Recibimiento oficial en el aeropuerto de Budapest, Encuentro con el presidente de la República y el primer ministro en la sala románica del Museo de Bellas Artes
A su llegada al aeropuerto internacional de Budapest, a las 7.45 horas, el Santo Padre Francisco fue recibido por el viceprimer ministro de la República de Hungría, Sr. Zsolt Semjén. Dos niños con trajes tradicionales entregaron un regalo floral al Papa.
Tras la presentación de sus respectivas delegaciones, el Papa y el viceprimer ministro se trasladaron en coche al Museo de Bellas Artes de Budapest.
A su llegada al Museo, el Santo Padre fue recibido por el presidente de la República, D. János Áder, y el primer ministro, D. Viktor Orbán, y juntos se dirigieron a la Sala Románica del Museo. A continuación, tras la foto oficial, tuvo lugar la reunión privada.
Al final del encuentro, tras el intercambio de regalos, el Papa Francisco se dirigió a la Sala del Renacimiento del Museo de Bellas Artes, donde, a las 9.15 horas, se encontró con los obispos de la Conferencia Episcopal de Hungría.
Encuentro con los obispos en la Sala Renacentista del Museo de Bellas Artes de Budapest
A las 9.15 horas, en la Sala Renacentista del Museo de Bellas Artes de Budapest, el Santo Padre Francisco se encontró con los obispos de la Conferencia Episcopal Húngara.
Tras el saludo de bienvenida del presidente de la Conferencia Episcopal, S.E. Mons. András Veres, obispo de Győr, el Papa pronunció su discurso. A continuación, después del rezo del Padre Nuestro y de la bendición final, el Papa Francisco saludó individualmente a los obispos y, tras la foto de grupo, se dirigió a la Sala de los Mármoles para encontrarse con los representantes del Consejo Ecuménico de las Iglesias y de algunas comunidades judías de Hungría.
Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre dirigió a los presentes:
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos en el episcopado:
Me siento muy contento de estar aquí entre ustedes con motivo de la conclusión del 52º Congreso Eucarístico Internacional. Agradezco a Mons. András Veres las palabras de bienvenida que me ha dirigido y también por el regalo que me hizo en nombre de todos ustedes: ¡muy bonito! ¡muy bonito!, gracias. Y los saludo a todos, agradeciéndoles su acogida y la promoción de este evento, que nos recuerda la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia.
Me gustaría compartir algunas reflexiones partiendo precisamente del gesto eucarístico: en el pan y el vino vemos a Cristo que ofrece su Cuerpo y su Sangre por nosotros. La Iglesia de Hungría, con su larga historia, marcada por una fe inquebrantable, por persecuciones y por la sangre de los mártires, está asociada de manera especial al sacrificio de Cristo. Muchos hermanos y hermanas, muchos obispos y sacerdotes vivieron lo que celebraban en el altar; fueron triturados como granos de trigo, para que todos pudieran nutrirse del amor de Dios; fueron prensados como las uvas, para que la sangre de Cristo se convirtiera en savia de vida nueva; fueron partidos como el pan, pero su ofrenda de amor fue una semilla evangélica de renacimiento plantada en la historia de este pueblo.
Mirando esa historia pasada, hecha de martirio y derramamiento de sangre, podemos encaminarnos hacia el futuro con el mismo deseo que los mártires: vivir la caridad y dar testimonio del Evangelio. Sin embargo, debemos mantener siempre juntas, en la vida de la Iglesia, estas dos realidades: custodiar el pasado y mirar al futuro. Custodiar nuestras raíces religiosas, custodiar la historia de la que procedemos, pero sin que nuestra mirada quede en el pasado, sino mirando al futuro, mirando hacia adelante y encontrando nuevas formas de proclamar el Evangelio.
Mantengo vivo en mi corazón el recuerdo de las Hermanas húngaras de la Sociedad de Jesús (Englische Fräulein), que tuvieron que abandonar su patria a causa de la persecución religiosa. Con la fuerza de su personalidad y la fidelidad a su vocación fundaron el Colegio “María Ward” en la ciudad de Plátanos, cerca de la capital Buenos Aires. De su fortaleza, de su valor, de su paciencia y de su amor a la patria aprendí mucho; para mí han sido un testimonio. Al recordarlas hoy aquí, rindo también homenaje a los numerosos hombres y mujeres que tuvieron que exiliarse, así como a los que dieron su vida por su país y por su fe.
Como pastores, ustedes sobre todo están llamados a recordar esto a vuestro pueblo: que la tradición cristiana —como afirmó Benedicto XVI— «no es una colección de cosas, de palabras, como una caja de cosas muertas. La Tradición es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad» (Audiencia general, 3 mayo 2006). Han elegido como tema del Congreso un versículo del Salmo 87: «Todas mis fuentes están en ti». Así es, la Iglesia surge del manantial que es Cristo y es enviada para que el Evangelio, como un río de agua viva ―infinitamente más ancho y acogedor que vuestro gran Danubio―, alcance la aridez del mundo y del corazón del hombre, purificándolo y saciando su sed. El ministerio episcopal, pues, no sirve para repetir una noticia del pasado, sino que es la voz profética de la perenne actualidad del Evangelio en la vida del Pueblo santo de Dios y en la historia de hoy.
Me gustaría sugerirles algunas indicaciones para llevar a cabo esta misión.
La primera es ser anunciadores del Evangelio. No olvidemos que en el centro de la vida de la Iglesia está el encuentro con Cristo. A veces, sobre todo cuando la sociedad que nos rodea no parece entusiasmada con nuestra propuesta cristiana, la tentación es encerrarse en la defensa de las instituciones y las estructuras. Vuestro país atraviesa hoy grandes cambios que afectan en general a toda Europa. Tras el largo tiempo en que se le impidió a la gente profesar su fe, con la llegada de la libertad hay nuevos retos que afrontar, en un contexto en el que crece el secularismo y disminuye la sed de Dios. Pero recordemos que la fuente de agua viva, que siempre corre y sacia nuestra sed, es Cristo. Las estructuras, las instituciones y la presencia de la Iglesia en la sociedad sólo sirven para despertar la sed de Dios que tienen las personas y llevarles el agua viva del Evangelio. Por eso, a ustedes obispos lo que se les pide, sobre todo, no es la administración burocrática de las estructuras, que esto lo hagan otros, ni la búsqueda de privilegios y ventajas. Por favor sean servidores, servidores y no príncipes. ¿Qué les estoy pidiendo? Una ardiente pasión por el Evangelio, tal como el Evangelio es. Fidelidad y pasión al Evangelio. Sean testigos y anunciadores de la Buena Noticia, propagadores de la alegría, cercanos a los sacerdotes, cercanos a los sacerdotes y religiosos con un corazón paternal, ejercitando el arte de la escucha.
Me permito salir del texto y recordarles las cuatro cercanías del obispo. La primera es la cercanía a Dios. Yo, como hermano, te pregunto: ¿tú rezas? ¿O sólo vas a recitar el breviario? ¿Tu corazón reza? ¿Te tomas tiempo para rezar? “Pero, es que estoy tan ocupado…”. Pero en medio de las ocupaciones de cada día, agrega también eso: rezar. Segundo: cercanía entre ustedes. La fraternidad episcopal, la conferencia episcopal, es una gracia. Ninguno de ustedes piensa igual al otro, esto es una riqueza. Pero busquen sumar también las diferencias a la unidad del episcopado y no el camino de las facciones. Todos hermanos. Aunque pienses distinto, eres un hermano. ¿Discutimos? Discutimos. ¿Gritamos? Gritamos. Pero como hermanos, la unidad de la Conferencia episcopal no se toca. Esto es una gracia que tenemos que pedir. Es custodiaar al pueblo de Dios en la unidad de los obispos. La tercera cercanía es la que he citado: cercanía a los sacerdotes. El “prójimo más prójimo” del obispo es el sacerdote. Yo les digo algo que me duele mucho. Encontré, en algunas diócesis, tanto en mi patria, cuando estaba allá, en la diócesis anterior, como ahora que estoy en Roma, sacerdotes que se lamentan, difíciles. Pero se lamentan porque quieren hablar con el obispo, porque lo necesitan. Así lo expresan. Y muchas veces escuché esto: “Llamé y la secretaria dijo que está muy ocupado, que ha controlado y luego me ha dicho: ‘puede ser dentro de tres semanas, les dará una cita de un cuarto de hora’.” Y el sacerdote dice: “no, gracias, así no quiero”, o bien: “sí”. Pero no va. El sacerdote siente lejano al obispo, no lo siente padre. Les doy un consejo, de hermano: cuando ustedes vuelvan al obispado después de una misión, después de una visita a una parroquia, cansados, y vean la llamada de un sacerdote, llámenlo, el mismo día o al máximo al día siguiente, no después. La cercanía. Y ese sacerdote, si se le llama enseguida, sabrá que tiene un padre. Esto es muy importante. Cercanía a los sacerdotes, y eso significa también a los religiosos. “Eh, pero sabe, este sacerdote es difícil…”. Pero, dime, ¿qué padre no tiene un hijo difícil? Todos. Los hijos se aman como son, no como yo querría que fuesen. Y después, la cuarta cercanía: cercanía al santo pueblo fiel de Dios. Por favor, no se olviden de vuestro pueblo, del lugar donde el Señor los ha tomado. “Yo te recogí de andar tras el rebaño”, no se olviden del rebaño del que los tomaron. ¿Qué recomendaba Pablo a Timoteo? “Recuerda a tu madre y a tu abuela, a tu pueblo”. El autor de la Carta a los Hebreos decía: “Acuérdate de aquellos que te han iniciado en la fe”. Cuántos humildes catequistas, cuántas abuelas hay detrás. Que el corazón esté cerca del pueblo. Es feo cuando el corazón de un obispo se aleja del pueblo. Las cuatro cercanías. Hagan un examen de conciencia sobre cómo van, creo que bien, pero me gusta recalcarlas. Cercanía a Dios, cercanía entre ustedes –“veo algunos con una peculiaridad especial histórica, litúrgica, y a otros tan diferentes: cercanía a su liturgia, a su historia, sin querer asimilarlos, latinizarlos, eso no, por favor, no. Cercanía entre ustedes, cercanía con los sacerdotes y cercanía al santo pueblo fiel de Dios. Para ser obispo hoy –siempre, pero subrayo, hoy- es necesario ejercitar el arte de la escucha. Y no es fácil.
No tengan miedo de dar espacio a la Palabra de Dios y de involucrar a los laicos, serán los canales por los que el río de la fe irrigará de nuevo a Hungría.
Una segunda indicación es la de ser testigos de la fraternidad. Su país es un lugar en el que han convivido durante mucho tiempo personas de otros pueblos. Diversas etnias, minorías, confesiones religiosas e inmigrantes también han transformado este país en un ambiente multicultural. Esta realidad es nueva y, al menos en un primer momento, puede asustar. La diversidad siempre da un poco de miedo porque socava las seguridades adquiridas y desafía la estabilidad conseguida. Sin embargo, es una gran oportunidad para abrir el corazón al mensaje del Evangelio: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15,12). Ante la diversidad cultural, étnica, política y religiosa, podemos tener dos actitudes: encerrarnos en una rígida defensa de nuestra supuesta identidad, o abrirnos al encuentro con el otro y cultivar juntos el sueño de una sociedad fraterna. Me gusta recordar aquí que fue en esta misma capital europea, en el año 2017, donde ustedes se reunieron con representantes de otras Conferencias Episcopales de Europa Central y Oriental, y reafirmaron que la pertenencia a la propia identidad nunca debe convertirse en un motivo de hostilidad y desprecio hacia los demás, sino en una ayuda para el diálogo con las diferentes culturas. Diálogo, sin negociar la propia pertenencia.
Sobre el gran río que atraviesa esta ciudad se alza el imponente Puente de las Cadenas. Sustituyó a un frágil puente de madera y sirvió para unir Buda y Pest. Si queremos que el río del Evangelio llegue a la vida de las personas, haciendo germinar una sociedad más fraternal y solidaria también aquí en Hungría, necesitamos que la Iglesia construya nuevos puentes de diálogo. A ustedes, como obispos, les pido que muestren siempre, junto con sus sacerdotes y colaboradores pastorales, el verdadero rostro de la Iglesia que es madre. Es Madre. Un rostro que acoge a todos, también a los que vienen de fuera, un rostro fraterno, abierto al diálogo. Sean pastores que se interesan por la fraternidad. No dueños del rebaño, sino padres y hermanos. Que el estilo de la fraternidad, que les pido que cultiven con los sacerdotes y con todo el Pueblo de Dios, se convierta en un signo luminoso para Hungría. De este modo, se configurará una Iglesia en la que especialmente los laicos, en todos los ámbitos de su vida cotidiana, familiar, social y profesional, se convertirán en fermento de fraternidad evangélica. ¡Que la Iglesia húngara sea constructora de puentes y promotora de diálogo!
Lo tercero y último, ser constructores de esperanza. Si ponemos el Evangelio en el centro y lo testimoniamos con el amor fraterno, podemos mirar al futuro con esperanza, aunque hoy atravesemos pequeñas o grandes tormentas. Lo que la Iglesia está llamada a difundir en la vida de las personas es la certeza tranquilizadora de que Dios es misericordia, que nos ama en todo momento de la vida y que siempre está dispuesto a perdonarnos y a levantarnos. No olviden el estilo de Dios, que es un estilo de cercanía, compasión y ternura. Este es el estilo de Dios. Avancemos por este camino, con el mismo estilo. La tentación de derrumbarse y desanimarse nunca viene de Dios; viene del enemigo, pero se alimenta de muchas situaciones. Detrás de la fachada del bienestar, detrás de un ropaje de tradiciones religiosas, pueden esconderse muchos lados oscuros. La Iglesia en Hungría ha tenido ocasión de reflexionar recientemente sobre cómo la transición de la época de la dictadura a la de la libertad reencontrada sea una transición marcada por contradicciones tales como la degradación de la vida moral, el auge de la mafia, el tráfico de drogas, hasta incluso la lacra del tráfico de órganos y a tantos niños asesinados por eso. Hay problemas sociales, como las dificultades de las familias, la pobreza, las heridas que afectan al mundo de los jóvenes, en un contexto en el que la democracia aún debe consolidarse. La Iglesia tiene que ser cercana, dispensando atención y consuelo a las personas, para que no se dejen robar nunca la luz de la esperanza. El anuncio del Evangelio reaviva la esperanza porque nos recuerda que en todo lo que nos toca vivir Dios está presente, nos acompaña, nos da valentía y nos da creatividad para comenzar siempre una nueva historia. Es conmovedor recordar las palabras del venerable cardenal József Mindszenty, hijo y padre de esta Iglesia y de esta tierra, quien, al final de una vida llena de sufrimiento por la persecución, dejó estas palabras de esperanza: «Dios es joven. El futuro es suyo. Es Él quien evoca lo que es nuevo, lo joven y el mañana de las personas y de los pueblos. Por eso no podemos abandonarnos a la desesperación» (Mensaje al Presidente del Comité Organizador y a los húngaros en el exilio, en J. Közi Horváth, Mindszenty bíboros, 111). Dios es joven.
Que ante las crisis, sociales o eclesiales, ustedes sean siempre constructores de esperanza. Como obispos del país, tengan siempre palabras de aliento. Que no encuentren en vuestros labios expresiones que marquen distancia e impongan juicios, sino que ayuden al Pueblo de Dios a mirar el futuro con confianza, que ayuden a las personas a ser protagonistas libres y responsables de la vida, que es un don de gracia que hay que acoger, no un rompecabezas que hay que resolver. El cubo de vuestro magnífico y famoso arquitecto Rubik sigue siendo un juego ingenioso y no un modelo para la vida. Y recuerden: pastores del rebaño. El pastor debe estar dentro del rebaño: adelante del rebaño para mostrar el camino, en medio del rebaño para sentir el olor, detrás del rebaño para ayudar a los que se quedan rezagados y también para dejar que el rebaño avance un poco, porque tiene un don especial para indicar dónde están los campos buenos y nutritivos.
Queridos hermanos, también Hungría necesita un renovado anuncio del Evangelio, una nueva fraternidad social y religiosa, una esperanza que se construya día a día para mirar al futuro con alegría. Ustedes son los pastores protagonistas de este proceso histórico, de esta hermosa aventura. Hermanos ¡Que Dios los confirme en la alegría de la misión!, en la alegría de la misión. Les agradezco todo lo que hacen y los bendigo de corazón. Que la Virgen los proteja y que san José los guarde. Y si tienen un poco de tiempo recen por el Papa. Gracias.