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Audiencia a los participantes en la peregrinación promovida por las Madres Agustinas de San Ildefonso, de Talavera de la Reina (España), 07.11.2024

Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la peregrinación promovida por las Madres Agustinas de San Ildefonso, de Talavera de la Reina (España).

Publicamos a continuación el saludo que el Papa les dirigió durante la audiencia:

Discurso

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por la bienvenida con la guitarra. Cantar y caminar.

Me alegra encontrarlos. Me congratulo también por la conmemoración del 450 aniversario de la fundación del Convento de Agustinas de Talavera de la Reina que celebraron el año pasado y de la que este encuentro es el epílogo.

Desde su fundación dicho monasterio ha unido la vida contemplativa al servicio de la educación cristiana, y probablemente muchos de ustedes han entrado en contacto con estas religiosas desde el colegio. En este año dedicado a la oración, me parece un ejemplo significativo de cómo nuestro servicio y nuestro apostolado, lejos de impedirnos el encuentro con el Señor, deben nacer de él.

Y en este sentido, quiero que lleven a las Madres Agustinas mi bendición, y el ruego de que no sólo recen por mí, como pido siempre a todos, sino de que sean siempre ejemplo de vida interior, que sean  maestras en el arte de la oración, para que, desde el colegio, entre todos los conocimientos que puedan trasmitir a los niños, destaque la capacidad de hablar con Dios, la capacidad de escucharlo, de sentirle presente en todos los momentos de la vida y de aceptar con docilidad sus inspiraciones.

Y, por favor, no pierdan la alegría, no pierdan el sentido del humor. Cuando un cristiano, más aún una religiosa, un religioso, pierde el sentido del humor, se “avinagra”, y es tan triste ver a un cura, un religioso, una monja “avinagrado”. Están conservados en vinagre. Siempre hay que estar con la sonrisa y el buen humor. Les recomiendo rezar todos los días una oración muy bella de santo Tomás Moro para pedir el sentido del humor. ¿La conocen? Ahora la mando a buscar y se la hago leer aquí para pedir el sentido del humor que es lo que nos mantiene “frescos” en el servicio de Dios. Repito: un santo triste es un triste santo.

La santidad siempre es alegre, desde expresiones de buen humor como San Felipe Neri, ¿no es cierto?, a expresiones de un buen humor más recatado, que es la sonrisa. Tengan la sonrisa que viene del corazón, que no se finge, que siempre está lleno. Y vienen de España ustedes. Estos días estoy muy cerca de España por la tragedia de Valencia.

Ayer, en la Audiencia General pusimos a la Virgen de los Desamparados. Están sufriendo tanto allí, tanto. Y ahora parece que Barcelona también está con un poco de problemas, nada más que como ya están un poco duchos en cómo manejar la cosa, están haciendo, están reprimiendo. Y esto me lleva a darles otro consejo: de siempre tener en el corazón las necesidades de los demás. ¿Ustedes saben que hay gente que no tiene trabajo?, y cuando alguno va a quejarse de que tiene mucho trabajo, piense en los que no lo tienen. Hay gente que no puede pagar el alquiler y que la van a desalojar, y cuando entra en el convento, en la casa parroquial, piense que “la tengo gratis”. Cuando uno en su casa parroquial, en su convento, los días de nieve o de lluvia está abrigadito, piense que hay gente que duerme al aire libre, bajo cualquier cosa.

Pero no pierdan el buen humor. Y les voy a leer la oración de santo Tomás Moro, y me gustaría que aprendieran a rezarla todos los días. Dice así:

«Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir. Concédeme la salud del cuerpo con el buen humor necesario para mantenerla. Dame, Señor, un alma santa, que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner esas cosas de nuevo en orden. Concédeme, Señor, un alma que no conozca el aburrimiento —es triste eso: un cristiano aburrido, un cura aburrido, una monja aburrida—. Que no conozca las murmuraciones, los suspiros y los lamentos, y no permitas que sufra excesivamente por esa cosa tan dominante que se llama ‘yo’. Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás. Así sea».

Gracias. Bueno, ahora les doy la bendición.