DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MALÍ
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Jueves 7 de mayo de 2015
Queridos hermanos en el episcopado:
Mi alegría es grande al recibiros y saludaros afectuosamente a cada uno de vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo os permite reafirmar vuestros vínculos de comunión con la Sede apostólica, entre vosotros y con los obispos de todo el mundo. Habéis venido aquí para renovar vuestras energías con vistas a un compromiso cada vez más inspirado por el modelo de estos apóstoles, al servicio del pueblo de Dios que se os ha encomendado. El discurso pronunciado en nombre de todos vosotros por monseñor Jean-Baptiste Tiama, presidente de vuestra Conferencia episcopal, no sólo expresa vuestros sentimientos de comunión fiel con el sucesor de Pedro, sino que constituye también un marco elocuente de la realidad de la Iglesia en Malí. Le agradezco vivamente por esto y doy las gracias a cada uno de vosotros. A través de vosotros, mi recuerdo llega a todo el pueblo maliense y también a vuestras comunidades diocesanas. A ellos expreso, como a vosotros, mi aliento cordial.
Hacia la persona misma de Cristo quisiera orientar vuestras miradas en la situación delicada que, desde algunos años, atraviesa vuestro país, que se encuentra ante dificultades relacionadas con la seguridad, entre muchas. Esta situación ha perjudicado algunas veces la convivencia entre los diversos componentes de la sociedad, rompiendo la armonía entre los hombres y mujeres de las diversas religiones presentes en la tierra de Malí, rica de un glorioso pasado y sinónimo de admirables tradiciones, entre ellas la tolerancia y la unión. Doy las gracias a vuestra Conferencia episcopal por haber sabido, en este delicado contexto, preservar el espíritu del diálogo interreligioso: el compromiso común de los cristianos y musulmanes para la salvaguarda de los tesoros culturales de Malí, especialmente las grandes bibliotecas de Tombuctú, patrimonio de la humanidad, es un ejemplo elocuente de ello. A vuestro regreso quisiera que llevarais a vuestros fieles, pero también a vuestros conciudadanos de todas las categorías sociales y de todas las religiones, hombres y mujeres de buena voluntad comprometidos en la lucha contra la intolerancia y la exclusión, la seguridad de mi cercanía. De hecho, en estos momentos difíciles cada uno está llamado a superarse, alzando la mirada más allá del horizonte del egoísmo y los intereses particulares, para volver a buscar el bien común (cf. Evangelii gaudium, n. 221 y ss.).
En esta situación, las comunidades cristianas y sus pastores están llamados a dar un testimonio de fe aún más incisivo, fundado en una adhesión sin reservas a los valores del Evangelio. Vosotros estáis ya recorriendo este camino a través de la traducción de la Biblia en lenguas locales, puesto que vivir de la Palabra de Dios y testimoniarla fielmente requiere sobre todo conocerla, acudir a ella asiduamente y asimilarla. En este sentido, hay que rendir homenaje a los esfuerzos realizados en vuestras diócesis para la elaboración de nuevos manuales de catequesis; a través de una formación sólida, los fieles arraigan mayormente su vida en la fe, y serán más fuertes para resistir a todo lo que la amenaza. Con este propósito, quisiera saludar calurosamente a los catequistas por el importante papel que desempeñan con generosidad en la obra evangelizadora.
Así, a pesar de los graves problemas que debe afrontar, la Iglesia en Malí muestra un buen dinamismo en su obra de evangelización, teniendo al mismo tiempo un profundo respeto de las conciencias. Los discípulos de Cristo están creciendo en número y en fervor. Pero el testimonio cristiano a nivel familiar tiene aún necesidad de mayor coherencia: en vuestro contexto socio-cultural marcado también por el divorcio y la poligamia, los católicos están llamados a anunciar concretamente, con su testimonio, el Evangelio de la vida y la familia. Os animo igualmente a proseguir vuestra acción pastoral dirigiendo una atención especial a la condición femenina: promover el sitio de la mujer en la sociedad y combatir cualquier abuso o violencia contra ella, es también una forma de anuncio del Evangelio de Jesucristo que quiso nacer de una mujer, la Virgen María.
Al dar gracias a Dios por lo que os permite realizar, no dejéis de proseguir vuestros esfuerzos con vistas al discernimiento de las vocaciones sacerdotales: la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos. Mis oraciones no dejan de elevarse al Señor, junto con las vuestras, para que mande obreros a su mies. El acompañamiento paciente y paternal de los sacerdotes es otra obra hacia la cual no debería disminuir vuestra atención. Sed para ellos, en especial para los más débiles, padres, hermanos y amigos que saben sostenerlos y alentarlos. El ministerio episcopal, lejos de ser una responsabilidad que se asume con espíritu solitario, constituye una misión de comunión y al servicio de la comunión que vivís de modo particular con vuestros sacerdotes.
Este espíritu de comunión os llama también, como pastores, a reservar un lugar privilegiado en vuestro corazón y en vuestra acción pastoral a los religiosos y religiosas: también ellos tienen necesidad de experimentar vuestra solicitud paternal, que permitirá a cada instituto o congregación expresar mejor su carisma al servicio de toda la comunidad.
Si en cada Iglesia particular es necesaria una sinergia inspirada por la caridad para asegurar su credibilidad, en vuestro contexto, la caridad y la unidad vividas en el seno de la Iglesia forman parte de las garantías más importantes para un diálogo fecundo con las demás religiones, como expresión de un testimonio cristiano auténtico (cf. Nostra aetate, n. 5). Al respecto, Tertuliano nos dejó este testimonio sorprendente sobre los cristianos de parte de los paganos de su tiempo, que debería inspirarnos siempre: «Mirad cómo se aman, se aman de verdad» (Apologético, 39, 7). Es de esperar que aun hoy se puedan multiplicar símiles testimonios sobre nuestras comunidades cristianas por parte de los miembros de las demás religiones. Queridos hermanos en el episcopado, confío esta aspiración a vuestra solicitud pastoral.
Es el Evangelio vivido en su dimensión de amor auténtico hacia el prójimo el que debe inspirar la pastoral social: la Iglesia en Malí está muy presente en el ámbito de la educación a la paz, y vuestras comunidades cristianas contribuyen activamente a promover una auténtica reconciliación nacional. Al complacerme con vosotros por vuestra sensibilidad pastoral en el ámbito de la promoción humana, sin consideraciones éticas o religiosas, quisiera rendir homenaje a los numerosos cristianos que difunden la cultura de la solidaridad y la acogida, especialmente para afrontar las violencias de estos últimos años.
Queridos hermanos en el episcopado, seguro de la promesa del Señor de permanecer con los suyos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28, 20), estoy convencido que, a pesar de las dificultades presentes en el camino, la Iglesia en Malí seguirá siendo un testimonio de esperanza y de paz. Os exhorto, por lo tanto, a perseverar en el camino del Evangelio, conservando la prioridad acordada a la juventud en vuestra acción pastoral: los jóvenes deben ser auténticos constructores de paz y reconciliación. Que se sientan cada vez más sostenidos por sus pastores, para permanecer unidos a Cristo, reconociendo su presencia viva en nuestro mundo, sobre todo a través de los más débiles y pobres.
Para concluir este encuentro, quisiera una vez más dirigir mi recuerdo a las comunidades cristianas confiadas a vuestra atención pastoral: a ellos dirijo mis oraciones y mi aliento; haceos intérpretes de mi afectuosa cercanía a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, novicios, catequistas y fieles laicos, especialmente a las personas que sufren y que son probadas. Al pediros que continuéis rezando por mí y que hagáis rezar por mi ministerio, invoco sobre vosotros el consuelo del Señor resucitado, vencedor del mal y de la muerte, y de todo corazón os imparto la bendición apostólica que extiendo de buen grado a todos vuestros diocesanos.
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