrá expresar con parresía, fidelidad al Magisterio y consciencia de que todo se oriente a la ley suprema, o sea a la salus animarum. Gracias.
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