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Carta del Santo Padre al arzobispo mayor de Kyiv-Halyč (Ucrania), con ocasión de las exequias del cardenal Lubomyr Husar , 05.06.2017

Publicamos a continuación la carta que el Santo Padre ha enviado a Su Beatitud  Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de  Kyiv-Halyč (Ucrania), con ocasión de las exequias del cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor emérito de Kyiv-Halyč, fallecido el pasado  31de mayo:

Carta del Santo Padre

A Su Beatitud

Sviatoslav Shevchuk

Arzobispo mayor de  Kyiv-Halyč

 

Beatitud,

en el día en el que tiene lugar la celebración de cristiana despedida de la querida presencia terrena del arzobispo mayor emérito de Kyiv-Halyč, el cardinal Lubomyr Husar, deseo una vez más estar entre los que rezan al Padre celeste, encomendándole el alma elegida de nuestro hermano.

Me lleva a hacerlo la extraordinario afluencia de personas que en estos días se han acercado a rendir homenaje a los restos mortales del cardenal y de los que tengo conocimiento.

Esta presencia es el signo elocuente de lo que él ha sido: una entre las autoridades morales más elevadas y respetadas en los últimos decenios del pueblo ucraniano.

Me dirijo a usted, Beatitud, a quien me une una relación de conocimiento y estima desde hace mucho tiempo, para consolarlo en la pérdida de quien le ha sido padre y guía espiritual.

Lo fue para toda la Iglesia greco-católica, que él recogió de la herencia de las “catacumbas” en las que se vio obligado por la persecución, y a la cual devolvió no solo las estructuras eclesiásticas, sino sobre todo la alegría de la propia historia, fundada en la fe a través y más allá de todo sufrimiento. Después de un trabajo arduo e intenso de su ministerio como “padre y jefe” de la Iglesia greco-católica, al alcanzar la vejez y la enfermedad, su presencia entre el pueblo cambió de estilo, pero, si es posible, se hizo aún más intensa y rica.

Casi regularmente él intervenía en la vida de vuestro país como maestro de sabiduría: su hablar era sencillo, comprensible a todos, pero muy profundo. La suya era la sabiduría del Evangelio, era el pan de la Palabra de Dios partido para los sencillo, para los que sufren, para todos aquellos que buscaban dignidad.

Sus exhortaciones eran dulces, pero también muy exigentes para todos.

Rezaba incesantemente por todos, sintiendo que este era su nuevo deber.

Y muchos se sentían representados, interpelados y consolados por él, creyentes y no creyentes, también más allá de las diferencias confesionales.

Todos escuchaban que hablaba un cristiano, un ucraniano apasionado por su identidad, siempre lleno de esperanza, abierto al futuro de Dios. Tenía una palabra para cada uno, “sentía” a las personas con el calor de su gran humanidad y de una exquisita gentileza.

Amaba sobre todo dialogar con los jóvenes, con los cuales tenían una excepcional capacidad de comunicar y que acudían a él numerosos.

Me conmueve pensar que hoy por todo Ucrania se llora por él, pero que muchos están seguros de que él ya descansa en el abrazo del Padre celeste. Ellos sienten que, después de haber tenido un ejemplo de vida coherente y creíble, podrán continuar y beneficiarse de su oración, con quien protegerá a su pueblo que aún sufre, marcado por la violencia y la inseguridad, y todavía seguro de que el amor de Cristo no decepciona.

Agradecido por esta presencia única, religiosa y social en la historia de Ucrania, os invito a ser fieles a la constante enseñanza y al total abandono a la Providencia. Continuad sintiendo su sonrisa y su caricia.

Sobre todos vosotros, amados ucranianos, en patria y en la diáspora, invoco la abundancia de las bendiciones celestes.

Desde el Vaticano, 5 junio 2017