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Intervención del Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO en la XXXI Conferencia Regional de al FAO en Europa y Vorónezh (Federación Rusa), 16.05.2018

Discurso  de Mons. Fernando Chica Arellano

Señor Presidente:

1. Le agradezco que me haya concedido el uso de la palabra y quisiera por su medio dirigir un agradecimiento especial al Gobierno de la Federación Rusa por la acogida brindada y el apoyo que ha querido otorgar a este encuentro. Agradezco igualmente a la Oficina Regional de la FAO para Europa y Asia Central todo lo que ha hecho para facilitar nuestros trabajos, suministrando los elementos necesarios para comprender la situación agrícola y nutricional de la zona e indicando también sus problemas, no siempre fáciles de afrontar. Me refiero, en particular, a aquellas situaciones en las que los factores y causas naturales se entrelazan con la necesidad de tomar decisiones que requieren un esfuerzo adicional de solidaridad.

Las políticas que se han puesto en práctica en algunas zonas y a diversos niveles siguen siendo la única garantía para alcanzar y mantener aquella seguridad alimentaria que es esencial para la Región. Aunque son evidentes las señales positivas que demuestran la eficacia de las estrategias para promover el desarrollo rural y afrontar los cambios climáticos, así como las diversas iniciativas puestas en marcha para garantizar a las poblaciones más pobres que puedan acceder al mercado, en el inmediato porvenir estamos llamados a responder a las necesidades relacionadas con la consecución de los objetivos previstos por la Agenda 2030. Para ello, es de vital importancia redoblar el compromiso, pues no se trata solamente de enumerar sugerencias, sino, sobre todo, de programar un futuro realmente sostenible.

2. La Delegación de la Santa Sede quiere contribuir con los objetivos de esta Conferencia haciendo referencia a la agenda de sus trabajos, manteniendo su línea de interesarse asimismo por las soluciones técnicas pero para poner de relieve el componente humano. Una verdadera cooperación, en efecto, se debe pensar y estructurar teniendo presente la realidad de las personas y de las poblaciones implicadas, tratando de comprender las raíces de su vulnerabilidad y afrontando decididamente sus exigencias efectivas. Lo recordaba el Papa Francisco en su visita a la FAO el pasado 16 de octubre: «Nos urge, pues, encontrar nuevos caminos para transformar las posibilidades de que disponemos en una garantía que permita a cada persona encarar el futuro con fundada confianza, y no solo con alguna ilusión» (Discurso en la sede de la FAO con ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación, 16 de octubre de 2017, 1).

Los datos relativos a la Región muestran cómo en algunas zonas ya es evidente el daño que están provocando los cambios climáticos, evidenciando fenómenos que ponen a dura prueba el sistema social y económico, la fragilidad de algunas poblaciones manifestada en los niveles de producción del sector agrícola, así como necesidades palmarias de alimentos y recursos. Si a eso se añaden los efectos de una situación económica mudable o el predominio de intereses inadecuados con respecto a los problemas existentes, no parece que sea fácil pensar también en la necesidad y urgencia de fortalecer la capacidad de resiliencia de las poblaciones.

No hay, pues, tiempo que perder. A las palabras y declaraciones solemnes han de seguir acciones incisivas e iniciativas eficaces y coordinadas. En esta dirección, podemos y debemos confiar en los conocimientos científicos y técnicos para enfrentar los problemas relacionados con la falta de agua, pero también debemos apoyar irrestrictamente la puesta en práctica de instrumentos como el Acuerdo de París, sabiendo que para hacerlo es preciso un compromiso concreto y no solo la buena voluntad. Descuidar o incluso modificar de modo definitivo los delicados equilibrios de ecosistemas como la agricultura, la pesca y los recursos forestales puede convertirse en un camino sin retorno que haga aún más arduo sostener los esfuerzos para socorrer a las personas marginadas.

La Santa Sede está aquí con Ustedes para sostener cualquier esfuerzo concreto y en aras de conseguir resultados a corto y largo plazo, de modo que se evite la multiplicación de elementos negativos y se apague la capacidad de reacción de las personas y las comunidades para mantener en las zonas rurales el empleo, el intercambio de información, un cultivo esmerado y niveles de vida no solo suficientes, sino que respondan realmente a las necesidades de cada uno. No podemos cometer el error, como recordaba el Papa Francisco en la FAO, de «conformarnos con decir “otro lo hará”» (Discurso en la sede de la FAO con ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación, 16 de octubre de 2017, 2).

Ahora bien, con vistas al futuro, la centralidad de la actividad económica en la agricultura será eficaz si su contribución puede cooperar a un desarrollo realmente sostenible. Y diversos factores complican todavía más las cosas, pues se formulan estrategias a menudo orientadas a favorecer algunos sectores antes que a brindar una visión unitaria del desarrollo, que es aquella que coloca en el centro las exigencias de la persona. La Santa Sede está convencida de que la falta de atención a esta orientación podría limitar los resultados esperados.

3. A las exigencias del mundo rural se vinculan hoy dos cuestiones principales y en ciertos aspectos novedosas con respecto a las estrategias de desarrollo. Ante todo, la protección de los ecosistemas agrícolas y forestales, condicionados por la variabilidad y los cambios climáticos, a los que se unen fenómenos aluvionales o una rápida desertificación, que afectan también a zonas y poblaciones hasta ahora inmunes a tales incidencias. A menudo se conocen las causas de estas situaciones y se vislumbran los remedios, pero la implicación en cuestiones más inmediatas hace que se posponga una adecuada intervención.

Luego hay que considerar también el papel creciente de las nuevas técnicas de cultivo agrícola y el apoyo que las mismas reciben. No se trata de contraponer a los resultados alcanzados por la investigación científica y tecnológica una actitud de rechazo hacia los sistemas de producción innovadores o quizás más consistentes, sino de pensar en un ordenado equilibro de dichos sistemas y en la adecuada prevención de los riesgos que pueden sufrir las personas o los ecosistemas. Esto significa que la investigación debe orientarse sobre todo a fortalecer la producción agrícola en razón de una demanda creciente de alimentos, pero sin olvidar que la prioridad del uso de los alimentos, como la palabra misma lo indica, es la alimentación. Esto permitirá reconocer asimismo la sostenibilidad de la producción agrícola y la protección del medio ambiente y, por consiguiente, otorgar al concepto de agro-ecología un significado concreto y posible.

4. Señor Presidente, satisface comprobar que en las estrategias propuestas se resalte la atención al sector de la agricultura familiar y a su función de sujeto económico. Pero esto no debe hacernos descuidar que la familia rural, además de manifestar una directa participación en los procesos y en las posibles tomas de decisión, tiene que ser considerada también en su realidad natural que la configura como custodia de valores, del sentido de la solidaridad y del amor hacia los más débiles, y al mismo tiempo como garante de métodos de producción que respondan a las características del territorio y de los ecosistemas. Si lográramos transformar nuestras sociedades en grandes familias, carentes de egoísmo y colmadas de amor, los problemas vinculados a la seguridad alimentaria serian más gestionables o acaso no existirían. Dicha atención a la familia y a su centralidad en las zonas rurales, a menudo distantes de los centros institucionales, podría resultar determinante con miras a un mayor compromiso para permitir a la FAO ser aquella estructura de recolección, estudio y divulgación de los datos sobre la agricultura y sobre las técnicas de producción que viene requerida por su Carta de Constitución.

De parte suya, mi Delegación quiere nuevamente reafirmar la disponibilidad de la Iglesia católica, y de sus bien conocidas estructuras y formas de organización, para contribuir con este esfuerzo, de modo que todos seamos conscientes de que el objetivo de la seguridad alimentaria, en la era de la globalización, “se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta” (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 27).

Muchas gracias.