ENCUENTRO CON ASISTENTES DE REALIDADES CARITATIVAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Sede de la Conferencia Episcopal Indonesiana (Yakarta, Indonesia)
Jueves, 5 de septiembre de 2024
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Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Estoy muy contento de encontrarme con ustedes. Los saludo a todos, y en particular al Presidente de la Conferencia Episcopal de Indonesia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. Agradezco también a Mimi y a Andrew por los testimonios que nos han compartido.
Me parece muy bien que los obispos indonesios hayan elegido celebrar el centenario de su Conferencia nacional junto con ustedes. Gracias, gracias. Les agradezco esta elección. Gracias señor Presidente, se ve que tu espíritu cartujo nos ayuda a realizar estas cosas.
Ustedes son pequeñas estrellas luminosas en el cielo de este archipiélago, ustedes que son los miembros más valiosos de esta Iglesia, sus “tesoros”, como enseñaba el diácono y mártir san Lorenzo desde los primeros siglos del cristianismo. A este propósito, quiero señalar que comparto plenamente lo que ha dicho Mimi: Dios “ha creado los seres humanos con capacidades únicas para enriquecer la diversidad de nuestro mundo” -lo has hecho muy bien Mimi, gracias-. Y ella misma nos lo ha demostrado, hablándonos de Jesús de un modo maravilloso, llamándolo “nuestro faro de esperanza”. Gracias por esto.
Afrontar juntos las dificultades, dar cada uno lo mejor de sí es un aporte irrepetible que nos enriquece y nos ayuda a descubrir, día a día, cuánto vale nuestro estar juntos en el mundo, en la Iglesia y en la familia. Nos lo ha recordado Andrew, a quien además felicitamos por su participación en los juegos paralímpicos. ¡Muy bien! Démosle un gran aplauso a Andrew.
Y otro aplauso también para todos nosotros, que estamos llamados a ser, unidos, “campeones del amor” en las grandes “olimpíadas” de la vida. Un aplauso a todos nosotros.
Queridos amigos, todos necesitamos de los demás, y esto no es algo malo; al contrario, nos ayuda a entender cada vez mejor que el amor es lo más importante de nuestra existencia (cf. 1 Co 13,13) y a darnos cuenta de cuántas personas buenas nos rodean.
Nos recuerda, además, cuánto nos quiere el Señor, a todos, más allá de cualquier límite y dificultad (cf. Rm 8,35-39). Cada uno de nosotros es único a sus ojos, a los ojos del Señor, y Él no nos olvida nunca. Nunca, recordémoslo, para tener viva la esperanza y para que de nuestra parte no falte el compromiso para hacer de la propia vida un don para los demás, sin desfallecer jamás (cf. Jn 15,12-13).
Gracias. Gracias por este encuentro y por lo que hacen, todos juntos. Los bendigo y rezo por ustedes. Y también ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias. Hoy quisiera felicitar a esa mamá que no pudo venir, está en cama. Pero como hoy cumple 87 años, le enviamos nuestras felicitaciones desde aquí, todos juntos.
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