En la audiencia jubilar de este mes el Papa Francisco habló de un aspecto esencial de la misericordia, la limosna, un gesto que no se puede vacíar del gran contenido que posee y que como la misericordia tiene muchos modos de manifestarse.
Francisco recordó a las cuarenta mil personas presentes en la Plaza de San Pedro que el deber de la limosna es tan antiguo como la Biblia y que, junto con el sacrifcio eran dos preceptos a los que debían atenerse las personas religiosas. “Hay páginas importantes en el Antiguo Testamento -dijo- donde Dios exige una atención especial para los pobres que, de vez en vez, son los que no tienen nada, los extranjeros, los huérfanos y las viudas.Y en la Biblia son una constante: el necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano, porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros; mas aun, diría que están en el centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio, alabar a Dios con la limosna. Junto con la obligación de acordarse de ellos, se da también una indicación valiosa: "Da con generosidad y , mientras lo haces, que no se entristezca tu corazón”. Esto significa que la caridad requiere, en primer lugar, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o una molestia de la que nos tenemos que liberar cuanto antes”. Y cuanta gente -observó el Obispo de Roma- se justifica para no dar limosna diciendo: “¿Cómo será este al que se la doy? A lo mejor va a comprarse vino para emborracharse?. ¡Pero si emborracha es porque no tiene otro camino!... Y tú ¿que haces...cuando no te ven los demás? ¿Eres el juez de ese pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino?”.
El Papa citó después la sabia lección que, en el Antiguo Testamento, da el anciano Tobías sobre el valor de la limosna, después de recibir una gran suma de dinero: “No apartes tu rostro de ningún pobre, porque así no apartará de tí su rostro el Señor”. Y en el Nuevo Testamento, Jesús, nos da una enseñanza insustituible al respecto. En primer lugar nos pide que no demos limosna para ser alabados por nuestra generosidad. “No cuentan las apariencias -explicó el Pontífice- lo que cuenta es la capacidad de mirar a la cara a la persona que nos pide auxilio. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Soy capaz de detenerme y mirar a la cara, mirar a los ojos, a la persona, que me pide ayuda? Por lo tanto no hay que identificar, la limosnas con la moneda dada rápidamente sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar con ella para entender lo que realmente necesita. Pero al mismo tiempo -advirtió- hay que distinguir entre los pobres y las diversas formas de mendicidad que no renden un buen servicio a los verdaderos pobres”.
En resumen, la limosna es un gesto sincero de amor y de atención “ante quien nos encontramos y nos pide ayuda hecho en secreto, donde sólo Dios ve y entiende el valor del acto realizado”. Pero dar limosna debe ser también un sacrificio y, para involucrarse con los pobres, hay que dar de lo que es nuestro. “Yo me privo de algo mío para dártelo a tí, concluyó el Papa, citando como colofón las palabras de san Pablo: "En todo os he enseñado que es así, trabajando como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús que dijo. “Mayor felicidad hay en dar que en recibir”.
Finalizada la catequesis en italiano, el Papa saludó a los fieles de diversas nacionalidades presentes en la Plaza de San Pedro, entre ellos a los peregrinos de la arquidiócesis de Dublín, a los grupos de Pontal y del Colegio San Benito de Rio de Janeiro, a los llegados de diversas diócesis italianas y a las peregrinaciones de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, de la Caritas de Casale Monferrato y de la Federación Italiana de los Semanarios Católicos que celebran el 50 aniversario de su fundación, así como a los chicos de la Profesión de Fe de Tívoli y a los enfermos asistidos por la Unitalsi de Lombardía y de Campania.