A mediodía el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.
Estas han sido las palabras del Papa antes de la oración mariana
Antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje del Evangelio de este domingo (Mt 18.21 a 35) nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega la ofensa padecida pero reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, es siempre más grande que el mal que comete. San Pedro pregunta a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? »(V. 21). A Pedro ya le parece el máximo perdonar siete veces a una misma persona; y tal vez a nosotros ya nos parece mucho hacerlo dos veces. Pero Jesús responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces» (v. 22), es decir, siempre. Tú debes perdonar siempre. Y lo reafirma narrando la parábola del rey misericordioso y el siervo despiadado, en la cual muestra la incoherencia de aquel que había sido perdonado antes y que luego se niega a perdonar.
El rey de la parábola es un hombre generoso que, movido por la compasión, condona una deuda enorme - "diez mil talentos" -: enorme, a un siervo que le suplica. Pero ese mismo siervo, tan pronto como se encuentra con otro siervo que le debía cien denarios - es decir, mucho menos -, se porta de forma despiadada, haciendo que lo metan en la cárcel. La actitud incoherente de este siervo es también la nuestra cuando rechazamos el perdón a nuestros hermanos. Mientras que el rey de la parábola es la imagen de Dios que nos ama de un amor tan rico de misericordia como para acogernos, amarnos y perdonarnos continuamente.
Desde nuestro Bautismo, Dios nos ha perdonado, condonándonos una deuda insolvente: el pecado original. Pero esa es la primera vez. Después , con una misericordia sin límites, Él nos perdona todas las culpas tan pronto como mostramos incluso sólo un pequeño signo de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso. Cuando tenemos la tentación de cerrar el corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del Padre celestial al siervo despiadado: «Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?» (Vv 32-33). Cualquiera que haya experimentado la alegría, la paz y la libertad interior que procede del ser perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar a su vez.
En la oración del Padrenuestro, Jesús quiso incluir la misma enseñanza de esta parábola. Puso en relación directa el perdón que pedimos a Dios con el perdón que debemos conceder a nuestros hermanos, «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12). El perdón de Dios es el signo de su amor desbordante por cada uno de nosotros; es el amor que nos deja libres de alejarnos, como el hijo pródigo, pero que espera cada día nuestro regreso; es el amor emprendedor del pastor por la oveja perdida; es la ternura que recibe a cada pecador que llama a su puerta. El Padre celestial, nuestro Padre, está lleno, lleno de amor y quiere ofrecérnoslo, pero no puede hacerlo si cerramos nuestro corazón al amor por los demás.
Que la Virgen María nos ayude a ser cada vez más conscientes de la gratuidad y la grandeza del perdón recibido de Dios, para volvernos misericordiosos como Él, Padre bueno, lento a la ira y grande en amor.
Después del ángelus
Queridos hermanos y hermanas
Os saludo con afecto a todos , romanos y peregrinos provenientes de diferentes países: familias, grupos parroquiales, asociaciones.
Saludo a los fieles de La Plata (Argentina), a los oficiales de la Escuela Militar de Colombia y a los catequistas de Rho.
Saludo también a los participantes en la carrera de Via Pacis, que ha pasado por lugares de culto de las diversas confesiones religiosas presentes en Roma. Deseo que esta iniciativa cultural y deportiva favorezca el diálogo, la convivencia y la paz.
Saludo a los numerosos jóvenes llegados desde Loreto, acompañados por los frailes franciscanos que han comenzado hoy una jornada de reflexión y meditación. ¡Nos traéis el "perfume" del Santuario de la Santa Casa, gracias! Saludo también a los voluntarios de Pro Loco y a los caminantes que comienzan hoy la peregrinación hasta Asís. ¡Buen camino!
Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!