Hoy,
en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha
recibido en audiencia a una delegación de la Federación Italiana de
Baloncesto con motivo del centenario del nacimiento de esa entidad.
Publicamos
a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes
durante el encuentro:
Discurso
del Santo Padre
Hermanos
y hermanas, ¡buenos días!
Os
recibo con alegría. Comparto con vosotros la celebración del
centenario del nacimiento de la Federación Italiana de Baloncesto.
Agradezco al Presidente Giovanni Petrucci las palabras de saludo que
me ha dirigido y doy también las gracias a su sucesor. En la memoria
de vuestra historia sigue vivo el recuerdo de un partido jugado en
1955 en la Plaza de San Pedro ante el Papa Pío XII; y también en
los años sucesivos, la relación entre la Iglesia y el mundo del
deporte se ha cultivado siempre con la conciencia de que ambos, de
diferentes maneras, están al servicio del crecimiento integral de la
persona y pueden ofrecer una preciosa contribución a nuestra
sociedad.
Me
gustaría destacar dos aspectos importantes de la actividad
deportiva. Y en esto siempre me repito. Quizás tendría que añadir
un tercer aspecto. Ya veremos.
El
primero es ser equipo. Hay algunos deportes que son llamados
"individuales"; no obstante, el deporte siempre ayuda a
poner en contacto a las personas, a crear relaciones incluso entre
personas diferentes, a menudo desconocidas, que, a pesar de proceder
de entornos distintos, se unen y luchan por un objetivo común. Son
dos cosas importantes: estar unidos y tener un objetivo. En este
sentido, el deporte es una medicina para el individualismo de
nuestras sociedades, que a menudo genera un yo aislado y triste,
haciéndonos incapaces de "jugar en equipo" y de cultivar
la pasión por algún buen ideal. Así, a través de vuestro esfuerzo
deportivo, nos recordáis el valor de la fraternidad, que también
está en el corazón del Evangelio.
Un
segundo aspecto, una actitud del deportista, es la disciplina.
Muchos jóvenes y adultos que se apasionan por el deporte y os siguen
siendo hinchas vuestros, a veces no llegan a imaginar cuanto trabajo
y entrenamiento hay detrás de un partido. Y hacerlo requiere mucha
disciplina, no sólo física, sino también interior: ejercicio
físico, constancia, atención a una vida ordenada en horarios y
alimentación, descanso alternado con la fatiga del entrenamiento.
Esta disciplina es una escuela de formación y educación,
especialmente para los chicos y los jóvenes. Les ayuda a comprender
lo importante que es -y perdonad que cite a San Ignacio de Loyola-
aprender a "poner orden en la propia vida". Esta disciplina
no tiene por objeto hacernos rígidos, sino hacernos responsables: de
nosotros mismos, de las cosas que se nos confían, de los demás, de
la vida en general. También ayuda a la vida espiritual, que no puede
dejarse sólo en manos de las emociones, ni puede vivirse en fases
alternas, "sólo cuando me apetece". La vida espiritual
necesita también una disciplina interior hecha de fidelidad,
constancia y compromiso diario con la oración. Sin un entrenamiento
interior constante, la fe corre el riesgo de apagarse.
Me
gustaría decir otra cosa pensando en el baloncesto. El vuestro es un
deporte que eleva al cielo porque, como decía un antiguo jugador
famoso, es un deporte que mira hacia arriba, hacia la cesta y, por lo
tanto, es un reto verdadero y propio para todos aquellos que están
acostumbrados a vivir mirando al suelo. Quisiera que ésta fuera
también para vosotros una noble tarea: promover el juego sano entre
niños y jóvenes, ayudar a los jóvenes a mirar hacia arriba, a no
rendirse nunca, a descubrir que la vida es un camino hecho de
derrotas y victorias, pero que lo importante es no perder las ganas
de "jugar el juego". Y ayudarles a entender que cuando en
la vida "no haces cesta", no has perdido para siempre.
Siempre puedes volver a salir a la cancha, todavía puedes formar
equipo con otros, y puedes intentar otro tiro.
Y
aquí me gustaría destacar la actitud ante la derrota. Me han
contado que uno de estos días -no sé dónde- hubo un ganador y uno
que quedó segundo, que no lo logró. Y el que quedó segundo besó
la medalla. Normalmente, cuando uno queda segundo, está de morros,
triste, y no digo que tire la medalla, pero tiene ganas de hacerlo. Y
este besó la medalla. Esto nos enseña que incluso en la derrota
puede haber una victoria. Tomar con madurez las derrotas, porque esto
te hace crecer, te hace entender que en la vida no todo es dulce, no
siempre todo es ganar. A veces se experimenta la derrota. Y cuando un
deportista, una deportista, sabe “superar la derrota” así, con
dignidad, con humanidad, con un gran corazón, esto es un verdadero
galardón, una verdadera victoria humana.
Os
doy las gracias y os bendigo de todo corazón. Os pido por favor que
recéis por mí.Gracias.