La sinceridad de nuestro arrepentimiento suscita en Dios el perdón incondicional. A este aspecto fundamental de la misericordia ha dedicado el Papa la catequesis de la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro en la que han participado decenas de miles de personas.
Antes de la catequesis se leyó un pasaje del evangelio de Lucas que narra el episodio de la invitación de Jesús por el fariseo Simón a su mesa. Mientras están sentados, una mujer considerada por todos una pecadora, entra, se arroja a los pies de Cristo, los baña con sus lágrimas y los seca con sus cabellos para besarlos después y ungirlos con el aceite perfumado que ha traído consigo. La actitud de la mujer contrasta con la de Simón, celoso servidor de la ley , que la juzga según las apariencias y no entiende que Jesús, el profeta, se deje “contaminar” por los pecadores, como si fueran leprosos, mientras la mujer expresa con gestos sinceros su arrepentimiento y se abandona confiadamente a Jesús.
La actitud de Simón, explicó el Papa Francisco, “es típica de una determinada forma de entender la religión, y está motivada por el hecho de que Dios y el pecado se oponen radicalmente. Pero la Palabra de Dios nos enseña a distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no hay componendas mientras que los pecadores - es decir, todos nosotros - somos como los enfermos, que deben ser curados y con ese fin es necesario que el médico se acerque a ellos, los visite, los toque. Y, por supuesto, los enfermos para curarse tienen que reconocer que les hace falta un médico”.
Entre el fariseo y la mujer pecadora, Jesús se pone al lado de esta última. “Libre de prejuicios que impiden que la misericordia se exprese, el Maestro la deja hacer. Él, el Santo de Dios, deja que le toque sin miedo de que le contamine. Más aun, entrando en relación con la pecadora acaba con el estado de aislamiento al que el juicio despiadado del fariseo y de sus paisanos, que la explotaban, -puntualizó Francisco- la condenaba. "Tus pecados te son perdonados". La mujer, por tanto, ahora puede ir "en paz". El Señor ha visto la sinceridad de su fe y de su conversión; por eso proclama ante todos: "Tu fe te ha salvado."
“Por una parte la hipocresía del doctor de la ley, por otra la sinceridad, la humildad y la fe de la mujer -señaló el Pontífice- Todos somos pecadores, pero tantas veces caemos en la tentación de la hipocresía, de pensar que somos mejores que los demás y decir: “Mira tu pecado...”, cuando, en cambio, todos tenemos que mirar el nuestro, nuestras caídas, nuestros errores y mirar al Señor. Esta es la línea de la salvación: la relación entre “yo” pecador y el Señor. Si yo me considero justo, no se produce esta relación de salvación”.
La mujer pecadora nos enseña la relación entre fe, amor y gratitud. Se le han perdonado muchos pecados y por eso ama mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama. Incluso el mismo Simón reconocerá después que ama más al que más se le ha perdonado. “Dios nos ha encerrado a todos en el mismo misterio de la misericordia y de este amor que siempre nos precede, todos nosotros aprendemos a amar” -aseguró el Santo Padre- Seamos gratos por el don de la fe y demos gracias a Dios por su amor tan grande e inmerecido...Dejemos que el amor de Cristo se derrame sobre nosotros... y así, en el amor agradecido que vertemos a nuestra vez en nuestros hogares, en la familia, en la sociedad, se comunica a todos la misericordia del Señor”.