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CONGRESO PASTORAL DIOCESANO SOBRE EL TEMA
“NO LOS DEJEMOS SOLOS! ACOMPAÑAR A LOS PADRES EN LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS ADOLESCENTES”

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO*

Basílica de San Juan de Letrán
Lunes 19 de junio de 2017

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Como decía aquel sacerdote: “Antes de hablar, voy a decir unas palabras”.

Quiero dar las gracias al cardenal Vallini por sus palabras y diré algo que él no podía decir, porque es un secreto, pero el Papa puede decirlo. Cuando, después de la elección, me dijeron que tenía que ir primero a la Capilla Paulina y luego salir al balcón para saludar a la gente, de inmediato me vino a la mente el nombre del cardenal vicario: “Yo soy obispo, hay un vicario general...”. Inmediatamente. Lo sentí con simpatía. Y lo llamé. Y por otro lado, el cardenal Hummes, que estaba a mi lado durante las elecciones y me decía cosas que me ayudaron. Estos dos me acompañaron, y desde aquel momento me dije: “En el balcón con mi Vicario”. Allí, en el balcón. A partir de ese momento me ha acompañado, y quiero darle las gracias. Él tiene muchas virtudes e incluso un sentido de la objetividad que me ha ayudado muchas veces, porque a veces yo “vuelo” y él me hace “aterrizar” con tanta caridad... Gracias, Eminencia, por la compañía. Pero el cardenal Vallini no se jubila, porque pertenece a seis congregaciones y seguirá trabajando, y es mejor así, porque un napolitano sin trabajo sería una calamidad, en la diócesis ... [El Papa ríe; risas, aplausos] Quiero darle las gracias en público por su ayuda. ¡Gracias!

Gracias por la oportunidad de comenzar este congreso diocesano, que tratará un tema importante para la vida de nuestras familias: acompañar a los padres en la educación de los hijos adolescentes.

En estas jornadas reflexionaréis sobre algunos argumentos clave que corresponden de alguna manera a los lugares donde se juega nuestro ser familia: el hogar, la escuela, las redes sociales, la relación entre generaciones, la precariedad de la vida y el aislamiento familiar. Hay talleres sobre estos temas.

Me gustaría compartir con vosotros algunos “supuestos” que nos pueden ayudar en esta reflexión. A menudo no somos conscientes, pero el espíritu con el que reflexionamos es tan importante como el contenido (un buen deportista sabe que el calentamiento cuenta tanto como el rendimiento posterior). Por lo tanto, esta conversación nos quiere ayudar en este sentido: un “calentamiento” y después os tocará a vosotros “jugaros todo en el campo”. Expondré las cosas en pequeños capítulos.

1. ¡En romanesco!

La primera de las claves para entrar en este tema la he llamado “en romanesco”: el dialecto de los romanos. No pocas veces caemos en la tentación de pensar, o reflexionar sobre las cosas “en general”, “en abstracto”. Pensar en los problemas, en las situaciones, en los adolescentes... Y así, sin darnos cuenta, caemos de lleno en el nominalismo. Nos gustaría abarcar todo, pero no llegamos a nada. Hoy, sobre este tema, os invito a pensar “en dialecto”. Y para ello hay que hacer un esfuerzo considerable, ya que se nos pide pensar en nuestras familias en el contexto de una gran ciudad como Roma. Con toda su riqueza, las oportunidades, la diversidad, y al mismo tiempo con todos sus desafíos. No para encerrarnos e ignorar el resto (somos siempre italianos), sino para hacer frente a la reflexión, e incluso a los momentos de oración, con un realismo saludable y estimulante. Nada de abstracción, nada de generalidades, nada de nominalismo.

La vida de las familias y la educación de los adolescentes en una gran metrópolis como ésta requiere ante todo una atención particular y no podemos tomarla a la ligera. Porque no es lo mismo educar o ser familia en una pequeña ciudad que en una metrópolis. No estoy diciendo que sea mejor o peor, simplemente es diferente. La complejidad de la capital no admite la síntesis reductiva, más bien nos estimula a una forma de pensar poliédrica en la que cada barrio, y cada zona encuentran eco en la diócesis y así la diócesis puede hacerse visible, palpable en cada comunidad eclesial, con su propia forma de ser. La uniformidad es un gran enemigo.

Vosotros vivís las tensiones de esta gran ciudad. En muchas de las visitas pastorales que he hecho me han presentado algunas de vuestras experiencias diarias, concretas: las distancias entre el hogar y el trabajo (en algunos casos se tarda hasta dos horas en llegar); la falta de lazos familiares, por el hecho de tener que desplazarse para encontrar trabajo o para poder pagar el alquiler; vivir siempre “contando los céntimos” para llegar a final de mes, ya que el ritmo de vida es de por sí más caro (en el pueblo, uno se organiza mejor); el tiempo, tantas veces escaso, para conocer a nuestros vecinos, tener que dejar a los niños solos en muchos casos... Y así podríamos seguir haciendo una lista de un gran número de situaciones que afectan a las vidas de nuestras familias. Por lo tanto, la reflexión, la oración, hacedla “en dialecto romano”, en concreto, con todas estas cosas concretas, con los rostros de familias muy concretas y pensando en cómo ayudaros entre vosotros para formar a vuestros hijos en esta realidad. El Espíritu Santo es el gran iniciador y generador de procesos en nuestras sociedades y situaciones. Es el gran guía de las dinámicas que transforman y salvan. Con él, no tengáis miedo de “andar” por vuestros barrios, y pensar en cómo impulsar un acompañamiento para los padres y los adolescentes. Es decir, en concreto.

2. Conectados

Junto con el anterior, me detengo en otro aspecto importante. La situación actual está haciendo que poco a poco en la vida de todos nosotros, especialmente en nuestras familias, crezca la experiencia de sentirse “desarraigados”. Se habla de “sociedad líquida” —y es así— pero me gustaría hoy, en este contexto, presentaros el fenómeno creciente de la sociedad desarraigada. Es decir, personas, familias, que poco a poco van perdiendo sus lazos, ese tejido vital tan importante para sentirnos parte unos de otros, partícipes, con los demás, de un proyecto común. Es la experiencia de saber que “pertenecemos” a los demás (en el sentido más noble del término). Es importante ser conscientes de esta atmósfera de desarraigo, porque poco a poco se cuela en nuestra mirada y en especial en la vida de nuestros hijos. Una cultura desarraigada, una familia desarraigada es una familia sin historia, sin memoria; de hecho, sin raíces. Y cuando no hay raíces, cualquier viento termina arrastrándonos. Por eso, una de las primeras cosas que tenemos que pensar como padres, como familias, como pastores son los escenarios donde enraizarnos, donde generar vínculos, encontrar raíces, para que crezca esa red de vida que nos haga sentirnos “en casa”. Hoy en día las redes sociales parecen ofrecer este espacio de “red”, de conexión con otros; incluso a nuestros hijos les hacen sentirse parte de un grupo. Pero el problema que comportan, por su misma virtualidad, es que nos dejan como “por el aire” —he dicho sociedad líquida; podríamos decir “sociedad gaseosa”— y por lo tanto muy “volátiles”: “sociedad volátil”. No hay mayor alienación para una persona que la de sentir que no tiene raíces, que no pertenece a nadie. Este principio es muy importante para acompañar a los adolescentes.

Tantas veces exigimos a nuestros hijos una formación excesiva en algunos campos que consideramos importantes para su futuro. Les hacemos estudiar un montón de cosas para que rindan al “máximo”. Pero no damos mucha importancia al hecho de que conozcan su tierra, sus raíces. Los privamos del conocimiento de los genes y de los santos que nos han engendrado. Sé que tenéis un taller dedicado al diálogo entre generaciones, al espacio de los abuelos. Sé que puede resultar repetitivo, pero lo siento como algo que el Espíritu Santo empuja en mi corazón: para que nuestros jóvenes tengan visiones, sean “soñadores”, puedan enfrentar con audacia y valentía los tiempos futuros, deben escuchar los sueños proféticos de su padres (cf. Jl 3,1). Si queremos que nuestros hijos estén formados y preparados para el mañana, no será solamente aprendiendo idiomas (por poner un ejemplo) cómo lo lograrán. Es necesario que se conecten, que conozcan sus raíces. Sólo entonces podrán volar alto, de lo contrario, serán presa de las “visiones” de otros. Y reitero esto; a lo mejor estoy obsesionado, pero… Los padres tienen que dejar espacio para que los niños hablen con sus abuelos. Muchas veces el abuelo o la abuela están en un hogar de ancianos y no van a verlos... Necesitan hablar. Saltarse incluso a los padres, pero buscar las raíces de los abuelos. Los abuelos tienen esta cualidad de la transmisión de la historia, de la fe, de la pertenencia. Y lo hacen con la sabiduría de quién está en el umbral, listo para despedirse. Vuelvo, como he dicho otras veces, al pasaje de Joel 3,1: “Vuestros ancianos soñarán y vuestros hijos profetizarán”. Y vosotros sois el puente. Hoy no dejamos soñar a los abuelos, los descartamos. Esta cultura descarta a los abuelos porque no producen: es la “cultura del descarte”. Pero los abuelos sólo pueden soñar cuando se encuentran con la nueva vida, entonces sueñan, hablan... Pero pensad en Simeón, pensad en aquella santa Ana, tan habladora, que iba de un lado a otro diciendo: “¡Es ese!”. “¡Es ese!”. Y esto es hermoso, esto es hermoso. Los abuelos son los que sueñan y dan a los niños una pertenencia que necesitan. Me gustaría que en este taller intergeneracional hicierais un examen de conciencia sobre esto. Encontrar la historia concreta en los abuelos. Y no dejarles de lado. No sé si esto lo he dicho ya pero me acuerdo de una historia que de niño me enseñó una de mis dos abuelas. Había una vez una familia con un abuelo viudo; vivía con la familia, pero había envejecido, y cuando comían se le caía la sopa o la baba y se ensuciaba. Y el padre decidió que comiera solo en la cocina “así podemos invitar a nuestros amigos”...“Así fue. Unos días más tarde, regresó del trabajo y encontró al niño que jugaba con un martillo, los clavos, la madera ... “¿Qué haces?” — “Una mesa”— “Una mesa ¿por qué? “Una mesa para comer” — “¿Pero, por qué?” — “Para que cuando seas viejo, puedas comer solo, allí”. Este niño , con su intuición, había entendido donde estaban las raíces.

3. En movimiento

Educar a los adolescentes en movimiento. La adolescencia no es sólo es una fase de cambio en la vida de vuestros hijos, sino de toda la familia —toda la familia está en fase de cambio—, lo sabéis muy bien y lo vivís; y como tal tenemos que enfrentarla, como un todo. Es una etapa-puente, y por eso los adolescentes no están ni aquí, ni allá, están en camino, en tránsito. No son niños (y no quieren ser tratados como tales) y no son adultos (pero quieren ser tratados como tales, sobre todo a nivel de privilegios). Viven esta tensión, ante todo en sí mismos y luego con los que les rodean[1]. Buscan siempre la confrontación, preguntan, discuten de todo, buscan respuestas, y a veces no las escuchan y preguntan otra cosa antes de que los padres les respondan. Pasan a través de diversos estados de ánimo y las familias con ellos. Pero, dejadme deciros que es un tiempo precioso en la vida de vuestros hijos. Un momento difícil, sí. Un tiempo de cambio e inestabilidad, sí. Una fase que presenta grandes riesgos, indudablemente. Pero, sobre todo, es un tiempo de crecimiento para ellos y para toda la familia. La adolescencia no es una patología y no podemos tratarla como si lo fuera. Un hijo que vive su adolescencia (por muy difícil que pueda ser para los padres) es un hijo con futuro y esperanza. Muchas veces me preocupa la tendencia actual a la “medicalización” precoz de nuestros chicos y chicas. Parece que todo se resuelve dando medicinas, o controlando todo con el slogan “aprovechar el tiempo al máximo”, y así la agenda de los chicos es peor que la de un alto ejecutivo.

Por lo tanto insisto: la adolescencia no es una enfermedad contra la que tenemos que luchar. Es parte del crecimiento normal, natural, de la vida de nuestros hijos. Donde hay vida hay movimiento, donde hay movimiento hay cambios, búsqueda, incertidumbre, hay esperanza, alegría y también angustia y desolación. Encuadremos bien nuestras ideas en procesos vitales previsibles. Hay márgenes que es necesario conocer para no asustarse, para no ser tampoco negligentes, sino para saber cómo acompañar y cómo ayudar a crecer. No todo es indiferente, pero tampoco todo tiene la misma importancia. Por lo tanto, debemos discernir cuales son las batallas que hay que combatir y cuales no. En esto sirve mucho escuchar a parejas con experiencia, que aunque nunca nos den una receta, nos ayudarán con su testimonio a saber este o aquel margen o gama de comportamientos.

Nuestros chicos y nuestras chicas tratan de ser y quieren sentirse —lógicamente— los protagonistas. No les gusta en absoluto que se les mande o responder a las “órdenes” que vienen desde el mundo de los adultos (siguen las reglas del juego de sus “cómplices”). Buscan una autonomía cómplice que les haga sentir “que se mandan a sí mismos”. Y aquí tenemos que prestar atención a los tíos, sobre todo a los tíos que no tengan hijos o no estén casados…Yo aprendí las primeras palabrotas de un tío “solterón” (risas)… Los tíos para conquistar la simpatía de los sobrinos, a veces no se comportan bien. Teníamos un tío que nos daba cigarrillos a escondidas… Cosas de aquellos tiempos. Y no digo que sean malos, pero hay que prestar atención. En esta búsqueda de autonomía que quieren tener los chicos y las chicas encontramos una buena oportunidad, especialmente para las escuelas, parroquias y movimientos eclesiales. Fomentar las actividades que los pongan a prueba, que los hagan sentirse protagonistas. Lo necesitan, ¡ayudémoslos! Están buscando de muchas maneras el “vértigo” que los haga sentirse vivos. ¡Démoselo, entonces! Estimulemos todo lo que les ayude a convertir sus sueños en proyectos, y que puedan descubrir que todo el potencial que tienen es un puente, un paso a una vocación (en el sentido más amplio y bello de la palabra). Propongámosles metas amplias, grandes desafíos y ayudémoslos a vencerlos, a alcanzar sus metas. No los dejemos solos. Por lo tanto, desafiémoslos, más de lo que nos desafían. No dejemos que el “vértigo” se lo den otros, que no hacen más que poner en peligro sus vidas: démoselo nosotros. Pero el vértigo justo que satisfaga este deseo de moverse, de ir adelante. Vemos que en tantas parroquias tienen esa capacidad de “enganchar” a los adolescentes..”Estos tres días de vacaciones nos vamos a la montaña, hacemos esto…” o “vamos a pintar esa escuela de un barrio pobre que lo necesita...”. Hacerlos protagonistas de algo.

Para ello hacen falta educadores capaces de comprometerse en el crecimiento de los chicos. Hacen falta educadores impulsados ​​por el amor y la pasión de que crezca en ellos la vida del Espíritu de Jesús, de enseñar que ser cristiano requiere valor y es hermoso. Para educar a los adolescentes de hoy en día no podemos seguir utilizando un modelo de educación puramente escolástico, hecho solamente de ideas. No. Hay que seguir el ritmo de su crecimiento. Es importante ayudarles a ganar confianza en sí mismos, a creer que realmente pueden conseguir lo que se proponen. En movimiento, siempre.

4. Una educación integrada

Este proceso requiere el desarrollo, simultáneo e integrado, de los diferentes lenguajes que nos constituyen como personas. Es decir, enseñar a nuestros hijos a integrar todo lo que son y lo que hacen. Podríamos llamarlo una alfabetización socio-integrada, es decir, una educación basada en el intelecto (la cabeza), los sentimientos (el corazón) y la actuación (las manos). Esto dará a nuestros chicos la oportunidad de conseguir un crecimiento armónico no sólo personal, sino social al mismo tiempo. Es urgente crear lugares donde la fragmentación social no sea el patrón dominante. Para ello hay que enseñar a pensar lo que se siente y se hace, a sentir lo que se piensa y se hace, a hacer lo que se piensa y se siente. O sea, integrar los tres lenguajes. Un dinamismo de capacidad puesto al servicio de la persona y de la sociedad. Esto ayudará a asegurar que nuestros chicos y chicas se sientan activos y protagonistas en sus procesos de crecimiento y también les llevará a sentirse llamados a participar en la construcción de la comunidad.

Quieren ser protagonistas: démosles espacio para que lo sean, orientándolos —por supuesto— y dándoles las herramientas para desarrollar todo este crecimiento. Por eso, creo que la integración armoniosa de los diferentes saberes —de la mente, del corazón y de las manos— les ayudará a construir su personalidad. A menudo pensamos que la educación sea impartir conocimientos y, por el camino dejamos analfabetos emocionales y jóvenes con tantos proyectos incumplidos porque no han encontrado a alguien que les enseñase a “hacer”. Hemos concentrado la educación en el cerebro dejando de lado el corazón y las manos. Y esto es también una forma de fragmentación social.

En el Vaticano, cuando los guardias suizos terminan su periodo de servicio, los recibo, uno por uno. Anteayer recibí a seis. Uno por uno. “Qué haces, que harás…”. Les doy las gracias por su servicio. Y uno me dijo: “Voy a ser carpintero. Me gustaría ser ebanista, pero seré carpintero. Porque mi padre me ha enseñado mucho de este oficio y también mi abuelo”. El deseo de “hacer”; este chico estaba bien educado con el lenguaje del hacer; y el corazón también era bueno porque pensaba en su padre y en su abuelo: un corazón afectuoso, bueno. Aprender a “cómo se hace”. Eso me emocionó.

5. Sí a la adolescencia, no a la competencia

Como último elemento, es importante que reflexionemos sobre una dinámica ambiental que nos interpela a todos. Es interesante observar cómo los chicos y las chicas quieren ser “mayores” y los “mayores” quieren ser o se han vuelto adolescentes.

No podemos ignorar esta cultura, ya que es un aire que todos respiramos. Hoy en día existe una especie de competencia entre padres e hijos; diferente de la de otras épocas en las que normalmente había una confrontación entre los unos y los otros. Hoy hemos pasado de la confrontación a la competencia, que son dos cosas distintas. Son dos dinámicas diferentes del espíritu. Nuestros chicos encuentran hoy mucha competencia y pocas personas con las que confrontarse. El mundo de los adultos ha adoptado como paradigma y modelo de éxito la “eterna juventud”. Parece que crecer, envejecer, “madurar”, sea malo. Es sinónimo de vida frustrada o agotada. Hoy parece que haya que esconder o disimular todo. Como si el hecho mismo de vivir no tuviera sentido. La apariencia, no envejecer, maquillarse… Me da pena cuando veo a los que se tiñen el pelo.

¡Qué triste que alguien quiera hacerse un “lifting” al corazón! Y hoy se usa más la palabra “lifting” que la palabra “corazón”!¡Qué pena que alguien quiera borrar las “arrugas” de tantos encuentros, de tantas penas y alegrías! Me viene a la mente cuando aconsejaron a la gran Anna Magnani que se hiciera un lifting y respondió: “No, estas arrugas me han costado toda la vida: son preciosas”.

De alguna manera, esta es una de las amenazas “inconscientes” más peligrosas en la educación de nuestros adolescentes: excluirlos de sus procesos de crecimiento porque los adultos ocupan su lugar. Y hoy hay muchos padres adolescentes, muchos. Adultos que no quieren ser adultos y quieren jugar a ser adolescentes para siempre. Esta “marginación” puede aumentar la tendencia natural de los jóvenes a aislarse o a frenar sus procesos de crecimiento por falta de confrontación. Hay competencia, pero no confrontación.

6. La “gula” espiritual

Non quisiera terminar sin este aspecto que puede ser un tema clave que cruza todos los talleres que haréis: es transversal. Es el tema de la austeridad. Vivimos en un contexto de consumismo muy fuerte… Y uniendo el consumismo con lo que he dicho antes; después de la comida, de las medicinas y la ropa, que son esenciales para la vida, donde más se gasta es en productos de belleza, en cosméticos. ¡Son estadísticas! Los cosméticos. Es muy feo decirlo. Y la cosmética, que era algo más propio de las mujeres, ahora es igual para ambos sexos, Después de los gastos de base, el primer lugar lo ocupa la cosmética; y luego las mascotas (los animales domésticos): alimentación, veterinario… ¡Son estadísticas! Pero este es otro tema, el de las mascotas, que no voy a tocar, ahora: más adelante pensaremos en ello. Volvamos al tema de la austeridad. Como he dicho, vivimos en un contexto de consumismo muy fuerte; parece que nos impulsen a consumir consumo en el sentido de que es importante consumir más. Hace años se decía de las personas que tenían este problema que tenían una dependencia de la compra. Hoy ya no se dice: todos estamos con este ritmo de consumismo. Por lo tanto, es urgente recuperar ese principio espiritual tan importante y devaluado: la austeridad. Hemos entrado en un abismo de consumo que nos lleva a creer que valemos tanto como somos capaces de producir y de consumir, tanto como somos capaces de tener. La educación a la austeridad es una riqueza incomparable. Despierta el ingenio y la creatividad, crea posibilidades para la imaginación, y en especial lleva al trabajo en equipo, en solidaridad. Abre a los demás. Hay una especie de “gula espiritual”. Esa actitud de los golosos que, en lugar de comer, devoran todo a su alrededor (parece que engullen al comer).

Creo que nos sentaría bien educarnos mejor, como familia, en esta “gula ” y dar espacio a la austeridad como un camino para encontrarse, construir puentes, espacios abiertos, crecer con los demás y para los demás. Esto lo puede hacer sólo quien sabe ser austero; de lo contrario, es un simple “goloso”. En Amoris laetitia os decía: “La historia de una familia está surcada por crisis de todo tipo, que también son parte de su dramática belleza. Hay que ayudar a descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a partir de las posibilidades que abre una nueva etapa” (n. 232). Me parece importante vivir la educación de los hijos desde esta perspectiva, como una llamada del Señor, como familia, para hacer de este paso un paso de crecer, para aprender a saborear más la vida que Él nos da.

Esto es lo que me parecía que tenía que decíos sobre este tema.

(Palabras de agradecimiento del cardenal Vallini)

[Bendición]

Muchas gracias. ¡Buen trabajo! Os deseo lo mejor. Y ¡adelante!


[1] “Para los jóvenes lo futuro es mucho y lo pretérito, breve; ya que el primer día de nada pueden acordarse y en cambio pueden esperarlo todo. Y son fáciles de engañar, por lo dicho, porque esperan fácilmente. Y son bastante animosos porque están llenos de decisión y de esperanza, de lo cual lo uno los hace no temer y lo otro les hace ser audaces; porque ninguno teme cuando está enojado y el esperar algún bien es algo que inspira resolución…. También son los jóvenes apasionados y de genio vivo” (Aristóteles, La Retórica, II, 12,2)


* Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede

 



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