![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
JUBILEO DE LA COMUNICACIÓN
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Aula Pablo VI
Sábado, 25 de enero de 2025
_________________________________
Palabras pronunciadas espontáneamente por el Santo Padre
Queridas hermanas y queridos hermanos, ¡buenos días!
¡Y muchas gracias por haber venido!
En mis manos tengo un discurso de nueve páginas. A estas horas, con el estómago empezando a moverse, leer nueve páginas sería una tortura. Voy a dárselo al prefecto. Que sea él quien se lo comunique.
Sólo quería decir unas palabras sobre la comunicación. Comunicar es salir un poco de uno mismo para compartir lo mío con el otro. Y comunicar no es sólo salir, sino también encontrarse con el otro. Saber comunicar es una gran sabiduría, ¡una gran sabiduría!
Me alegro de este Jubileo de los Comunicadores. Su trabajo es un trabajo que construye: construye la sociedad, construye la Iglesia, hace avanzar a todos, siempre que sea verdadero. «Padre, yo siempre digo cosas verdaderas...» - «Pero tú, ¿eres verdadero? No sólo por las cosas que dices, sino tú, en tu interior, en tu vida, ¿eres verdadero?». Esta es una gran prueba. Comunicar es lo que Dios hace con el Hijo, y la comunicación de Dios con el Hijo es el Espíritu Santo. Comunicar es algo divino. Gracias por lo que hacen, ¡muchas gracias!
Y ahora me gustaría saludarles, y, ante todo, darles la bendición.
____________________________
Queridas hermanas y queridos hermanos, ¡buenos días!
Les agradezco a todos ustedes que hayan venido tan numerosos y de tantos países diferentes, lejanos y cercanos. Es realmente un placer verlos a todos aquí. Doy las gracias a los invitados que han intervenido antes que yo – Maria Ressa, Colum McCann y Mario Calabresi – y agradezco al maestro Uto Ughi el don de la música, que es una vía de comunicación y de esperanza.
Este encuentro es el primer gran acontecimiento del Año Santo, y está dedicado a un “mundo vital”, el mundo de la comunicación. El Jubileo se celebra en un momento difícil de la historia de la humanidad, con el mundo todavía herido por las guerras y la violencia, por el derramamiento de tanta sangre inocente. Por eso quiero, en primer lugar, dar las gracias a todos los trabajadores de la comunicación que ponen en peligro su vida para buscar la verdad y denunciar los horrores de la guerra. Deseo recordar en la oración a todos los que han sacrificado su vida este último año, uno de los más letales para los periodistas [1]. Recemos en silencio por sus colegas que firmaron su servicio con su propria sangre.
También quiero recordar junto a ustedes a todos los que están en la cárcel simplemente por haber sido fieles a la profesión de periodista, fotógrafo, operador de vídeo, por haber querido ir a ver con sus propios ojos e intentar informar de lo que han visto. ¡Son muchos! [2] Pero en este Año Santo, en este jubileo del mundo de la comunicación, pido a quienes tienen el poder de hacerlo que todos los periodistas injustamente encarcelados sean liberados. Que se abra también para ellos una “puerta” por la que puedan volver a la libertad, porque la libertad de los periodistas hace que crezca la libertad de todos. Su libertad es la libertad de cada uno de nosotros.
Pido -como he hecho muchas veces y como han hecho también mis predecesores antes que yo- que se defiendan y salvaguarden la libertad de prensa y la libertad de pensamiento, junto con el derecho fundamental a estar informado. La información libre, responsable y correcta es un patrimonio de conocimiento, experiencia y virtud que se debe preservar y promover. Sin ello, corremos el riesgo de no poder distinguir la verdad de la mentira; sin ello, nos exponemos a prejuicios y polarizaciones crecientes que destruyen los lazos de la convivencia civil e impiden reconstruir la fraternidad.
La del periodista es más que una profesión. Es una vocación y una misión. Ustedes, los comunicadores, tienen un papel fundamental en la sociedad actual, en la narración de los hechos y en la forma de contarlos. Lo sabemos: el lenguaje, la actitud, el tono pueden ser decisivos y marcar la diferencia entre una comunicación que reaviva la esperanza, tiende puentes, abre puertas, y una comunicación que, por el contrario, aumenta las divisiones, las polarizaciones, las simplificaciones de la realidad.
La suya es una responsabilidad particular. La suya es una tarea valiosa. Sus herramientas de trabajo son las palabras y las imágenes. Pero antes que ellas, el estudio y la reflexión, la capacidad de ver y de escuchar; de ponerse del lado de los marginados, de los que no son vistos ni oídos; y también de reavivar – en el corazón de quienes los leen, los escuchan, los miran - el sentido del bien y del mal y la nostalgia por el bien que ustedes cuentan y del que, al contarlo, son testigos.
Me gustaría, en esta reunión especial, profundizar el diálogo con ustedes. Y agradezco poder hacerlo a partir de las reflexiones y las preguntas que dos de sus colegas acaban de compartir.
María, hablaste de la importancia del coraje para iniciar el cambio que la historia nos exige, el cambio necesario para superar la mentira y el odio. Es cierto, hace falta coraje para iniciar el cambio. La palabra coraje procede del latín cor, cor habeo, que significa “tener corazón”. Se trata de ese impulso interior, esa fuerza que surge del corazón y que nos permite afrontar las dificultades y los retos sin dejarnos abrumar por el miedo.
Con la palabra “coraje” podemos recapitular todas las reflexiones de las Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales de los últimos años, hasta el Mensaje de ayer: escuchar con el corazón, hablar con el corazón, custodiar la sabiduría del corazón, compartir la esperanza del corazón. Así pues, en los últimos años ha sido el corazón el que me ha dictado la pauta de nuestra reflexión sobre la comunicación. Por ello, quisiera añadir a mi llamamiento a la liberación de los periodistas otro “llamamiento” que nos concierne a todos: el de la “liberación” de la fuerza interior del corazón. ¡De cada corazón! Responder a este llamamiento no atañe a nadie más que a nosotros.
La libertad es el coraje de elegir. Aprovechemos la oportunidad del Jubileo para renovar, para redescubrir este coraje. El coraje de liberar el corazón de lo que lo corrompe. Pongamos de nuevo en el centro del corazón el respeto por lo más elevado y noble de nuestra humanidad, evitemos llenarlo de lo que se pudre y lo pudre. Las elecciones que cada uno de nosotros hace cuentan, por ejemplo, para expulsar esa “podredumbre cerebral” causada por la adicción al continuo scrolling, “deslizamiento”, en las redes sociales, elegida por el Diccionario de Oxford como palabra del año. ¿Dónde encontrar la mejor cura para esta enfermedad sino trabajando, todos juntos, en la educación, especialmente en la de los jóvenes?
Necesitamos una alfabetización mediática para educarnos a nosotros mismos y a los demás en el pensamiento crítico, en la paciencia del discernimiento necesario para el conocimiento; y para promover el crecimiento personal y la participación activa de todos en el futuro de sus comunidades. Necesitamos empresarios valientes, ingenieros informáticos valientes, para que no se corrompa la belleza de la comunicación. Los grandes cambios no pueden ser el resultado de una multitud de mentes dormidas, sino que comienzan con la comunión entre corazones iluminados.
Un corazón así era el de San Pablo. La Iglesia celebra su conversión precisamente hoy. El cambio que se produjo en este hombre fue tan decisivo que marcó no sólo su historia personal, sino la de toda la Iglesia. Y la metamorfosis de Pablo se produjo por su encuentro cara a cara con Jesús resucitado y vivo. El poder para emprender un camino de cambio transformador lo genera siempre la comunicación directa entre las personas. ¡Piensen en cuánta fuerza de cambio se esconde potencialmente en su trabajo cada vez que ponen en contacto realidades que -por ignorancia o prejuicios- se oponen! La conversión, en Pablo, vino de la luz que lo envolvió y de la explicación que Ananías le dio más tarde en Damasco. También su trabajo puede y debe prestar este servicio: encontrar las palabras adecuadas para esos rayos de luz que pueden tocar el corazón y hacernos ver las cosas de otra manera.
Y aquí me gustaría enlazar con el tema del poder transformador de la narración, de contar y escuchar historias, que destacó Colum. Volvamos por un momento a la conversión de Pablo. El acontecimiento se narra en los Hechos de los Apóstoles tres veces (9:1-19; 22:1-21; 26:2-23), pero el núcleo sigue siendo siempre el encuentro personal de Saulo con Cristo; el modo de narrar cambia, pero la experiencia fundante y transformadora permanece inalterada.
Contar una historia corresponde a una invitación a vivir una experiencia. Cuando los primeros discípulos se acercaron a Jesús preguntándole: «Maestro, ¿dónde moras?» (Jn 1, 38), Él no les respondió dándoles la dirección de su casa, sino que les dijo: «Vengan y lo verán» (v. 39).
Las historias revelan que formamos parte de un tejido vivo; el entretejido de los hilos con los que estamos conectados unos con otros. [3] No todas las historias son buenas y, sin embargo, también estas hay que contarlas. El mal debe ser visto para ser redimido; pero hay que contarlo bien para no desgastar los frágiles hilos de la convivencia.
Con motivo de este Jubileo, entonces, les dirijo otro llamamiento a ustedes, aquí reunidos, y a los comunicadores de todo el mundo: cuenten también historias de esperanza, historias que alimenten la vida. Que su arte de contar historias ( storytellling) sea también arte de contar historias de esperanza (hopetelling). Cuando cuenten el mal, dejen espacio para la posibilidad de remendar lo que está desgarrado, para que el dinamismo del bien pueda reparar lo que está roto. Siembren interrogantes. Contar la esperanza significa ver las migajas escondidas del bien incluso cuando todo parece perdido, significa permitir que haya esperanza incluso contra toda esperanza. [4] Significa percibir los brotes que están naciendo cuando la tierra aún está cubierta de cenizas. Contar la esperanza significa tener una mirada que transforma las cosas, que las hace convertirse en lo que podrían ser, en lo que deberían ser. Significa hacer que las cosas caminen hacia su destino.
Este es el poder de las historias. Y esto es lo que les animo a hacer: contar la esperanza, compartirla. Esta es - como diría San Pablo - su «buena batalla».
Gracias, queridos amigos. Los bendigo de corazón a todos ustedes y a su trabajo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
_________________________________________________
[1] Según el informe anual de la Federación Internacional de Periodistas, hay más de 120.
[2] Según Reporteros sin Fronteras hay más de 500. En un comunicado publicado a finales de 2024, RSF señala que «el encarcelamiento sigue siendo uno de los medios preferidos por quienes atentan contra la libertad de prensa».
[3] Cf. «Para que puedas contar y grabar en la memoria» (Ex 10,2). La vida se hace historia, Mensaje para la 54ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2020.
[4] Cf. "Compartan con mansedumbre la esperanza que hay en sus corazones”. Mensaje para la 59ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2025.
__________________
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 25 de enero de 2025
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana