El Santo Padre Francisco ha recibido esta mañana en audiencia en el palacio Apostólico, el grupo de la Asociación Pequeña Casa de la Misericordia de Gela (Caltanissetta - Italia) y les dirigió el saludo que publicamos a continuación:
Me alegra encontraros con ocasión del 25º aniversario de la Fraternidad Apostólica de la Misericordia y en el décimo de la Pequeña Casa de la Misericordia de Gela. Saludo al obispo de Piazza Armerina, monseñor Rosario Gisana: bueno, este obispo, bueno. Le han perseguido, calumniado y él firme, siempre, justo, hombre justo. Por eso, ese día en el que fui a Palermo, quise pararme primero en Piazza Armerina, para saludarlo; es un buen obispo. Saludo a los presbíteros y a los diáconos presentes, a las Hermanas de María Inmaculada, a los miembros de la Fraternidad y de la cooperativa “Raphael”, a los voluntarios y a las personas acogidas, jóvenes y fieles. Y también al padre [Pasqualino] de Dios… ¿Quién es, el padre de Dios…? ¡Da las gracias a Dios por no llamarte “del diablo”!
Habéis venido aquí como una gran familia, en la que cada uno tiene dones y tareas diferentes y complementarias; y esta rica variedad habla por sí sola del camino a través del cual, en estos años, habéis desarrollado un proyecto de bien articulado y concreto. Partiendo de situaciones de dificultad, habéis tratado de abrazar en la caridad a todas las personas y toda persona, haciendo frente a múltiples exigencias y promoviendo varias iniciativas: del comedor cotidiano para los pobres a los talleres artesanales, de los servicios de recuperación escolar a los espacios de diálogo para familias en dificultad. Se ve que hay movimiento ahí, y esto es hermoso; se ve que os habéis dejado provocar y preocuparos por necesidades de hermanos y hermanas que Dios ha puesto en vuestro camino, especialmente de los últimos, de los más necesitados: ¡son muchos! Frente a ellos no habéis “pasado de largo”, sino que os habéis detenido, haciéndoos prójimos y cuidando de ellos (cfr Lc 10,25-37), con creatividad, valentía y generosidad, como el buen samaritano que no ha pasado de largo, y esto es hermoso.
Os animo a seguir todo esto. Y al mismo tiempo quiero también invitaros a cultivar y reforzar cada vez más el fundamento que desde el inicio ha dado solidez y fuerza a toda vuestra obra: la espiritualidad de la Misericordia y del Único Pan. Esta os quiere humildes discípulos del Cristo Eucarístico y revelador con Él del rostro del Padre (cfr Jn 14,8), precisamente como recomendó san Juan Pablo ii , en cuyas enseñanzas os inspiráis (cfr Cart. enc. Dives in misericordia , 1). Revelar, en el servicio y en el don de vosotros mismos, la ternura del rostro del Padre: queridos hermanos y hermanas, en las muchas ocupaciones en la que cada día os consumís, nunca olvidéis que este es el sentido último de vuestra acción y vuestra primera vocación. Imitad a Dios que es cercano, compasivo y tierno; sed también vosotros cercanos a la gente, compasivos, con mucha compasión y con ternura. Es necesaria la ternura en la Iglesia.
Haced todo con un solo deseo: que las personas que os encuentren lleguen a conocerle a Él.
Tratad, al hacer el bien, de desaparecer, con humildad, para que en lo que hacéis aparezca solo el Señor y todos lleguen a Él. Santa Faustina Kowalska, otra inspiradora de vuestra obra, decía que un alma humilde influye en el destino del mundo entero (cfr Diario, IV cuaderno, 29. IX.37), y esto porque la humildad hace cercanos a Dios y a los hermanos, capaces de una caridad delicada, discreta y silenciosa que hace noble el dar, fácil el recibir y natural el compartir.
Por eso, tened siempre hacia las personas que el Señor os encomienda, un trato reservado y gentil, y uno estilo escondido, como esos padres, o amigos, o hermanos y hermanas cuya presencia, ahí donde es necesario, es tan espontánea y “normal” que pasa inadvertida. Estar sin hacerse ver: esto no es fácil, también esto es santidad. Después de todo, Dios nos ama de esta manera: con humilde magnanimidad, instante por instante, ¡donándonos todo sin pretender nada a cambio!
Estas son dos actitudes importantes con las que os animo a seguir vuestro camino: una santa inquietud creativa – como los niños, siempre inquietos – y mucha humildad, para estar preparados y ser concretos al responder a las necesidades de los hermanos y, al mismo tiempo, para llevar a todos a un encuentro personal con el rostro misericordioso del Padre.
¡Seguid así!
Y os lo pido, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Gracias!