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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 16 de septiembre de 2018

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje evangélico de hoy (cf. Marcos 8, 27-35) vuelve la pregunta que atraviesa todo el Evangelio de Marcos: ¿Quién es Jesús? Pero esta vez es Jesús mismo quien la hace a los discípulos, ayudándolos gradualmente a afrontar el interrogativo sobre su identidad. Antes de interpelarlos directamente, a los Doce, Jesús quiere escuchar de ellos qué piensa de Él la gente y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. Por eso, pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (v. 27) De ahí emerge que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, a Él no le interesan los sondeos de las habladurías de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando a personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.

El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él una relación personal, y así lo acojan en el centro de sus vidas. Por este motivo los exhorta a ponerse con toda la verdad ante sí mismos y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 29). Jesús, hoy, nos vuelve a dirigir esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: «¿Tú quién dices que soy? ¿Vosotros quién decís que soy? ¿Quién soy yo para ti?». Cada uno de nosotros está llamado a responder, en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros lo mismo que le sucedió a Pedro, y afirmar con entusiasmo: «Tú eres el Cristo».

Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 33).

Hermanos y hermanas, la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con tanto amor al prójimo. Jesús nos dice que, para seguirle, para ser sus discípulos, se necesita negarse a uno mismo (cf. v. 34), es decir, los pretextos del propio orgullo egoísta y cargar con la cruz. Después da a todos una regla fundamental. ¿Y cuál es esta regla? «Quien quiera salvar su vida, la perderá». A menudo, en la vida, por muchos motivos, nos equivocamos de camino, buscando la felicidad solo en las cosas o en las personas a las que tratamos como cosas. Pero la felicidad la encontramos solamente cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. ¡El amor cambia todo! Y el amor puede cambiarnos también a nosotros, a cada uno de nosotros. Lo demuestran los testimonios de los santos.

Que la Virgen María, que ha vivido su fe siguiendo fielmente a su Hijo Jesús, nos ayude también a nosotros a caminar en su camino, gastando generosamente nuestra vida por Él y por los hermanos.

 


Después del Ángelus

 

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer hice una visita apostólica a Piazza Armerina y a Palermo, Sicilia, con motivo del 25° aniversario de la muerte del Beato Pino Puglisi [aplausos]. ¡Un aplauso para don Pino! Agradezco de corazón a las autoridades civiles y eclesiásticas y a todas las personas que ayudaron a hacer posible este viaje. Agradezco a los buenos pilotos del avión y del helicóptero. Agradezco especialmente a los queridos obispos Rosario Gisana y Corrado Lorefice por su excelente servicio pastoral. Agradezco a los jóvenes, a las familias y a todo el maravilloso pueblo de esta hermosísima tierra de Sicilia, por su calurosa acogida.

Que el ejemplo y el testimonio de don Puglisi continúen iluminando a todos nosotros y dándonos la confirmación de que el bien es más fuerte que el mal, el amor más fuerte que el odio. Que el Señor os bendiga a vosotros sicilianos y a vuestra tierra. ¡Un aplauso para los sicilianos!

Queridos hermanos y hermanas, os saludo con afecto a todos vosotros, romanos y peregrinos de diferentes países: familias, grupos parroquiales, asociaciones.

Saludo a los participantes de la asamblea «Missio Giovani» de las Obras Misionales Pontificias y los animo a ser testigos del amor misericordioso de Jesús.

Saludo a los profesores y estudiantes de lengua latina del «Corderius College» de Amersfoort: Valete dilectissimi!

Saludo a los chicos de la confirmación de Marsan (Vicenza) y a los músicos suizos de Oron-la-Ville. También veo un buen grupo de Nicaragua. ¡Os saludo mucho!

Hoy, dos días después de la Fiesta de la Santa Cruz, pensé en regalaros a vosotros, que estáis en la plaza, un crucifijo: He aquí [lo muestra]. El crucifijo es el signo del amor de Dios, que en Jesús dio la vida por nosotros. Os invito a acoger este don y a llevarlo a vuestros hogares, a los cuartos de sus hijos, o de los abuelos… En cualquier parte, pero que se vea en la casa. No es un objeto de decoración, es un signo religioso para contemplarlo y rezar. Mirando a Jesús crucificado, miramos nuestra salvación. No se paga nada, ¡si alguien os dice que debéis pagarlo es un listo! ¡No, nada! Esto es un regalo del Papa. Agradezco a las religiosas, a los pobres y a los refugiados que ahora distribuirán este don, pequeño, pero valioso. Como siempre, la fe viene desde los pequeños, de los humildes.

Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

 



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