Judit, la heroína del pueblo hebreo, como imagen de esperanza, ha protagonizado la catequesis del Santo Padre durante la audiencia general de los miércoles celebrada en el Aula Pablo VI. Francisco ha contextualizado su figura recordando que su acción se desarrolla en medio de la masiva campaña militar de expansión de Nabucodonosor que, desde Nínive, quiere esclavizar a los pueblos cercanos. Es un enemigo hasta entonces invencible que siembra muerte y destrucción y pone en peligro la vida de Israel, sobre todo cuando su general, Holofernes, pone sitio a Betulia, cortando el suministro de agua y socavando la resistencia de la población.
La situación es dramática, hasta el punto de que los residentes de la ciudad recurren a los ancianos para pedir una rendición al enemigo. Y sus palabras son desesperadas : "No hay nadie que nos pueda ayudar, porque Dios nos ha vendido en sus manos para sucumbir ante ellos de sed y destrucción total. “Llegaron a decir esto :’Dios nos ha vendido’ ; era muy grande la desesperación entre aquella gente”, explicó el Pontífice. “Llamadles ahora mismo y entregad la ciudad al saqueo de la gente de Holofernes y de todo su ejército"(Judit 7,25 a 26), dice la Biblia. “El fin parece inevitable y la capacidad de confiar en Dios se ha agotado. ¡Cuántas veces llegamos a situaciones límite donde no sentimos ni siquiera la capacidad de confiar en el Señor!. Es una mala tentación…Y paradójicamente, parece que, para escapar de la muerte, no se puede hacer nada más que entregarse al asesino. Saben que los soldados entrarán para saquear la ciudad, tomar a las mujeres como esclavas y matar después a todos los demás. Este es el límite”.
Y ante tanta desesperación, el jefe del pueblo intenta aferrarse a una esperanza: resistir cinco días más a la espera de la intervención salvadora de Dios. Pero es una esperanza débil, que le lleva a decir : "Pero si pasan estos días sin recibir ayuda cumpliré vuestros deseos"(7, 31).”Pobre hombre, no tenía otra salida –comentó el Santo Padre- A Dios le conceden cinco días – y aquí está el pecado- para que intervenga; cinco días de espera, pero ya con la perspectiva del fin…no tienen confianza, esperan lo peor”.
En esa situación aparece en escena la viuda Judit, bella y sabia que les habla con el lenguaje de la fe. “Valiente, reprocha al pueblo cara a cara diciendo: "Tentáis al Señor Omnipotente, [...]. No, hermanos, no provoquéis la cólera del Señor, Dios nuestro Dios. Si no quiere socorrernos en el plazo de cinco días, tiene poder para protegernos en cualquier otro momento, como lo tiene para aniquilarnos en presencia de nuestros [...] Pidámosle más bien que nos socorra mientras esperamos confiadamente que nos salve. Y el escuchará nuestra súplica si le place hacerlo "(8,13.14-15.17).
Es el lenguaje de la esperanza. Llamemos a la puerta del corazón de Dios; el es Padre, puede salvarnos. ¡Esta mujer, viuda, corre el peligro de ponerse en ridículo ante los demás! ¡Pero es valiente! ¡Sale adelante! Y esta es una opinión mía: Las mujeres son más valientes que los hombres”, aseveró el Papa entre los aplausos de los presentes.
“Con la fuerza de un profeta, Judit llama a los hombres de su pueblo para que vuelvan a confiar en Dios; con la mirada de un profeta, que ve más allá del horizonte estrecho propuesto por los líderes y que el miedo hace que sea aún más limitado. Dios actuará con seguridad - dice -, mientras que la propuesta de los cinco días de espera es una manera de tentarlo y de escapar de su voluntad. El Señor es el Dios de la salvación – y ella está convencida- sea cual sea la forma que adopte. La salvación es liberar de los enemigos y hacer vivir, pero, en sus planes impenetrables, la salvación puede ser también la entrega a la muerte. Mujer de fe, ella lo sabe. Sabemos como terminó las historia: Dios salva”.
“Queridos hermanos y hermanas –advirtió Francisco- nunca pongamos condiciones a Dios y dejemos en cambio que la esperanza venza nuestros temores. Confiar en Dios significa entrar en sus diseños sin pretender nada, aceptando incluso que su salvación y su ayuda nos lleguen de una forma diferente de nuestras expectativas. Pedimos al Señor vida, salud, afecto, felicidad; y es justo hacerlo, pero conscientes de que Dios es capaz de hacer brotar la vida incluso de la muerte, de que se puede experimentar la paz, incluso en la enfermedad, y de que puede haber serenidad también en la soledad y felicidad en medio de las lágrimas. No somos nosotros quienes pueden enseñar a Dios lo que tiene que hacer, lo que necesitamos. Lo sabe mejor que nosotros, y tenemos que fiarnos, porque sus caminos y sus pensamientos son diferentes a los nuestros”.
“El camino que Judit nos indica es el de la confianza, el de la espera en la paz, la oración y la obediencia. Es el camino de la esperanza. Sin resignaciones fáciles, haciendo todo lo posible, pero permaneciendo siempre en el surco de la voluntad del Señor”. Judit, como sabemos “rezó tanto, habló tanto al pueblo y después, con coraje, se fue, buscó la manera de acercarse al jefe del ejército y consiguió cortarle la cabeza, degollarlo. Es valiente en la fe y en las obras. ¡Y busca siempre al Señor! De hecho, tiene un plan que lleva a cabo con éxito y consigue la victoria para su gente , pero siempre en la actitud de fe de los que aceptan todo de la mano de Dios, segura de su bondad”.
Así, “una mujer llena de fe y valor da nueva fuerza a su pueblo en peligro de muerte y le lleva por el camino de la esperanza, que también nos indica a nosotros. Y, si pensamos un poco, cuantas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes, de personas humildes, de mujeres humildes de las que uno piensa –sin despreciarlas- que sean ignorantes…Pero son palabras de la sabiduría de Dios…Las palabras de las abuelas , que tantas veces dicen las palabras justas, las palabras de esperanza, porque tienen experiencia de vida, han sufrido tanto, se han confiado a Dios y el Señor otorga el don de brindarnos el consejo de la esperanza. Y yendo por esos caminos, dará luz y alegría pascual confiar en el Señor con las palabras de Jesús: "Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya "(Lucas 22:42). “Y esta –terminó el Santo Padre- es la oración de la sabiduría, de la confianza y de la esperanza”.