La audiencia general de hoy, como señaló el Papa antes de dar inicio a la catequesis, se ha celebrado en dos lugares: en la Plaza de San Pedro, donde estaban reunidas 20.000 personas y en el Aula Pablo VI donde, debido al mal tiempo, se encontraban los enfermos que siguieron las palabras de Francisco gracias a las pantallas gigantes allí instaladas y fueron saludados por el Pontífice y por toda la Plaza al principio de la audiencia, dedicada a la parábola del hijo pródigo o, como la define Francisco “del Padre Misericordioso”.
“Comenzamos por el final -dijo el Papa- es decir, por la alegría del Padre, que dice: "Hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado". Son las palabras con que interrumpe a su hijo menor cuando estaba confesando su culpabilidad: "Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo ...". Pero esa frase es insoportable para su padre, que en cambio se apresura a devolverle los signos de su dignidad: el vestido bueno, el anillo, las sandalias . Jesús no describe un padre ofendido y resentido, un padre que dice a su hijo : “Ahora me lo vas a pagar”... por el contrario, lo único que le importa es que este hijo esté delante de él sano y salvo....Por supuesto, el hijo reconoce su error: "He pecado ... tratáme como a uno de tus jornaleros". Sin embargo, estas palabras se disuelven frente al perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen entender que siempre ha sido considerado hijo, a pesar de todo. Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del Padre: no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones y, por lo tanto, nadie nos la puede quitar”.
La parábola nos anima a “no desesperar jamás. Pienso en las madres y los padres que ven que sus hijos se alejan tomando caminos peligrosos -observó Francisco- Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo era en vano. Pero también pienso en los que están en la cárcel y sienten que su vida ha terminado; en los que han tomado decisiones equivocadas y no consiguen mirar al futuro; en todos los que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen que no lo merecen ... En cualquier situación de la vida, no tengo que olvidar que nunca dejaré de ser hijo de Dios, hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso”.
Pero en la parábola hay otro hijo, el mayor, que también necesita descubrir la misericordia del Padre. “Ha estado siempre en casa, pero ¡es tan diferente de su padre! -observó el Pontífice- Sus palabras carecen de ternura: "Yo te he servido durante muchos años y nunca he desobedecido tus órdenes ... pero ahora que ese hijo tuyo, ha vuelto ..." Escuchamos su desprecio: nunca dice "padre", nunca dice"hermano", piensa solamente en sí mismo. Se vanagloria de que ha estado siempre con su padre y le ha servido; sin embargo, nunca ha vivido con alegría esta cercanía”.
El hijo mayor también necesita misericordia. “Los justos, los que se creen justos -subrayó Francisco- también necesitan misericordia. Ese hijo somos nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena luchar tanto cuando no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que no se está en la casa del Padre para recibir un premio, sino porque se tiene la dignidad de hijos corresponsables. No se trata de “negociar” con Dios, sino de seguir a Jesús, que se entregó en la cruz sin medida”.
"Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo que es mío es tuyo, pero tenemos que hacer fiesta y regocijarnos" dice el padre al hijo mayor porque “su lógica es la de la misericordia El hijo menor pensaba que merecía un castigo por sus pecados, el hijo mayor esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no se hablan entre sí, viven historias diferentes, pero ambos piensan siguiendo una lógica ajena a Jesús: si te portas bien te dan un premio, si te portas mal, un castigo. Esta lógica es subvertida por las palabras del padre: "Teníamos que hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y ha sido hallado". El padre ha recuperado al hijo perdido, y ahora también puede devolvérselo a su hermano. Sin el menor, también el hijo mayor deja de ser un "hermano". La mayor alegría para el padre es ver que sus hijos se reconocen como hermanos”.
“Los hijos -concluyó el Papa- pueden decidir si unirse a la felicidad del padre o rechazarlo. Deben cuestionar sus propios deseos y la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final suspendido; no sabemos cual habrá sido la decisión del hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos necesitamos entrar en la casa del Padre y participar de su alegría, de su fiesta de la misericordia y de la fraternidad”.