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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS PRESIDENTES DE COMISIONES DE COMUNICACIÓN
Y DIRECTORES NACIONALES DE LAS OFICINAS DE COMUNICACIÓN,
PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO POR EL DICASTERIO PARA LA COMUNICACIÓN
Sala Clementina
Lunes, 27 de enero de 2025
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Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Les doy la bienvenida a ustedes que desempeñan en las Iglesias locales un servicio de responsabilidad en el campo de la comunicación. Es hermoso verlos a ustedes aquí: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicas y laicos; llamados a comunicar la vida de la Iglesia y una mirada cristiana sobre el mundo. Comunicar esta mirada cristiana es hermoso.
Nos encontramos hoy, después de haber celebrado el Jubileo del Mundo de la Comunicación, para hacer juntos una evaluación y también un examen de conciencia. Detengámonos a reflexionar sobre la manera concreta en la que comunicamos, animados por la fe que, como está escrito en la Carta a los Hebreos (cf. 11,1), es garantía de los bienes que se esperan y certeza de las realidades que no se ven.
Preguntémonos entonces, ¿de qué modo sembramos esperanza en medio de tanta desesperación que nos afecta y nos interpela? ¿Cómo sanamos el virus de la división, que amenaza también nuestras comunidades? Nuestra comunicación, ¿está acompañada por la oración, o terminamos comunicando la realidad de la Iglesia adoptando sólo las reglas del marketing empresarial? Debemos hacernos todas estas preguntas.
¿Sabemos dar testimonio de que la historia humana no concluye en un callejón sin salida? ¿Y cómo indicamos una perspectiva diferente hacia un futuro que todavía no está escrito? A mí me gusta esta expresión: escribir el futuro; nos toca a nosotros escribir el futuro. ¿Sabemos comunicar que esta esperanza no es una ilusión? La esperanza no defrauda nunca; pero, ¿sabemos comunicar esto? ¿Sabemos comunicar que la vida de los demás puede ser más hermosa también por medio de nosotros? ¿Puedo yo, por mi parte, dar belleza a la vida de los demás? ¿Y sabemos comunicar y convencer de que es posible perdonar?¡Esto es muy difícil!
Comunicación cristiana es mostrar que el Reino de Dios está cerca: aquí, ahora, y es como un milagro que puede ser vivido por cada persona, por cada pueblo. Un milagro que ha de contarse ofreciendo las claves de lectura para mirar más allá de lo banal, más allá del mal, más allá de los prejuicios, más allá de los estereotipos, más allá de uno mismo. El Reino de Dios está más allá de nosotros. El Reino de Dios viene también a través de nuestra imperfección, esto es hermoso. El Reino de Dios viene en la atención que dedicamos a los demás, en el cuidado atento que ponemos al leer la realidad. Viene también en la capacidad de ver y sembrar una esperanza de bien; y de vencer, de ese modo, el fanatismo desesperado.
Esto, que para ustedes es un servicio institucional, es también la vocación de todo cristiano, de todo bautizado. Todo cristiano está llamado a ver y contar las historias de bien que un periodismo dañino pretende borrar dando espacio solamente al mal. El mal existe, no se debe esconder, sino que debe conmover, provocar interrogantes y respuestas. Por eso, la tarea de ustedes es grande y exige que salgan de sí mismos, que hagan un trabajo “sinfónico”, implicando a todos, valorando a los ancianos y a los jóvenes, mujeres y hombres; con todos los lenguajes, con la palabra, el arte, la música, la pintura, las imágenes. Todos estamos llamados a verificar cómo y qué comunicamos. Comunicar, comunicar siempre.
Hermanas, hermanos, el desafío es grande. Por tanto, los animo a reforzar la sinergia entre ustedes, a nivel continental y a nivel universal; a construir un modelo distinto de comunicación, distinto por el espíritu, por la creatividad, por la fuerza poética que viene del Evangelio y que es inagotable. Comunicar, siempre es original. Cuando nosotros comunicamos somos creadores de lenguajes, de puentes. Somos nosotros los creadores. Una comunicación que transmite armonía y que es alternativa concreta a las nuevas torres de Babel. Piensen un poco en esto: en las nuevas torres de Babel, todos hablan y no se entienden. Piensen en esta simbología.
Les dejo dos palabras: juntos y red.
Juntos. Solamente juntos podemos comunicar la belleza que hemos encontrado; no porque somos hábiles, ni porque tenemos más recursos, sino porque nos amamos los unos a los otros. De esto nos viene la fuerza de amar también a nuestros enemigos, de implicar incluso a quien se ha equivocado, de unir lo que está dividido, de no desesperar y de sembrar esperanza. No olviden esto: sembrar esperanza; que no es lo mismo que sembrar optimismo, no, para nada. Sembrar esperanza. Comunicar, para nosotros, no es una táctica, ni una técnica. No es repetir frases prefabricadas o eslóganes, ni tampoco limitarse a escribir comunicados de prensa. Comunicar es un acto de amor. Sólo un acto de amor gratuito teje redes de bien. Pero las redes hay que cuidarlas, repararlas cada día, con paciencia y con fe.
Red. Esta es la segunda palabra sobre la que les invito a reflexionar. Porque, en realidad, hemos olvidado lo que significa, como si fuera sólo una palabra vinculada a la civilización digital; sin embargo, es una palabra antigua. Antes que a las redes sociales, nos recuerda a las redes de los pescadores y a la invitación de Jesús a Pedro de convertirse en pescador de hombres. Por tanto, construir redes es poner en red capacidades, conocimientos y aportes, para poder informar de manera adecuada y así, poder ser todos salvados del mar de la desesperación y de la desinformación. Esto ya es un mensaje, ya es en sí un primer testimonio.
Pensemos, entonces, en cuánto podríamos hacer juntos, gracias a los nuevos instrumentos de la era digital, gracias también a la inteligencia artificial, si en vez de transformar la tecnología en un ídolo, nos comprometiéramos más a establecer red. Les confieso algo: a mí me preocupa, más que la inteligencia artificial, la natural, esa inteligencia que nosotros debemos desarrollar.
Cuando nos parezca que hemos caído en un abismo, miremos más allá, más allá de nosotros mismos. Nada está perdido; siempre se puede volver a empezar, confiando unos en otros y todos juntos en Dios, este es el secreto de nuestra fuerza comunicativa. ¡Establecer red! ¡Ser una red! En lugar de confiar en las sirenas estériles de la autopromoción, en la celebración de nuestras iniciativas, pensemos en cómo construir juntos los relatos de nuestra esperanza.
Esta es la tarea de ustedes. Su raíz es antigua. El milagro más grande realizado por Jesús en favor de Simón y de los otros pescadores desilusionados y cansados, no fue tanto esa red repleta de pescados, como el haberles ayudado a no quedar atrapados en la decepción y el desánimo frente a las derrotas. Por favor, no caigan en esa tristeza interior; no pierdan el sentido del humor, que es sabiduría, sabiduría de todos los días.
Hermanas, hermanos, nuestra red es para todos. ¡Para todos! La comunicación católica no es algo separado, no es sólo para los católicos, no es un recinto donde encerrarse, ni una secta para hablar entre nosotros, no. La comunicación católica es el espacio abierto de un testimonio que sabe escuchar e interceptar los signos del Reino. Es el lugar acogedor de relaciones auténticas. Preguntémonos: ¿son así nuestras oficinas, las relaciones entre nosotros? Nuestra red es la voz de una Iglesia que solamente saliendo de sí misma, se encuentra a sí misma y a las razones de su esperanza. La Iglesia debe salir de sí misma. A mí me gusta pensar en ese pasaje del Apocalipsis, cuando el Señor dice: «Yo estoy junto a la puerta y llamo» (3,20), lo dice para entrar. Pero ahora, muchas veces el Señor llama desde dentro para que nosotros, los cristianos, lo dejemos salir. Y nosotros muchas veces tenemos al Señor sólo para nosotros. Debemos dejar salir al Señor —llama a la puerta para salir— y no tenerlo como “esclavizado” para nuestros servicios. Nuestras oficinas, las relaciones entre nosotros, nuestra red, ¿son precisamente una Iglesia en salida?
¡Gracias, gracias por su trabajo! Sigan adelante con valentía, con la alegría de evangelizar. Los bendigo a todos de corazón. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Gracias!
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