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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

Aula Pablo VI
Miércoles 4 de marzo de 2015

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Queridos hermanos:

Os doy la bienvenida y agradezco al cardenal Kovithavanij su introducción. Agradezco también a la presidenta y al co-presidente del Movimiento de los Focolares su presencia.

Os ha reunido en Roma la amistad con este Movimiento y el interés por la «espiritualidad de comunión». En estos días, en especial, vuestra reflexión se centra en el tema «Eucaristía, misterio de comunión».

En efecto, el carisma de la unidad propio de la Obra de María está fuertemente anclado en la Eucaristía, que le confiere su carácter cristiano y eclesial. Sin la Eucaristía la unidad perdería su polo de atracción divina y se reduciría a un sentimiento y a una dinámica solamente humana, psicológica, sociológica. En cambio, la Eucaristía garantiza que en el centro esté Cristo, y que sea su Espíritu, el Espíritu Santo, quien mueva nuestros pasos y nuestras iniciativas de encuentro y comunión.

El apóstol Pablo escribe: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Cor 10, 17). Como obispos, reunimos a las comunidades en torno a la Eucaristía, a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida. Este es nuestro servicio, y es fundamental. El obispo es principio de unidad en la Iglesia, pero esto no se lleva a cabo sin la Eucaristía: el obispo no reúne al pueblo alrededor de su persona o de las propias ideas, sino en torno a Cristo presente en su Palabra y en el Sacramento de su Cuerpo y Sangre. Y, en la escuela de Jesús, buen Pastor, Cordero inmolado y resucitado, el obispo reúne a las ovejas a él confiadas con la entrega de su vida, asumiendo él mismo una forma de existencia eucarística. Así, pues, el obispo, al conformarse con Cristo, se convierte en Evangelio vivo, se convierte en Pan partido para la vida de muchos con su predicación y su testimonio. Quien se nutre con fe de Cristo Pan vivo su amor lo impulsa a dar la vida por los hermanos, a salir, a ir al encuentro de quien es marginado y despreciado.

Os doy las gracias en especial a vosotros, hermanos, que venís de las tierras ensangrentadas de Siria e Irak, así como de Ucrania. En el sufrimiento que estáis viviendo con vuestra gente, vosotros experimentáis la fuerza que viene de Jesús Eucaristía, la fuerza de seguir adelante unidos en la fe y en la esperanza.

En la celebración diaria de la misa nosotros estamos unidos a vosotros, rezamos por vosotros ofreciendo el Sacrificio de Cristo; y allí encuentran fuerza y significado también las múltiples iniciativas de solidaridad en favor de vuestras Iglesias.

Queridos hermanos, os aliento a seguir adelante con vuestro compromiso en favor del camino ecuménico y del diálogo interreligioso. Y os agradezco la aportación que hacéis para una mayor comunión entre los diversos movimientos eclesiales.

Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. Recemos unos por otros. Os agradezco vuestras oraciones.

 



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