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SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD COREANA DE ROMA

Basílica Vaticana
Jueves 12 de marzo de 2015

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¡Buenas tardes a todos!

Os doy la bienvenida. Me complace volver a reunirme otra vez con los obispos y encontraros a vosotros, miembros de la comunidad coreana. Tengo siempre en el corazón —¡aún no se ha ido!— la alegría de la visita a Corea. Fue una visita preciosa, preciosa, y no puedo olvidar vuestra fe y vuestro celo. Quiero expresar mi agradecimiento por esto. A vosotros obispos pido, por favor, que al regresar a la patria, llevéis mis saludos a la comunidad coreana y a todos los coreanos, también a los no católicos, porque es un pueblo que me ha edificado. Y no olvido el día de la beatificación, tan llena de gente, tan llena. Transmitid mis saludos.

Quisiera solamente recordar dos cosas. Primero, los laicos. Los laicos llevaron adelante vuestra Iglesia durante dos siglos. Ayudad a los laicos a ser conscientes de esta responsabilidad. Ellos heredaron esta gloriosa historia. Primero, los laicos: ¡que sean valientes como los primeros!

Segundo, los mártires. Vuestra Iglesia fue «regada» con la sangre de los mártires, y esto dio vida. Por favor no cedáis. Cuidaos del «bienestar religioso». Estad atentos, porque el diablo es astuto. Os explicaré con una anécdota: los japoneses, cuando en la persecución religiosa, torturaban a los cristianos —también entre vosotros, muchas torturas— después los llevaban a la cárcel, pero un mes antes del juicio, cuando debían apostatar, los conducían a una casa hermosa, les daban bien de comer, en un buen bienestar. Todas estas cosas están escritas en la historia de la persecución de los cristianos en ese país. ¿Por qué los llevaban un mes antes? Para ablandar la fe, para que encontraran el placer de estar bien, y después les proponían la apostasía y ellos cedían porque se habían debilitado. El cardenal Filoni me regaló un libro con la historia de las persecuciones japonesas, muy bueno. Y así algunos se derrumbaban y caían, mientras que otros luchaban hasta el final y morían.

Yo no quiero ser profeta, pero así os puede suceder a vosotros. Si vosotros no seguís adelante con la fuerza de la fe, con el celo, con el amor a Jesucristo, si vosotros llegáis a ser blandos —cristianismo de «agua de rosas», débil— vuestra fe se vendrá abajo.

El demonio es astuto —decía— y hará está propuesta, el bienestar religioso —«somos buenos católicos, pero hasta aquí...»— y os quitará la fuerza. No os olvidéis, por favor: sois hijos de mártires y el celo apostólico no se puede negociar. Recuerdo lo que dice la Carta a los hebreos: «Recordad aquellos días primeros, en los que soportasteis múltiples combates y sufrimientos por la fe. No renunciéis ahora» (cf. Hb 10, 32-36). Y dice también, en otro pasaje casi al final: «Acordaos de vuestros padres en la fe, de vuestros maestros, y seguid su ejemplo» (cf. Hb 12, 1).

Vosotros sois Iglesia de mártires, y esta es una promesa para toda Asia. Seguid adelante. No cedáis. Nada de mundanidad espiritual, nada. Nada de catolicismo fácil, sin celo. Nada de bienestar religioso. Amor a Jesucristo, amor a la cruz de Jesucristo y amor a vuestra historia.

Y con estas dos cosas me despido, para que podáis seguir la misa. Os agradezco mucho la visita y ahora os invito a rezar a la Virgen, todos juntos, un Avemaría: en coreano vosotros y yo en italiano.

[«Ave María...»]

Y por favor rezad por mí. Y ¡adelante!

 


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