El Santo Padre Francisco, obispo de Roma, ha encontrado esta tarde en la basílica de San Juan de Letrán a su diócesis al final del Año pastoral dedicado a los temas de la memoria y de la reconciliación. Han participado en el encuentro el cardenal vicario Angelo de Donatis, los obispos auxiliares, sacerdotes, religiosos y numerosos laicos. El encuentro se ha abierto con las palabras de un sacerdote que ha explicado el estado de la Iglesia en la ciudad, definiéndola, “tierra de misión”, a la que han seguido las intervenciones de una joven, de una pareja y del director de Caritas que ha hecho hincapié en la pobreza que atenaza a mitad de la población romana.
El Papa ha improvisado un discurso, en el que, constatando la difícil situación de Roma, ha afirmado, que era necesario resistir a la tentación de “reorganizar” las cosas. “No, no, debemos reorganizar la ciudad, reorganizar la diócesis, poner todo en orden, No se trata de "reorganizar". Hemos escuchado [en intervenciones anteriores] los desequilibrios de la ciudad, el desequilibrio de los jóvenes, los ancianos, las familias ... El desequilibrio de las relaciones con los hijos... Hoy estamos llamados a regir el desequilibrio. No podemos hacer algo bueno, evangélico si tenemos miedo al desequilibrio. Tenemos que tomar el desequilibrio con las manos: es lo que nos dice el Señor, porque el Evangelio –creo que me entenderéis- es una doctrina “desequilibrada”. Pensad en las Bienaventuranzas: ¡Se merecen el premio Nobel del desequilibrio!. El Evangelio es así”.
“Tened bien en la mente y en el corazón que, cuando el Señor quiere convertir a su Iglesia, es decir, acercarla más a sí, hacerla más cristiana, hace siempre así: toma al más pequeño y lo coloca en el centro, invitando a todos a ser pequeños y a "humillarse" "- dice literalmente el texto del Evangelio - para volverse pequeño, como lo hizo Él, Jesús. La reforma de la Iglesia comienza con la humildad, y la humildad nace y crece con humillaciones. De esta manera neutraliza nuestras pretensiones de grandeza”.
Después, el Santo Padre habló de los tres sentimientos o rasgos que deben ser el motor propulsor de la misión diocesana. “El primer sentimiento que hay que tener en el corazón para saber escuchar-subrayó- es la humildad y el guardarse mucho de despreciar a los pequeños quienes quiera que sean, los jóvenes que sufren de orfandad o que han acabado en el túnel de las drogas, las familias probadas por la vida cotidiana o rotas en sus relaciones, los pecadores, los pobres, los extranjeros, las personas que han perdido la fe, las que nunca la han tenido, los ancianos, los discapacitados, los jóvenes que buscan el pan en la basura, como hemos escuchado ... ¡Ay de los que miran desde lo alto y desprecian a los pequeños! Solo en un caso podemos mirar a una persona de arriba hacia abajo: para ayudarla a ponerse de pie”.
“El segundo rasgo necesario, -el primero es la humildad: para escuchar, debes abajarte- el segundo rasgo necesario para escuchar el grito es el desinterés. ..El Señor escuchó el grito de los hombres que conoció y estuvo cerca de ellos, porque no tenía nada que defender ni nada que perder ... Deja a las noventa y nueve (ovejas) que estaban a salvo y va a buscar a la perdida. Nosotros, en cambio, como he dicho otras veces, a menudo estamos obsesionados con las pocas ovejas que se han quedado en el recinto. Y muchos dejan de ser pastores de ovejas para convertirse en "peinadores" de ovejas exquisitas ... Nunca encontramos el coraje para buscar a las otras, a las que están perdidas, que van por senderos que nunca hemos recorrido. Por favor, convenzámonos de que todo merece ser dejado y sacrificado por el bien de la misión".
“El último rasgo del corazón, necesario para escuchar el grito y evangelizar, es haber experimentado las Bienaventuranzas ... Las Bienaventuranzas son un mensaje cristiano, pero también humano. Es el mensaje que te hace vivir, el mensaje de la novedad ... las Bienaventuranzas son teocéntricas, miran la vida, te llevan hacia adelante, te desnudan pero te hacen más ligero para seguir a Jesús”.
Por último, el Papa reiteró a su diócesis que para enfrentar los retos de la evangelización, y de la cultura urbana se sirvieran de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, sobre todo del capítulo segundo, que habla de la crisis del compromiso comunitario y les encomendó dos tareas en vista del camino que recorrerán el próximo año:
“En primer lugar: Ejercitar una mirada contemplativa sobre las vidas de las personas que viven en la ciudad. Mirar. Y para hacer esto, en cada parroquia, tratemos de entender cómo vive la gente, cómo piensa, qué sienten los habitantes de nuestro vecindario, adultos y jóvenes; tratemos de recoger historias de vida".
“La segunda tarea es la de ejercitar una mirada contemplativa sobre las nuevas culturas que se generan en la ciudad. “En Evangelii gaudium subrayé – recordó el Papa - que los contextos urbanos son precisamente los lugares donde se produce una nueva cultura: nuevas historias, nuevos símbolos, nuevos paradigmas, nuevos idiomas, nuevos mensajes ... Necesitamos entenderlos; encontrarlos y entenderlos. Y todo esto produce el bien y el mal. El mal a menudo está bajo la mirada de todos: " los «no ciudadanos», los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes urbanos»" (ibid., 74), porque hay personas que no tienen acceso a las mismas oportunidades de vida que otras y que son rechazadas; Así se generan tensiones insoportables. Tened cuidado, porque el fenómeno cultural mundial, digamos al menos europeo, del populismo crece sembrando miedo. Pero en la ciudad también hay mucho bien, porque hay lugares positivos, lugares fructíferos: donde los ciudadanos se reúnen y dialogan de manera constructiva y solidaria, aquí creamos « un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles”.