El Santo Padre ha recibido esta mañana en audiencia a los representantes de la Federación Europea de Bancos de Alimentos (FEBA), formada por 224 Bancos de Alimentos repartidos en 18 países. La FEBA facilita cada año alrededor de 274.000 toneladas de alimentos, distribuidos por 25.000 Instituciones Benéficas a más de 4.300.000 personas.
“Me gustaría daros las gracias por lo que hacéis: proporcionar alimentos a aquellos que tienen hambre –dijo el Papa- No es asistencialismo: quiere ser el primer gesto concreto de acompañamiento hacia un camino de redención…. Y vosotros os ponéis en juego no con palabras, sino con hechos, porque lucháis contra el desperdicio de alimentos recuperando lo que se perdería. Tomáis lo que entra en el círculo vicioso del despilfarro y lo ponéis en el círculo virtuoso del buen uso. Hacéis un poco como los árboles…que respiran polución y restituyen oxígeno. Y, al igual que los árboles, no retenéis el oxígeno: distribuís lo que sea necesario para vivir para que se administre a quienes más lo necesitan”.
“Luchar contra la terrible plaga del hambre también significa combatir el desperdicio –subrayó- El desperdicio manifiesta desinterés por las cosas e indiferencia por los que carecen de él. El desperdicio es la expresión más cruda del descarte. Me viene en mente cuando Jesús, después de distribuir los panes a la multitud, pidió que se recogiesen los pedazos que sobraban para que no se perdiera nada (ver Jn 6:12). Recoger para redistribuir, no producir para dispersar. Descartar los alimentos significa descartar a las personas”.
“Desperdiciar el bien es un mala costumbre que puede infiltrarse en todas partes, también en las obras de caridad –advirtió el Santo Padre- A veces, los impulsos generosos, animados por excelentes intenciones, se ven frustrados por burocracias estancadas, excesivos costos de administración o se traducen en formas asistenciales que no crean un verdadero desarrollo. En el mundo complejo de hoy, es importante que el bien se haga bien: no puede ser fruto de mera improvisación, necesita inteligencia, planificación y continuidad”.
“Por eso me interesa una economía que se parezca más al hombre, que tenga alma y no sea una máquina incontrolable que aplaste a las personas. Demasiados hoy están privados de trabajo, dignidad y esperanza; muchos otros, por el contrario, están oprimidos por ritmos productivos inhumanos, que anulan las relaciones y afectan negativamente a la vida familiar y personal…La economía, nacida para ser "cuidado de la casa", se ha despersonalizado; en lugar de servir al hombre, lo esclaviza, sometiéndolo a mecanismos financieros cada vez más alejados de la vida real y cada vez menos gobernables. Los mecanismos financieros son "líquidos", son "gaseosos", no tienen consistencia. ¿Cómo podemos vivir bien cuando las personas se reducen a números, las estadísticas aparecen más que los rostros y las vidas dependen de los índices bursátiles?”
“¿Qué podemos hacer?, se preguntó el Pontífice al final de su discurso. Frente a un contexto económico enfermo, no se puede intervenir brutalmente, con el riesgo de matar, sino que se debe prestar atención: no se resuelven las cosas desestabilizando o soñando con un retorno al pasado, sino alimentando el bien, emprendiendo caminos sanos y solidarios, siendo constructivos…Necesitamos apoyar a aquellos que quieren cambiar para mejorar, para fomentar modelos de crecimiento basados en la equidad social, la dignidad de las personas, las familias, el futuro de los jóvenes, el respeto por el medio ambiente. No se puede aplazar una economía circular. El desperdicio no puede ser la última palabra dejada en herencia por unos cuantos ricos, mientras que la mayoría de la humanidad permanece en silencio”.