Esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a los participantes en el encuentro promovido por la Congregación de las Hermanas Canonesas del Espíritu Santo en Sassia y a los representantes de otras comunidades vinculadas al carisma del Beato Guido de Montpellier.
Discurso del Santo Padre
Excelencia, queridas hermanas, queridos hermanos:
Les doy la bienvenida en esta Casa de Pedro. Saludo también al Director General del Hospital “Santo Spirito in Sassia”, de Roma, y a los miembros de la dirección general, que hoy nos acompañan.
La Regla del beato Guido comienza en el nombre de la Santa e Individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, para proponer a todos los hermanos —y hermanas— presentes y futuros de la Orden, un proyecto de vida ilusionante. Y, ¿cuál es el proyecto?: «dedicarse principalmente al cuidado y al servicio de los pobres».
Es un proyecto que se alinea con la reforma que Inocencio III impulsó en la vida religiosa y que más tarde cristalizará en las nuevas Órdenes mendicantes. Un interés del Pontífice que el Espíritu Santo supo guiar a la escucha de varios santos como el beato Guido y san Juan de Mata, con los que coincidió en los albores de su pontificado, siendo propulsores de este proyecto.
Es interesante cómo el plan de Dios macera en la cocina del corazón —y de esto saben mucho las monjas, las hermanas—, y las notas de sabor y color van impregnando las reglas de vida, para después difundir su perfume a toda la Iglesia. Y entre estas notas permítanme destacar tres: comunión, sine proprio y servicio.
En vuestra regla el voto de pobreza es expresado de una forma particular: vivir sin nada propio. Esta expresión no significa simplemente una vida esforzadamente sobria y desprendida, como se define hoy el voto, sino comprender que somos huéspedes en la Casa de Dios, la Casa de la Trinidad que nos acoge, compartiéndola con los pobres a los que estamos llamados a servir. De hecho, los primeros religiosos al profesar explícitamente los tres consejos evangélicos hablaban de la pobreza como comunión, asumiendo el ejemplo de la Iglesia primitiva en la que «todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común» (Hch 2,44).
De ese modo, la vida fraterna va más allá de compartir espacios, tareas, servicios, la vida fraterna se trata de hacer una donación de nosotros mismos a Dios en el hermano, una donación sin reservas. Sin nada propio dejado en la recámara de las seguridades mundanas, escondido en la celda, en el bolsillo o, peor aún, en el corazón. Sin nada propio, dejado en la recámara de las seguridades mundanas, o nada propio escondido ahí en la celda, o en el bolsillo o, peor todavía, en el corazón, pues sólo desde esa libertad, sin nada propio, podemos comenzar un proyecto en el que avanzamos juntos y del que somos signo escatológico, el viaje hacia donde el Señor nos convoca, el viaje al Cielo.
Que es un viaje hacia Dios, que lo impulsa el Espíritu Santo, que nos hace seguidores de Jesús. Y cuando hablamos de Jesús no olvidemos que Él no vino para ser servido, sino para servir. Ese es nuestro modelo. Nuestra santidad será en la medida en que somos capaces de hacernos pequeños y servidores de todos (cf. Mt 23,10-11).
Que María, hija predilecta del Padre, madre de Dios Hijo y esposa del Espíritu Santo, las sostenga en este camino para hacer de los corazones de ustedes y de sus comunidades templos de la Trinidad. Que Dios las bendiga, muchas gracias.