Durante más de un año, todos hemos experimentado los efectos devastadores de una pandemia mundial: todos nosotros, pobres o ricos, débiles o fuertes. Algunos estaban más protegidos o eran más vulnerables que otros, pero la rápida propagación de la infección ha hecho que dependamos unos de otros en nuestros esfuerzos por mantenernos a salvo. Nos hemos dado cuenta de que, ante esta calamidad mundial, nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo, que nuestras acciones realmente afectan a los demás, y que lo que hacemos hoy afecta a lo que ocurrirá mañana.
No son lecciones nuevas, pero hemos tenido que afrontarlas de nuevo. Ojalá no desperdiciemos este momento. Debemos decidir qué tipo de mundo queremos dejar a las generaciones futuras. Dios manda: "Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia" (Dt 30,19). Debemos elegir vivir de otra manera; debemos elegir la vida.
Muchos cristianos celebran el mes de septiembre como la Estación de la Creación, una oportunidad para rezar y cuidar la creación de Dios. Mientras los líderes mundiales se preparan para reunirse en noviembre en Glasgow para deliberar sobre el futuro de nuestro planeta, rezamos por ellos y consideramos las decisiones que todos debemos tomar. En consecuencia, como líderes de nuestras Iglesias, hacemos un llamamiento a todos, sea cual sea su creencia o visión del mundo, para que se esfuercen por escuchar el clamor de la tierra y de las personas que son pobres, examinando su comportamiento y comprometiéndose a realizar sacrificios significativos por el bien de la tierra que Dios nos ha dado.
La importancia de la sostenibilidad
En nuestra tradición cristiana común, las Escrituras y los santos proporcionan perspectivas iluminadoras para comprender tanto las realidades del presente como la promesa de algo más grande que lo que vemos en este momento. El concepto de administración -la responsabilidad individual y colectiva sobre la dotación que Dios nos ha dado- representa un punto de partida vital para la sostenibilidad social, económica y medioambiental. En el Nuevo Testamento, leemos sobre el hombre rico e insensato que almacena grandes riquezas de trigo mientras se olvida de su finitud (Lc 12.13-21). También conocemos al hijo pródigo que se lleva su herencia antes de tiempo, para luego despilfarrarla y acabar hambriento (Lc 15.11-32). Se nos advierte que no debemos adoptar soluciones a corto plazo y aparentemente baratas para construir sobre la arena, en lugar de construir sobre la roca para que nuestra casa común resista las tormentas (Mt 7.24-27). Estos relatos nos invitan a adoptar una perspectiva más amplia y a reconocer nuestro lugar en la historia universal de la humanidad.
Pero nosotros hemos tomado la dirección contraria. Hemos maximizado nuestro propio interés a costa de las generaciones futuras. Al concentrarnos en nuestra riqueza, nos encontramos con que los bienes a largo plazo, incluida la riqueza de la naturaleza, se agotan para obtener ventajas a corto plazo. La tecnología ha desplegado nuevas posibilidades de progreso, pero también de acumulación de riqueza desenfrenada, y muchos de nosotros nos comportamos de una manera que demuestra poca preocupación por otras personas o por los límites del planeta. La naturaleza es resistente, pero delicada. Ya estamos viendo las consecuencias de nuestra negativa a protegerla y preservarla (Gn 2.15). Ahora, en este momento, tenemos la oportunidad de arrepentirnos, de dar un giro decidido, de ir en dirección contraria. Debemos perseguir la generosidad y la equidad en la forma en que vivimos, trabajamos y utilizamos el dinero, en lugar de la ganancia egoísta.
El impacto en las personas que viven en la pobreza
La actual crisis climática dice mucho sobre quiénes somos y cómo vemos y tratamos la creación de Dios. Estamos ante una justicia implacable: la pérdida de biodiversidad, la degradación del medio ambiente y el cambio climático son las consecuencias inevitables de nuestras acciones, ya que hemos consumido con avidez más recursos de la Tierra de los que el planeta puede soportar. Pero también nos enfrentamos a una profunda injusticia: las personas que soportan las consecuencias más catastróficas de estos abusos son las más pobres del planeta y las que menos responsabilidad han tenido en causarlos. Servimos a un Dios de justicia, que se deleita en la creación y crea a cada persona a imagen y semejanza de Dios, pero que también escucha el clamor de las personas que son pobres. En consecuencia, hay una llamada innata dentro de nosotros para responder con angustia cuando vemos una injusticia tan devastadora.
Hoy estamos pagando el precio. El clima extremo y las catástrofes naturales de los últimos meses nos revelan de nuevo con gran fuerza y con un gran coste humano que el cambio climático no es sólo un reto futuro, sino una cuestión inmediata y urgente de supervivencia. Inundaciones, incendios y sequías generalizadas amenazan a continentes enteros. El nivel del mar sube, obligando a numerosas comunidades a trasladarse; los ciclones devastan regiones enteras, arruinando vidas y medios de subsistencia. El agua se ha vuelto escasa y el suministro de alimentos inseguro, provocando conflictos y desplazamientos para millones de personas. Ya lo hemos visto en lugares donde la gente depende de explotaciones agrícolas a pequeña escala. Hoy lo vemos en los países más industrializados, donde ni siquiera las sofisticadas infraestructuras pueden evitar por completo una destrucción extraordinaria.
Mañana podría ser peor. Los niños y adolescentes de hoy se enfrentarán a consecuencias catastróficas si no asumimos ahora la responsabilidad, como "compañeros de trabajo con Dios" (Gn 2.4-7), de sostener nuestro mundo. Con frecuencia escuchamos a los jóvenes que entienden que su futuro está amenazado. Por su bien, debemos elegir comer, viajar, gastar, invertir y vivir de forma diferente, pensando no sólo en el interés y las ganancias inmediatas, sino también en los beneficios futuros. Nos arrepentimos de los pecados de nuestra generación. Nos ponemos al lado de nuestros hermanos y hermanas más jóvenes de todo el mundo en una oración comprometida y una acción decidida por un futuro que corresponda cada vez más a las promesas de Dios.
El imperativo de la cooperación
A lo largo de la pandemia, hemos aprendido lo vulnerables que somos. Nuestros sistemas sociales se han deshilachado y hemos comprobado que no podemos controlarlo todo. Debemos reconocer que la forma en que utilizamos el dinero y organizamos nuestras sociedades no ha beneficiado a todos. Nos descubrimos débiles y ansiosos, sumergidos en una serie de crisis: sanitaria, medioambiental, alimentaria, económica y social, todas ellas profundamente interconectadas.
Estas crisis nos plantean una elección. Nos encontramos en una posición única para afrontarlas con miopía y especulación o para aprovecharlas como una oportunidad de conversión y transformación. Si pensamos en la humanidad como una familia y trabajamos juntos hacia un futuro basado en el bien común, podríamos encontrarnos viviendo en un mundo muy diferente. Juntos podemos compartir una visión de la vida en la que todos prosperen. Juntos podemos elegir actuar con amor, justicia y misericordia. Juntos podemos caminar hacia una sociedad más justa y plena con los más vulnerables en el centro.
Pero esto implica hacer cambios. Cada uno de nosotros, individualmente, debe responsabilizarse de la forma en que utilizamos nuestros recursos. Este camino requiere una colaboración cada vez más estrecha entre todas las iglesias en su compromiso con el cuidado de la creación. Juntos, como comunidades, iglesias, ciudades y naciones, debemos cambiar de ruta y descubrir nuevas formas de trabajar juntos para romper las barreras tradicionales entre los pueblos, para dejar de competir por los recursos y empezar a colaborar.
A quienes tienen responsabilidades de mayor alcance -dirigiendo administraciones, llevando empresas, empleando personas o invirtiendo fondos- les decimos: elegid beneficios centrados en las personas; haced sacrificios a corto plazo para salvaguardar todos nuestros futuros; convertíos en líderes de la transición hacia economías justas y sostenibles. "A quien se le dió mucho, se le reclamará mucho". (Lc 12:48)
Esta es la primera vez que los tres nos sentimos obligados a abordar juntos la urgencia de la sostenibilidad medioambiental, su impacto en la pobreza persistente y la importancia de la cooperación mundial. Juntos, en nombre de nuestras comunidades, apelamos al corazón y a la mente de cada cristiano, de cada creyente y de cada persona de buena voluntad. Rezamos por nuestros líderes que se reunirán en Glasgow para decidir el futuro de nuestro planeta y de su gente. Una vez más, recordamos la Escritura: "Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia" (Dt 30:19). Escoger la vida significa hacer sacrificios y ejercer la moderación.
Todos nosotros, seamos quienes seamos y estemos donde estemos, podemos desempeñar un papel en el cambio de nuestra respuesta colectiva a la amenaza sin precedentes del cambio climático y la degradación del medio ambiente.
El cuidado de la creación de Dios es un mandato espiritual que requiere una respuesta de compromiso. Este es un momento crítico. El futuro de nuestros hijos y el de nuestra casa común dependen de ello.
1 de septiembre de 2021
Patriarca Ecuménico Bartolomé Papa Francisco Arzobispo de Canterbury Justin