Publicamos a continuación el texto del mensaje que el Santo Padre ha enviado al Ente Nacional de Sordos (E.N.S.) de Italia con motivo del 60º Día Internacional de las personas sordas que se celebra hoy:
Mensaje del Santo Padre
¡Queridos hermanos y hermanas!
Me gustaría haber estado hoy con vosotros, pero lamentablemente no ha sido posible; por lo tanto, me presento con este mensaje para expresaros mi cercanía, esperando encontrarme con vosotros en una próxima ocasión.
En esta celebración del 60° Día Internacional de las personas sordas, -el primero se celebró en Roma el 28 de septiembre de 1958- deseo ante todo dar gracias al Señor por el testimonio de vuestra Asociación, el Ente Nacional de Sordos (ENS), y de tantos hombres y mujeres de buena voluntad que desde hace muchos años se comprometen en combatir la exclusión y la cultura del descarte para defender y promover, en todos los ámbitos, el valor de la vida de cada ser humano y, en particular, la dignidad de las personas sordas.
La historia del ENS está hecha por personas que creyeron en la unidad, la solidaridad, en el compartir objetivos comunes, en la fuerza de ser comunidad dentro de un largo camino jalonado de progresos, sacrificios y batallas diarias. Una historia hecha por aquellos que no se dieron por vencidos y siguieron creyendo en la autodeterminación de las personas sordas. Es un gran resultado si pienso en las muchas personas sordas y en sus familiares que, enfrentados al desafío de la discapacidad, ya no se sienten solos.
En estas décadas se han logrado grandes avances en diversos campos, científico, social y cultural, pero al mismo tiempo también se ha extendido la peligrosa e inaceptable cultura del descarte, como consecuencia de la crisis antropológica que ya no pone al hombre en el centro, sino que busca más bien el interés económico, el poder y el consumo desenfrenado (cf. Evangelii gaudium, 52-53). Entre las víctimas de esta cultura están las personas más vulnerables, los niños que tienen dificultades para participar en la vida escolar, los ancianos que experimentan la soledad y el abandono, los jóvenes que pierden el sentido de la vida y ven que les roban el futuro y sus mejores sueños
Pensando en vosotros, me gustaría recordar que ser y hacer asociación es en sí mismo un valor. No sois una suma de personas, sino que os habéis unido para vivir y transmitir la voluntad de acompañar y apoyar a aquellos que, como vosotros, están en dificultades pero, ante todo, son una riqueza humana que no tiene precio. Hoy hay una gran necesidad de vivir con alegría y compromiso la dimensión asociativa: estar unidos y ser solidarios, compartir experiencias, éxitos y fracasos, aunar recursos; todo esto contribuye a aumentar el patrimonio humano, social y cultural de un pueblo. Las asociaciones como la vuestra, -gracias a Dios en Italia no son pocas-, animan a todos a formar comunidad; de hecho, a ser comunidad, a acogernos mutuamente con nuestros límites y nuestros esfuerzos, pero también con nuestras alegrías y nuestras sonrisas. ¡Porque todos tenemos capacidades y límites!
Estamos llamados a ir contra la corriente, luchando sobre todo para que siempre esté protegido el derecho de cada hombre y cada mujer a una vida digna. No se trata solo de satisfacer determinadas necesidades, sino todavía más de reconocer el propio deseo de ser acogidos y de poder vivir de forma independiente. El desafío es que la inclusión se convierta en mentalidad y cultura, y que los legisladores y gobernantes no dejen de brindar su apoyo consistente y concreto a esta causa. Entre los derechos que deben garantizarse no hay que olvidar los del estudio, el trabajo, la vivienda, el acceso a la comunicación. Por eso, mientras se lucha con tenacidad contra las barreras arquitectónicas, hay que comprometerse para derribar todas las barreras que impiden la posibilidad de relacionarse y encontrarse con autonomía y de alcanzar una cultura y una práctica de inclusión verdaderas. Esto se aplica tanto a la sociedad civil como a la comunidad eclesial.
Muchos de vosotros han alcanzado su posición social y profesional, incluso de alto nivel, con gran dificultad debido a la sordera, y esta es una gran conquista humana y civil. ¡Pero que contento estoy cuando veo que vosotros, como otras personas con discapacidad, en virtud de vuestro bautismo alcanzáis estos objetivos incluso dentro de la Iglesia, especialmente en el campo de la evangelización! Esto se convierte en ejemplo y estímulo para las comunidades cristianas en su vida diaria.
Espero que en cada diócesis, vosotros los sordos, junto con los agentes pastorales capacitados para el lenguaje de las señas, la lectura de los labios y los subtítulos, colaboréis para que las personas sordas se integren plenamente en la comunidad cristiana y crezca en ellas el sentido de pertenencia. Para ello es necesaria una pastoral inclusiva en parroquias, asociaciones y escuelas.
El primer lugar de inclusión es, sin embargo, como siempre, la familia. Por lo tanto, también en este caso, las familias con personas sordas son protagonistas de la renovación de la mentalidad y del estilo de vida. Lo son tanto como destinatarias de servicios que, con todo derecho, reclaman de las instituciones competentes que como sujetos de acción promocional en los ámbitos civil, social y eclesial.
Queridos amigos, se ha hecho mucho, también gracias a vosotros, para aumentar la acogida, la inclusión, el encuentro, la solidaridad. Pero aún queda mucho por hacer de cara a la promoción de las personas sordas, superando el aislamiento de muchas familias y rescatando a aquellos que todavía son objeto de discriminación inaceptable. Que mi oración y mi bendición os acompañen en este compromiso renovado. Pero vosotros también, por favor, no os olvidéis de rezar por mí y por toda la Iglesia, para que se convierta cada vez más en una comunidad fraterna y hospitalaria.
Del Vaticano, 28 de septiembre de 2018
FRANCISCO