Esta tarde a las 14.45 en la Conmemoración de los fieles difuntos, el Santo Padre Francisco ha ido al Cementerio Americano de Neptuno para celebrar la santa misa. Cuando llegó el Papa depositó 10 rosas blancas sobre otras tantas tumbas, entre las cuales la de un soldado desconocido, la de un italoamericano y la de un hebreo. Después, fue recibido en la sacristía por el obispo de Albano, S.E. Mons. Marcello Semeraro, por la directora del cementerio, Melanie Resto, el alcalde de Neptuno Angelo Casto, y el teniente de alcalde de Anzio Giorgio Zucchini.
A las 15,00 el Santo Padre ha celebrado la santa misa.
Publicamos a continuación la transcripción de la homilía improvisada por el Papa durante la celebración eucarística en el Cementerio Americano de Neptuno.
Homilía del Santo Padre
Todos nosotros estamos hoy reunidos en la esperanza. Cada uno de nosotros, en su corazón, puede repetir las palabras de Job que hemos escuchado en la primera lectura: « Yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo». La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos: Y esa esperanza no defrauda. Pablo fue contundente con esa frase de la segunda lectura: “La esperanza no defrauda”.
Pero la esperanza muchas veces nace y hecha sus raíces en tantas llagas humanas, en tantos dolores humanos, y ese momento de dolor, de herida, de sufrimiento, nos hace mirar al cielo y decir: “Yo creo que mi Redentor está vivo. Pero detente, Señor”. Y esa es la oración que tal vez sale de todos nosotros cuando miramos este cementerio: “Estoy seguro Señor de que estos hermanos nuestros están contigo. Estoy seguro”. Es lo que decimos. “Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la guerra. Nunca más esta “masacre inútil”, como dijo Benedicto XV. Mejor esperar sin esta destrucción: Miles, miles, miles, y miles de jóvenes,... esperanzas rotas. ¡No más Señor! Y esto debemos decirlo hoy cuando rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar rezamos de modo especial por estos muchachos. Hoy, cuando el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir con más fuerza a la guerra. “No más Señor, no más”. Con la guerra se pierde todo.
Me viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima con resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa resignación lamentosa que saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: “Los hombres hacen de todo para declarar y hacer la guerra, y al final, se destruyen a sí mismos”. Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Seguramente aquella mujer, aquella anciana había perdido hijos, y nietos. Solamente le quedaban la herida en el corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy también es un día de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y lloraban las mujeres cuando llegaba el correo: “Usted señora tiene el honor de que su marido haya sido un héroe de la Patria”; “ de que sus hijos, sean héroes de la Patria”. Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. ¡El orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla!
Cuando muchas veces en la historia los hombres piensan en hacer una guerra, están convencidos de crear un mundo nuevo, de construir una "primavera". Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, por todos. Pero de modo especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día, en esta guerra a pedazos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños, inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos dé la gracia de llorar.