DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE
LA RESPONSABILIDAD DE LOS ESTADOS, INSTITUCIONES Y CIUDADANOS
EN LA LUCHA CONTRA EL ANTISEMITISMO Y LOS DELITOS RELACIONADOS CON EL ODIO ANTISEMITA
Sala Clementina
Lunes, 29 de enero de 2018
Queridos amigos:
Os doy una calurosa bienvenida y os agradezco vuestra presencia. También me complace el noble propósito que os reúne: reflexionar juntos, desde varios puntos de vista, sobre la responsabilidad de los Estados, instituciones e individuos en la lucha contra el antisemitismo y los crímenes relacionados con el odio antisemita. Me gustaría subrayar una palabra: responsabilidad. Ser responsable significa ser capaces de responder. No se trata solo de analizar las causas de la violencia y de rechazar su lógica perversa, sino de estar listos y activos para responder a ella. Por lo tanto, el enemigo contra el cual se debe luchar no es solo el odio, en todas sus formas sino, todavía más en la raíz, la indiferencia; porque es la indiferencia la que paraliza e impide hacer lo que es justo incluso cuando se sabe que es justo.
No me canso de repetir que la indiferencia es un virus que infecta peligrosamente nuestros tiempos, tiempos en los que estamos cada vez más conectados con los demás, pero cada vez menos atentos a los demás. Y, sin embargo, el contexto globalizado debería ayudarnos a comprender que ninguno de nosotros es una isla y que nadie tendrá un futuro de paz sin un porvenir digno para todos. El libro del Génesis nos ayuda a comprender que la indiferencia es un mal insidioso siempre agazapado a la puerta del hombre (cf. Gn 4, 7). Es el objeto del debate entre la criatura y el Creador al comienzo de la historia, cuando éste pregunta a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Pero Caín, que acaba de matar a su hermano, no responde la pregunta, no explica este "dónde". Por el contrario, reclama su autonomía: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (v. 9). A él no le importa su hermano: aquí está la raíz perversa, raíz de muerte que produce desesperación y silencio. Recuerdo este silencio ensordecedor, que percibí en mi visita a Auschwitz-Birkenau: un silencio inquietante, que deja espacio solamente a las lágrimas, a la oración y a la petición de perdón.
Ante el virus de la indiferencia, ¿qué vacuna podemos administrar? El libro de Deuteronomio sale en nuestra ayuda. Después del largo viaje en el desierto, Moisés dirigió a los elegidos una recomendación fundamental: «Recuerda todo el camino ...» (Dt 8, 2). Al pueblo que anhelaba el futuro prometido, la sabiduría sugería mirar hacia atrás, volver la mirada a los pasos dados. Y Moisés no dijo simplemente: “piensa en el camino”, sino recuerda, es decir, haz vivo, no dejes que el pasado muera. Recuerda, es decir, “regresa con el corazón”: recuerda no solo con la mente, sino desde lo más profundo del alma, con todo tu ser. Y no recuerdes solo lo que te gusta, sino “todo el camino”. Acabamos de celebrar el día de la memoria. Para recuperar nuestra humanidad, para recuperar una comprensión humana de la realidad y superar tantas formas deplorables de apatía hacia el prójimo, necesitamos esta memoria, esta capacidad de involucrarnos juntos en recordar. La memoria es la clave para acceder al futuro, y es nuestra responsabilidad entregarla dignamente a las jóvenes generaciones.
En este sentido, me gustaría mencionar un documento de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, del que este año cae el vigésimo aniversario de su publicación. El título es elocuente: Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah (16 de marzo de 1998). San Juan Pablo II esperaba que permitiese «a la memoria cumplir su papel necesario en el proceso de construcción de un futuro en el que la inefable iniquidad de la Shoah no vuelva a ser nunca posible» (Mensaje de introducción, 12 de marzo de 1998). El texto habla de esta memoria , que como cristianos estamos llamados a custodiar junto con nuestros hermanos mayores judíos: «No se trata solo de volver al pasado. El futuro común de judíos y cristianos exige que nosotros recordemos, porque “no hay futuro sin memoria“. La historia misma es memoria futuri» (I).
Para construir nuestra historia, que será juntos o no será, necesitamos una memoria común, viva y confiada, que no quede atrapada en el resentimiento, sino que, aunque atravesada por la noche del dolor, se abra a la esperanza de un nuevo amanecer. La Iglesia quiere tender la mano. Quiere recordar y caminar juntos. En este camino, «consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración Nostra Aetate, 4).
Queridos amigos, ayudémonos unos a otros a hacer fermentar una cultura de la responsabilidad, de la memoria y de la proximidad, y a establecer una alianza contra la indiferencia, contra toda indiferencia. El potencial de la información ciertamente ayudará, pero será aún más importante la formación. Es urgente educar a las generaciones más jóvenes para que se involucren activamente en la lucha contra los odios y las discriminaciones, pero también para superar las contradicciones del pasado y para no cansarse nunca de buscar al otro. De hecho, para preparar un futuro verdaderamente humano no es suficiente rechazar el mal, sino que es necesario construir juntos el bien. Gracias por vuestro esfuerzo en todo esto. Que el Señor de la paz os acompañe y bendiga cada uno de vuestros buenos propósitos. Gracias.
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