Publicamos a continuación la Carta del Santo Padre a los obispos de Japón con motivo de la visita pastoral del cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (17-26 de septiembre 2017)
Carta del Santo Padre
Queridos hermanos en el episcopado:
La visita pastoral del Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos me brinda la oportunidad de enviaros mi cordial saludo recordando nuestro encuentro durante vuestra visita ad Limina en marzo de 2015.
Quiero confiaros que, cada vez que pienso en la Iglesia en Japón, mis pensamientos corren al testimonio de los tantos mártires que ofrecieron sus vidas por la fe. Tienen desde siempre un lugar especial en mi corazón: pienso en San Pablo Miki y sus compañeros, que en 1597 fueron inmolados, fieles a Cristo y a la Iglesia; pienso en los innumerables confesores de la fe, en el beato Justus Takayama Ukon, que en el mismo periodo eligió la pobreza y el exilio antes que abjurar del nombre de Jesús. ¿Y qué decir de los llamados "cristianos escondidos", que desde 1600 hasta mediados de 1800 vivieron en la clandestinidad, con tal de no abjurar, sino para preservar su fe, y de los cuales recordamos recientemente el 150 aniversario del descubrimiento? La larga lista de mártires y confesores de la fe, por nacionalidad, idioma, clase social y edad, ha tenido en común un profundo amor al Hijo de Dios, renunciando o al propio estado civil o a otros aspectos de su situación social, todo “para ganar a Cristo”(Filipenses 3: 8).
Consciente de este patrimonio espiritual, me gustaría dirigirme a vosotros, hermanos que lo habéis heredado y que con delicada solicitud proseguís la tarea de la evangelización, especialmente cuidando a los más débiles y favoreciendo la integración en la comunidad de fieles de varias procedencias . Quiero daros las gracias por esto, así como por el esfuerzo en la promoción cultural, el diálogo interreligioso y el cuidado de la creación. En particular, quisiera reflexionar con vosotros sobre el compromiso misionero de la Iglesia en Japón. "Si la Iglesia nació católica (es decir, universal) significa que nació “en salida”, que nació misionera" (Audiencia General del 17 de septiembre de 2014). Efectivamente, "el amor de Cristo nos empuja" (2 Cor 5,14) a ofrecer la vida por el Evangelio. Ese dinamismo muere si perdemos el entusiasmo misionero. Por eso “la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás”(ibid., N. Evangelii gaudium, 10).
Me detengo en el sermón de la montaña, en que Jesús dice: "Vosotros sois la sal de la tierra; [...] Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14). La sal y la luz están en función de un servicio. La Iglesia como sal tiene la tarea de preservar de la corrupción y dar sabor; como luz impide que prevalezcan las tinieblas, asegurando una visión clara de la realidad y del fin de la existencia. Estas palabras son también un fuerte llamamiento a la fidelidad y a la autenticidad: Es necesario, realmente, que la sal dé sabor y la luz venza la oscuridad. El Reino de los Cielos -como dice Jesús –se presenta al principio con la pobreza de un poco de levadura o de una pequeña semilla; esta simbología reproduce bien la situación actual de la Iglesia en el contexto del mundo japonés. Jesús le ha confiado una gran misión espiritual y moral. Sé que hay no pocas dificultades debido a la falta de clero, de religiosos, de religiosas y de una participación limitada de los fieles laicos. Pero la escasez de trabajadores no puede reducir el compromiso de la evangelización; por el contrario, es la ocasión que nos lleva a buscarlos sin cesar, como el dueño de la viña que sale a todas horas para encontrar nuevos trabajadores para su viña (Mt 20,1 -7).
Queridos hermanos, los desafíos que plantea la realidad actual no pueden hacer que nos resignemos ni tampoco remitirnos a un diálogo irénico y paralizador, aunque algunas situaciones problemáticas despiertan no pocas preocupaciones. Me refiero, por ejemplo, a la alta tasa de divorcios, a los suicidios incluso entre los jóvenes, a las personas que eligen vivir totalmente ajenas a la vida social (hikikomori), al formalismo religioso y espiritual, al relativismo moral, a la indiferencia religiosa, a la obsesión por el trabajo y las ganancias. También es cierto que una sociedad que corre en el desarrollo económico crea también entre vosotros pobres, marginados y excluidos. Pienso no sólo en aquellos que lo son materialmente, sino también en quienes lo son espiritual y moralmente. En este contexto tan peculiar se plantea con urgencia la necesidad de que la Iglesia en Japón renueve constantemente la opción por la misión de Jesús y sea sal y luz. La verdadera fuerza evangelizadora de vuestra Iglesia, que también viene de haber sido una iglesia de mártires y confesores de la fe, es un gran bien que debe ser custodiado y desarrollado.
En este sentido, quisiera destacar la necesidad de una formación sacerdotal y religiosa sólida e integral, una tarea particularmente urgente en la actualidad, por causa sobre todo de la propagación de la "cultura de lo provisional" (Encuentro con seminaristas, novicios y novicias, 6 de julio de 2013). Esa mentalidad lleva sobre todo a los jóvenes, a pensar que no sea posible amar de verdad, que no haya nada estable y que todo, incluyendo el amor, sea relativo a las circunstancias y a las exigencias del sentimiento. Un paso más importante en la formación sacerdotal y religiosa es, por lo tanto, ayudar a las personas que emprenden ese camino a comprender y experimentar en profundidad las características del amor enseñado por Jesús, que es gratuito, implica el sacrificio de sí mismo, es perdón misericordioso. Esta experiencia vuelve capaces de ir a contracorriente y de confiar en el Señor, que no defrauda. Es el testimonio del que la sociedad japonesa tiene tanta sed.
Quiero decir una palabra más sobre los movimientos eclesiales aprobados por la Sede Apostólica. Con su impulso evangelizador y su testimonio, pueden ser de ayuda en el servicio pastoral y en la missio ad gentes. De hecho, en las últimas décadas, el Espíritu Santo ha suscitado y suscita en la Iglesia hombres y mujeres que desean, con su participación, vivificar el mundo en el que operan, y a menudo involucrando a sacerdotes y religiosos, que también son miembros de ese Pueblo al que Dios llama a vivir plenamente su misionaridad. Tales realidades contribuyen a la obra de evangelización; como obispos estamos llamados a conocer y acompañar los carismas de los que son portadoras y hacerlos parte de nuestra obra en el contexto de la integración pastoral.
Queridos hermanos en el episcopado, encomiendo a cada uno de vosotros a la intercesión de la Santísima Virgen María y os aseguro mi cercanía y oración. ¡Que el Señor envíe obreros a su Iglesia en Japón y os sostenga con su consuelo! Gracias por vuestro servicio eclesial. Extiendo sobre vosotros, sobre la Iglesia en Japón y su noble pueblo la bendición apostólica, mientras os pido que no me olvidéis en vuestras oraciones.
Desde el Vaticano, 14 de septiembre 2017,
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.