Sigue
el texto del vídeomensaje que el Santo Padre Francisco ha envíado a
los participantes en la Vigilia de Pentecostés organizada por
CHARIS (Catholic Charismatic Renewal International Service):
Mensaje
del Santo Padre
Cuando
llegó la fiesta de Pentecostés todos los creyentes se encontraban
reunidos en un mismo lugar. Así comienza el segundo capítulo del
libro de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de escuchar.
También hoy, gracias a los avances técnicos, estamos reunidos,
creyentes de diversas partes del mundo, en la vigilia de Pentecostés.
El
relato continúa: «De repente un gran ruido que venía del cielo,
como de un viento fuerte, sonó en toda la casa donde estaban. Y se
les aparecieron como lenguas de fuego, repartidas sobre cada uno de
ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo» (vv. 2-4).
El
Espíritu se posa sobre cada uno de los discípulos, sobre cada uno
de nosotros. El Espíritu prometido por Jesús viene a renovar, a
convertir, a sanar a cada uno de nosotros. Viene a sanar los miedos
—cuántos miedos tenemos—, las inseguridades; viene a sanar
nuestras heridas, las heridas que nos hacemos también unos con
otros; y viene para convertirnos en discípulos, discípulos
misioneros, testigos llenos del coraje, de la parresia apostólica,
que son necesarios para la predicación del Evangelio de Jesús, como
leemos en los versículos siguientes que sucedió con los discípulos.
Hoy
más que nunca necesitamos que el Padre nos envíe el Espíritu
Santo. En el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles, Jesús
dice a sus discípulos: «Esperen que se cumpla la promesa que mi
Padre les hizo, y de la cual yo les hablé. Es cierto que Juan
bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán
bautizados en el Espíritu Santo» (v. 4). Y, en el versículo 8, les
dice: «Cuando el Espíritu venga sobre ustedes, recibirán poder y
saldrán a dar testimonio de mí en Jerusalén, y en toda la región
de Judea y en la de Samaria y hasta en las partes más lejanas de la
tierra».
Testimonio
de Jesús.
A este testimonio nos conduce el Espíritu Santo. Hoy el mundo sufre,
está herido; vivimos en un mundo muy herido, que sufre,
especialmente en los más pobres, que son descartados, cuando todas
nuestras seguridades humanas han desaparecido, el mundo necesita que
le demos a Jesús. Necesita nuestro testimonio del Evangelio, el
Evangelio de Jesús. Ese testimonio solamente lo podemos dar con la
fuerza del Espíritu Santo.
Necesitamos
que el Espíritu nos dé ojos nuevos, abra nuestra mente y nuestro
corazón para enfrentar este momento y el futuro con la lección
aprendida: somos una sola humanidad. No nos salvamos solos. Nadie se
salva solo. Nadie. San Pablo dice en la epístola a los Gálatas: «Ya
no importa ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer,
porque todos unidos a Cristo somos uno solo, un cuerpo solo» (cf.
3,28), cohesionado por la fuerza del Espíritu Santo. Por este
bautismo del Espíritu Santo que Jesús anunica. Lo sabemos, lo
sabíamos, pero esta pandemia que vivimos nos lo ha hecho
experimentar de una manera mucho más dramática.
Tenemos
por delante el deber de construir una realidad nueva. El Señor la
hará; nosotros podemos colaborar: «Yo hago nuevas todas las cosas»,
dice (Ap
21,5).
Cuando
salgamos de esta pandemia, no podremos seguir haciendo lo que
veníamos haciendo, y cómo lo veníamos haciendo. No, todo será
distinto. Todo el sufrimiento no habrá servido de nada si no
construimos entre todos una sociedad más justa, más equitativa, más
cristiana, no de nombre, sino en realidad, una realidad que nos lleva
a una conducta cristiana. Si no trabajamos para terminar con la
pandemia de la pobreza en el mundo, con la pandemia de la pobreza en
el país de cada uno de nosotros, en la ciudad en donde vive cada uno
de nosotros, este tiempo habrá sido en vano.
De
las grandes pruebas de la humanidad, y entre ellas de la pandemia, se
sale o mejor o peor. No se sale igual.
Yo
les pregunto: ¿Cómo quieren salir ustedes? ¿Mejores o peores? Y es
por eso que hoy nos abrimos al Espíritu Santo para que sea Él,
quien nos cambie el corazón y nos ayude a salir mejores.
Si
no vivimos para ser juzgados según lo que nos dice Jesús: “Porque
tuve hambre y me dieron de comer, estuve preso y me visitaron,
forastero y me recibieron” (cf. Mt
25, 35-36), no vamos a salir mejores.
Y
esta es tarea de todos, de todos nosotros. Y también de ustedes los
de CHARIS, que son todos los carismáticos unidos.
El
tercer documento de Malinas, escrito en los años 70 por el cardenal
Suenens y el obispo Helder Camara, que se llama: Renovación
Carismática y Servicio del Hombre,
le marca este camino a la corriente de gracia. ¡Sean fieles a este
llamado del Espíritu Santo!
Me
vienen ahora a la memoria las palabras proféticas de Juan XXIII
cuando anuncia el Concilio Vaticano y que la Renovación Carismática
atesora especialmente: «Dígnese el Divino Espíritu escuchar de la
forma más consoladora la plegaria que asciende a Él desde todos los
rincones de la Tierra: Renueva en nuestro tiempo los prodigios como
de un nuevo Pentecostés, y concede que la Santa Iglesia,
permaneciendo unánime en la oración, con María, la Madre de Jesús
y bajo la guía de Pedro, acreciente el Reino del Divino Salvador,
Reino de Verdad y de Justicia, Reino de Amor y de Paz».
A
todos ustedes, les deseo en esta vigilia la consolación del Espíritu
Santo. Y la fuerza del Espíritu Santo para salir de este momento de
dolor, tristeza y de prueba que es la pandemia; para salir mejores.
Que
el Señor los bendiga y la Virgen Madre los cuide.