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Misa en el santuario de Jasna Góra en el 1050 aniversario del bautismo de Polonia: Ir más allá de los errores y heridas del pasado y crear comunión con todos, 28.07.2016

El Papa Francisco comenzó su segunda jornada en Polonia con una visita al convento de las Hermanas de la Presentación, poco distante del arzobispado. El convento, constituido por  una serie de edificios del siglo XVIII, comprende además una escuela media pública y una escuela superior y en él se encuentra la iglesia de San Juan, considerado uno de los edificios históricos más relevantes de Cracovia. A su llegada el Santo Padre fue recibido por la Superiora General de la Congregación y se detuvo unos momentos para rezar en silencio  en la capilla con 30 religiosas de la comunidad y algunos estudiantes. Después firmó en el Libro de Honor de la comunidad con estas palabras: „Les agradezco su valioso servicio, las bendigo y aliento su misión educativa: cultivar con amor las semillas de bondad, belleza y verdad que Dios siembra en las nuevas generaciones”.

 

Antes de trasladarse en automóvil a Czestochowa fue a ver al hospital, -donde se encuentra ingresado enfermo de gravedad- al cardenal Franciszek Macharsk, arzobispo emérito de Cracovia, para emprender después el viaje al santuario mariano de Jasna Góra.

 

La ciudad de Czestochowa está hermanada con otras ciudades de culto mariano como Belén,  Nazaret, Fátima y Loreto y su santuario Jasna Góra (Monte Claro) es el más famoso santuario mariano en Polonia y meta de peregrinaciones. Desde el siglo XV se venera allí el icono de la Madre de Dios, también llamado “La Virgen Negra”, debido a su piel oscura. En 2016 Polonia ha celebrado el 360 aniversario de la entrega a María de la nación durante la invasión sueca (1656) y el 60 aniversario de los votos del pueblo polaco en 1956. En ese santuario el 4 de junio de 1979, san Juan Pablo II confío a María su pontificado y en 1997 definió a Jasna Góra como el santuario de la nación, el confesionario y el altar. Es -dijo- el lugar de la transformación espiritual, de la conversión y de la renovación de la vida de los polacos.

 

El icono bizantino de la Virgen Negra , del tipo Odigitria (La que indica el camino), está vestido con un nuevo manto regalado en ocasión del voto formulado en el 350 aniversario de la milagrosa defensa de Jasna Góra y también como manifestación de gratitud por la vida de Juan Pablo II en el 25 aniversario del nacimiento del sindicato Solidarnosc. Las coronas de oro de la Virgen y el Niño fueron ofrecidas y bendecidas por san Juan Pablo II el 1 de abril de 2005, la víspera de su muerte. En la capilla, al lado de la imagen, hay una rosa de oro regalada por el beato Pablo VI, que hubiera querido participar en la celebración del milenio del bautismo de Polonia en 1966 pero el régimen comunista no dio su permiso. La depositó allí san Juan Pablo II durante su viaje a Polonia en 1979, al igual que hizo en 1982 con un corazón de oro con la frase “Totus Tuus”. En 2004 se llevó también la cinta talar manchada de sangre que tenía puesta el Papa en el atentado del 13 de mayo de 1981.

 

Los orígenes del santuario se remontan a 1382 cuando se funda en la colina luego llamada Jasna Góra un monasterio para los Paulinos de Hungría. Alrededor de esa fecha aparece el célebre icono de la Virgen y de allí a poco Jasna Góra se convierte en el santuario mariano más famoso no solo de Polonia sino de las naciones cercanas. El flujo de peregrinos hace necesaria la construcción de nuevos edificios entre los siglos XV y XX. Actualmente el santuario es visitado cada año por unos 4 millones de peregrinos procedentes de más de ochenta países.

 

A su llegada  a Częstochowa, el Santo Padre dio una larga larga vuelta en papamóvil entre los fieles que lo esperaraban en la plaza del santuario y en sus adyacencias y   a las 9,45 fue acogido  en el monasterio de Jasna Góra  por el  Superior General de la Orden de San Pablo Primer Eremita, el  Padre Arnold Chrapkowski. Dentro de la capilla de la Virgen Negra se habían reunido unos 300 padres de ese  Instituto Religioso. Allí el Papa rezó en silencio ante el icono mariano para ofrecerle después una rosa de oro.

 A las 10,30 el  Papa presidió  la santa misa en ocasión  del 1050° aniversario del bautismo de  Polonia, concelebrada con los obispos de Polonia y miles de sacerdotes polacos y de otras nacionalidades. Estuvieron presentes en la celebración eucarística el presidente de la República  Repubblica Andrzej Duda y los más altos cargos del Estado.

 

En su homilía, que ofrecemos a continuación, el Papa subrayó como Dios entreteje en la humanidad la historia de la salvación, reiterando  que el Señor prefiere instalarse en lo pequeño, al contrario del hombre, que tiende a querer algo cada vez más grande. “Ser atraídos por el poder, por la grandeza y por la visibilidad es algo trágicamente humano –dijo- y es una gran tentación que busca infiltrarse por doquier; en cambio, donarse a los demás, cancelando distancias, viviendo en la pequeñez y colmando concretamente la cotidianidad, esto es exquisitamente divino”. También pidió que María “firme al pie de la cruz y perseverante en la oración con los discípulos en espera del Espíritu Santo” infundiera  “el deseo de ir más allá de los errores y las heridas del pasado, y de crear comunión con todos, sin ceder jamás a la tentación de aislarse e imponerse”.

 

Sigue la homilía del Papa:

 

Las lecturas de esta liturgia muestran un hilo divino, que pasa por la historia humana y teje la historia de la salvación.

El apóstol Pablo nos habla del gran diseño de Dios: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer» Sin embargo, la historia nos dice que cuando llegó esta «plenitud del tiempo», cuando Dios se hizo hombre, la humanidad no estaba tan bien preparada, y ni siquiera había un período de estabilidad y de paz: no había una «edad de oro». Por lo tanto, la escena de este mundo no ha merecido la venida de Dios, más bien, «los suyos no lo recibieron»  La plenitud del tiempo ha sido un don de gracia: Dios ha llenado nuestro tiempo con la abundancia de su misericordia, por puro amor-¡por puro amor!- ha inaugurado la plenitud del tiempo.

Sorprende sobre todo cómo se realiza la venida de Dios en la historia: «nacido de mujer». Ningún ingreso triunfal, ninguna manifestación grandiosa del Omnipotente: él no se muestra como un sol deslumbrante, sino que entra en el mundo en el modo más sencillo, como un niño dado a luz por su madre, con ese estilo que nos habla la Escritura: como la lluvia cae sobre la tierra  como la más pequeña de las semillas que brota y crece .Así, contrariamente a lo que cabría esperar y quizás desearíamos, el Reino de Dios, ahora como entonces, «no viene con ostentación» sino en la pequeñez, en la humildad.

El Evangelio de hoy retoma este hilo divino que atraviesa delicadamente la historia: desde la plenitud del tiempo pasamos al «tercer día» del ministerio de Jesús y al anuncio del «ahora» de la salvación El tiempo se contrae, y la manifestación de Dios acontece siempre en la pequeñez. Así sucede en «el primero de los signos cumplidos por Jesús» en Caná de Galilea. No ha sido un gesto asombroso realizado ante la multitud, ni siquiera una intervención que resuelve una cuestión política apremiante, como el sometimiento del pueblo al dominio romano. Se produce más bien un milagro sencillo en un pequeño pueblo, que alegra las nupcias de una joven familia, totalmente anónima. Sin embargo, el agua trasformada en vino en la fiesta de la boda es un gran signo, porque nos revela el rostro esponsalicio de Dios, de un Dios que se sienta a la mesa con nosotros, que sueña y establece comunión con nosotros. Nos dice que el Señor no mantiene las distancias, sino que es cercano y concreto, que está en medio de nosotros y cuida de nosotros, sin decidir por nosotros y sin ocuparse de cuestiones de poder. Prefiere instalarse en lo pequeño, al contrario del hombre, que tiende a querer algo cada vez más grande. Ser atraídos por el poder, por la grandeza y por la visibilidad es algo trágicamente humano, y es una gran tentación que busca infiltrarse por doquier; en cambio, donarse a los demás, cancelando distancias, viviendo en la pequeñez y colmando concretamente la cotidianidad, esto es exquisitamente divino.

Dios nos salva haciéndose pequeño, cercano y concreto. Ante todo, Dios se hace pequeño. El Señor, «manso y humilde de corazón»), prefiere a los pequeños, a los que se ha revelado el Reino de Dios estos son grandes ante sus ojos, y a ellos dirige su mirada Los prefiere porque se oponen a la «soberbia de la vida», que procede del mundo.Los pequeños hablan su mismo idioma: el amor humilde que hace libres. Por eso llama a personas sencillas y disponibles para ser sus portavoces, y les confía la revelación de su nombre y los secretos de su corazón. Pensemos en tantos hijos e hijas de vuestro pueblo: en los mártires, que han hecho resplandecer la fuerza inerme del Evangelio; en las personas sencillas y también extraordinarias que han sabido dar testimonio del amor del Señor en medio de grandes pruebas; en los anunciadores mansos y fuertes de la misericordia, como san Juan Pablo II y santa Faustina. A través de estos «canales» de su amor, el Señor ha hecho llegar dones inestimables a toda la Iglesia y a toda la humanidad. Y es significativo que este aniversario del Bautismo de vuestro pueblo coincida precisamente con el Jubileo de la Misericordia.

Además, Dios es cercano, su Reino está cerca; el Señor no desea que lo teman como a un soberano poderoso y distante, no quiere quedarse en un trono en el cielo o en los libros de historia, sino que quiere sumirse en nuestros avatares de cada día para caminar con nosotros. Pensando en el don de un milenio abundante de fe, es bello sobre todo agradecer a Dios, que ha caminado con vuestro pueblo, llevándolo de la mano, como un papá con su niño,  y acompañándolo en tantas situaciones. Es lo que siempre estamos llamados a hacer, también como Iglesia: escuchar, comprometernos y hacernos cercanos, compartiendo las alegrías y las fatigas de la gente, de manera que se transmita el Evangelio de la manera más coherente y que produce mayor fruto: por irradiación positiva, a través de la transparencia de vida.

Por último, Dios es concreto. De las Lecturas de hoy se desprende que todo es concreto en el actuar de Dios: la Sabiduría divina «obra como artífice» y «juega» con el mundo el Verbo se hace carne, nace de una madre, nace bajo la ley tiene amigos y participa en una fiesta: el eterno se comunica pasando el tiempo con personas y en situaciones concretas. También vuestra historia, impregnada de Evangelio, cruz y fidelidad a la Iglesia, ha visto el contagio positivo de una fe genuina, trasmitida de familia en familia, de padre a hijo, y sobre todo de las madres y de las abuelas, a quienes hay mucho que agradecer. De modo particular, habéis podido experimentar en carne propia la ternura concreta y providente de la Madre de todos, a quien he venido aquí a venerar como peregrino, y a quien hemos saludado en el Salmo como «honor de nuestro pueblo» .

Aquí reunidos, volvemos los ojos a ella. En María encontramos la plena correlación con el Señor: al hilo divino se entrelaza así en la historia un «hilo mariano». Si hay alguna gloria humana, algún mérito nuestro en la plenitud del tiempo, es ella: es ella ese espacio, preservado del mal, en el cual Dios se ha reflejado; es ella la escala que Dios ha recorrido para bajar hasta nosotros y hacerse cercano y concreto; es ella el signo más claro de la plenitud de los tiempos.

En la vida de María admiramos esa pequeñez amada por Dios, que «ha mirado la sencillez de su esclava» y «enaltece a los humildes» Él se complació tanto de María, que se dejó tejer la carne por ella, de modo que la Virgen se convirtió en Madre de Dios, como proclama un himno muy antiguo, que cantáis desde hace siglos. Que ella os siga indicando la vía a vosotros, que de modo ininterrumpido os dirigís a ella, viniendo a esta capital espiritual del país, y os ayude a tejer en la vida la trama humilde y sencilla del Evangelio.

En Caná, como aquí en Jasna Góra, María nos ofrece su cercanía, y nos ayuda a descubrir lo que falta a la plenitud de la vida. Ahora como entonces, lo hace con cuidado de Madre, con la presencia y el buen consejo; enseñándonos a evitar decisionismos y murmuraciones en nuestras comunidades. Como Madre de familia, nos quiere proteger a todos juntos. En su camino, vuestro pueblo ha superado en la unidad muchos momentos duros. Que la Madre, firme al pie de la cruz y perseverante en la oración con los discípulos en espera del Espíritu Santo, infunda el deseo de ir más allá de los errores y las heridas del pasado, y de crear comunión con todos, sin ceder jamás a la tentación de aislarse e imponerse.

La Virgen demostró en Caná mucha concreción: es una Madre que toma en serio los problemas e interviene, que sabe detectar los momentos difíciles y solventarlos con discreción, eficacia y determinación. No es dueña ni protagonista, sino Madre y sierva. Pidamos la gracia de hacer nuestra su sencillez, su fantasía en servir al necesitado, la belleza de dar la vida por los demás, sin preferencias ni distinciones. Que ella, causa de nuestra alegría, que lleva la paz en medio de la abundancia del pecado y de los sobresaltos de la historia, nos alcance la sobreabundancia del Espíritu, para ser siervos buenos y fieles.

Que, por su intercesión, la plenitud del tiempo nos renueve también a nosotros. De poco sirve el paso entre el antes y el después de Cristo, si permanece sólo como una fecha en los anales de la historia. Que pueda cumplirse, para todos y para cada uno, un paso interior, una Pascua del corazón hacia el estilo divino encarnado por María: obrar en la pequeñez y acompañar de cerca, con corazón sencillo y abierto”.