Esta
mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco
ha recibido en audiencia a los embajadores de Jordania,
Kazajstán, Zambia, Mauritania, Uzbekistán, Madagascar, Estonia,
Ruanda, Dinamarca e India ante la Santa Sede, con motivo de la
presentación de sus cartas credenciales.
Publicamos
a continuación el discurso que el Papa les ha dirigido en el curso
de la audiencia.
Discurso
del Santo Padre
¡Excelencias!
Me
complace recibiros con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de
vuestros países ante la Santa Sede: de Jordania, Kazajstán, Zambia,
Mauritania, Uzbekistán, Madagascar, Estonia, Ruanda, Dinamarca e
India. Os pido que transmitáis mis sentimientos de estima a vuestros
respectivos Jefes de Estado, junto con la seguridad de mis oraciones
por ellos y por vuestros compatriotas.
Vuestra
misión comienza en un período de grandes desafíos para toda la
familia humana. Incluso antes de la pandemia de Covid-19, estaba
claro que 2020 sería un año caracterizado por urgentes necesidades
humanitarias debidas a los conflictos, la violencia y el terrorismo
en diferentes partes del mundo. Las crisis económicas están
causando hambre y migraciones masivas, mientras que el cambio
climático aumenta el riesgo de desastres naturales, hambrunas y
sequías. Y ahora la pandemia está agravando las desigualdades ya
presentes en nuestras sociedades; de hecho, los pobres y los más
vulnerables de nuestros hermanos y hermanas corren el riesgo de ser
descuidados, excluidos y olvidados. La crisis nos ha hecho comprender
que estamos "en la misma barca, todos frágiles y desorientados;
pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a
remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente."
(Momento extraordinario de oración, 27 de marzo de 2020).
Hoy,
quizás más que nunca, nuestro mundo cada vez más globalizado
requiere urgentemente un diálogo y una colaboración sinceros y
respetuosos, capaces de unirnos para hacer frente a las graves
amenazas que se ciernen sobre nuestro planeta e hipotecan el futuro
de las generaciones más jóvenes. En mi reciente encíclica,
Fratelli tutti expresaba el deseo de que "en esta época que
nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana,
podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad"
(n. 8). La presencia de la Santa Sede en la comunidad internacional
está al servicio del bien común mundial, llamando la atención
sobre los aspectos antropológicos, éticos y religiosos de las
diversas cuestiones que afectan a la vida de las personas, los
pueblos y las naciones enteras.
Espero
que vuestra actividad diplomática como representantes de vuestras
naciones ante la Santa Sede favorezca la "cultura del encuentro"
(Fratelli tutti, 215), tan necesaria para superar las diferencias y
divisiones que tan a menudo obstaculizan la realización de los altos
ideales y objetivos propuestos por la comunidad internacional. Cada
uno de nosotros está invitado, en efecto, a trabajar diariamente
para la construcción de un mundo cada vez más justo, fraternal y
unido.
Queridos
embajadores, al comenzar vuestra misión ante la Santa Sede, os
brindo mis mejores deseos y os aseguro la constante disponibilidad de
las diversas oficinas de la Curia Romana para ayudaros en el
cumplimiento de vuestras responsabilidades. Sobre vosotros y sobre
vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre todos
vuestros compatriotas, invoco de corazón las bendiciones divinas.
¡Gracias!