VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE FRANCESCO
A PRATO Y FLORENCIA
(10 DE NOVIEMBRE DE 2015)
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN Y EL MUNDO DEL TRABAJO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Plaza de la Catedral, Prato
Martes 10 de noviembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Doy las gracias a vuestro obispo, monseñor Agostinelli, por las palabras muy amables que me ha dirigido. Saludo con afecto a todos vosotros y a los que no pueden estar aquí presentes físicamente, en especial a las personas enfermas, ancianas y las detenidas en el centro penitencial.
He venido como peregrino —un peregrino… de paso. Poca cosa, pero al menos la voluntad está— a esta ciudad rica de historia y de belleza, que a lo largo de los siglos ha merecido la definición de «ciudad de María». Sois afortunados, porque estáis en buenas manos. Son manos maternales que protegen siempre, abiertas para acoger. Sois privilegiados también porque custodiáis la reliquia del «Sagrado cíngulo» de la Virgen, que he podido visitar hace un momento.
Este signo de bendición para vuestra ciudad me sugiere algunas reflexiones, suscitadas también por la Palabra de Dios. La primera nos remite al camino de salvación iniciado por el pueblo de Israel, desde la esclavitud de Egipto a la Tierra Prometida. Antes de liberarlo, el Señor pidió que se celebre la cena pascual y que lo hagan de un modo particular: «con la cintura ceñida» (Ex 12, 11). Ceñir los vestidos al cuerpo significa estar preparados, prepararse para partir, para salir y ponerse en camino. A esto nos exhorta el Señor también hoy, hoy más que nunca: a no permanecer encerrados en la indiferencia, sino abrirnos; a sentirnos, todos, llamados y preparados a dejar algo con el fin de ir al encuentro de alguno, con quien compartir la alegría de haber encontrado al Señor y también la fatiga de ir por su camino. Se nos pide salir para acercarnos a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. Salir, cierto, quiere decir arriesgar —salir quiere decir arriesgar—, pero no existe una fe sin riesgo. Una fe que piensa en sí mismo y está cerrada en su casa no es fiel a la invitación del Señor, que llama a los suyos a tomar la iniciativa y a implicarse, sin miedo. Ante las transformaciones a menudo vortiginosas de estos últimos años, está el peligro de ser arrasados por el torbellino de los acontecimientos, perdiendo la valentía de buscar la senda. Se prefiere entonces el refugio de algún puerto seguro y se renuncia a remar mar adentro a partir de la Palabra de Jesús. Pero el Señor, que quiere llegar a quien aún no lo ama, nos sacude. Desea que nazca en nosotros una renovada pasión misionera y nos confía una gran responsabilidad. Pide a la Iglesia, su esposa, que camine por los senderos accidentados de hoy; que acompañe a quien se ha extraviado en el camino; que instale tiendas de esperanza, donde se acoja a quien está herido y ya no espera nada de la vida. Esto nos pide el Señor.
Él mismo nos da el ejemplo, acercándose a nosotros. El Sagrado Cíngulo, en efecto, recuerda también el gesto realizado por Jesús durante su cena pascual, cuando se ciñó sus vestiduras, como un siervo, y lavó los pies de sus discípulos (cf. Jn 13, 4; Lc 12, 37). Para que, como lo hizo Él, lo hiciésemos también nosotros. Hemos sido servidos por Dios que se hizo nuestro prójimo, para servir también nosotros a quien está cerca nuestro. Para un discípulo de Jesús ningún cercano puede llegar a ser alguien lejano. Es más, no existen lejanos que estén demasiado distantes, sino sólo próximos a quienes hemos de llegar. Os agradezco los esfuerzos constantes que vuestra comunidad realiza para integrar a cada persona, contrastando la cultura de la indiferencia y del descarte. En tiempos marcados por incertezas y miedos, son encomiables vuestras iniciativas que sostienen a los más débiles y a las familias, que os comprometéis también a «adoptar». Mientras que os dedicáis a buscar mejores posibilidades concretas de inclusión, nos os desalentéis ante las dificultades. No os resignéis ante las que parecen difíciles situaciones de convivencia. Que os anime siempre el deseo de establecer auténticos «pactos de proximidad». Esto es, ¡proximidad! Acercarse para realizar esto.
Existe también otra sugerencia que quisiera proponeros. San Pablo invita a los cristianos a revestirse con una armadura especial, la de Dios. Dice, en efecto, que se revistan de las virtudes necesarias para afrontar a nuestros enemigos reales, que nunca son los demás, sino «los espíritus malignos». En esta armadura ideal está en primer lugar la verdad: «ceñid la cintura con la verdad», escribe el Apóstol (Ef 6, 14). Debemos ceñirnos con la verdad. No se puede establecer nada bueno sobre las tramas de la mentira o la falta de transparencia. Buscar y elegir siempre la verdad no es fácil; pero es una decisión vital, que debe marcar profundamente la existencia de cada uno y también de la sociedad, para que se más justa, para que sea más honesta. La sacralidad de cada ser humano requiere para cada uno respeto, acogida y un trabajo digno. ¡Trabajo digno! Me permito recordar aquí a los cinco hombres y a las dos mujeres de ciudadanía china que fallecieron hace dos años a causa de un incendio en la zona industrial de Prato. Vivían y dormían dentro del mismo galpón industrial en el que trabajaban: en un espacio se habían acomodado un pequeño dormitorio de cartón y cartón piedra, con camas superpuestas para aprovechar la altura de la estructura. Es una tragedia de la explotación y de las condiciones inhumanas de vida. Y esto no es trabajo digno. La vida de cada comunidad exige que se combata hasta las últimas consecuencias el cáncer de la corrupción, el cáncer de la explotación humana y laboral y el veneno de la ilegalidad. Dentro de nosotros y junto a los demás, nunca nos cansemos de luchar por la verdad y la justicia.
Aliento a todos, sobre todo a vosotros jóvenes —me han dicho que vosotros, los jóvenes, habéis hecho ayer una vigilia de oración, toda la noche… ¡Gracias, gracias!— a no ceder jamás ante el pesimismo y la resignación. María es aquella que con la oración y el amor, en un silencio activo, transformó el sábado de la decepción en el alba de la resurrección. Si alguno se siente cansado y oprimido por las circunstancias de la vida, confíe en nuestra Madre, que es cercana y consuela porque es Madre. Siempre nos alienta y nos invita a volver a poner nuestra confianza en Dios: su Hijo no traicionará nuestras expectativas y sembrará en los corazones una esperanza que no decepciona. ¡Gracias!
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