DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL REGIONAL DEL NORTE DE ÁFRICA (CERNA)
EN VISTA “AD LIMINA APOSTOLORUM”
Lunes 2 de marzo de 2015
Queridos hermanos en el episcopado:
Os acojo con alegría durante estos días que realizáis vuestra visita ad limina. Deseo que la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles fortalezca vuestra fe y consolide vuestra esperanza, para que prosigáis el ministerio que se os ha confiado en cada uno de vuestros países. Doy las gracias a monseñor Vincent Landel, arzobispo de Rabat y presidente de vuestra Conferencia, que en nombre de todos vosotros ha expresado sentimientos de comunión con el Sucesor de Pedro. A través de vosotros, me uno a los fieles de vuestras diócesis del norte de África. Llevadles el afecto del Papa y la certeza de que permanece cercano a ellos y los alienta mientras dan generoso testimonio del Evangelio de paz y amor de Jesús. Mi saludo cordial también se dirige a todos los habitantes de vuestros países, en particular a las personas que sufren.
Desde hace algunos años, vuestra región experimenta desarrollos significativos que han permitido esperar ver realizadas ciertas aspiraciones a una mayor libertad y a la dignidad, y favorecer una libertad de conciencia más grande. Pero a veces este desarrollo ha llevado a explosiones de violencia. En particular, quiero rendir homenaje a la valentía, a la fidelidad y a la perseverancia de los obispos en Libia, así como de los sacerdotes, las personas consagradas y los laicos que permanecen en el país a pesar de los numerosos peligros. Son auténticos testigos del Evangelio. Les doy las gracias de corazón, y os aliento a todos a proseguir vuestros esfuerzos para contribuir a la paz y a la reconciliación en toda vuestra región.
Vuestra Conferencia episcopal, que reúne regularmente a los pastores de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, es un importante lugar de intercambio y diálogo, pero también ha de ser un instrumento de comunión que permita profundizar relaciones fraternas y confiadas entre vosotros. Vuestra peregrinación a Roma es una feliz ocasión para renovar vuestro compromiso común al servicio de la misión de la Iglesia en cada uno de vuestros países. Realizáis esta misión con los sacerdotes, vuestros colaboradores directos, que a veces, al ser originarios de numerosos países, tienen dificultades para adaptarse a situaciones muy nuevas para ellos. Por lo tanto, es particularmente necesario que estéis cerca de cada uno de ellos y atentos a su formación permanente, para que puedan vivir su ministerio plena y serenamente. A cada uno de ellos les dirijo mi más cordial saludo, y les aseguro a todos mi oración.
Las religiosas y los religiosos también tienen un papel importante en la vida y en la misión de vuestras Iglesias. Les agradezco el testimonio de vida fraterna y el compromiso tan generoso al servicio de sus propios hermanos y hermanas. En este Año de la vida consagrada, los invito a tomar renovada conciencia de la importancia de la contemplación en su vida y hacer resplandecer de este modo la belleza y la santidad de su vocación.
En el centro de vuestra misión y en la fuente de vuestra esperanza están, ante todo, el encuentro personal con Jesucristo y la certeza de que Él actúa en el mundo al que habéis sido enviados en su nombre. Así pues, la vitalidad evangélica de vuestras diócesis depende de la calidad de la vida espiritual y sacramental de cada uno. La historia de vuestra región se ha caracterizado por numerosas figuras de santidad, desde Cipriano y Agustín, patrimonio espiritual de toda la Iglesia, hasta el beato Carlos de Foucauld, de quien el próximo año celebraremos el centenario de su muerte; y, más cercanos a nosotros, por los religiosos y las religiosas que entregaron todo a Dios y a sus hermanos, hasta el sacrificio de su vida. Os corresponde a vosotros desarrollar esta herencia espiritual, ante todo entre vuestros fieles, pero también abriéndola a todos. Además, me alegra saber que durante estos últimos años ha sido posible restaurar diversos santuarios cristianos en Argelia. Acogiendo a cada uno tal como es, con benevolencia y sin proselitismo, vuestras comunidades muestran que quieren ser una Iglesia de puertas abiertas, siempre «en salida» (cf. Evangelii gaudium, 46-47).
En las situaciones a veces difíciles que vive vuestra región, vuestro ministerio de pastores experimenta muchas alegrías. Así, la acogida de nuevos discípulos que se unen a vosotros, tras descubrir el amor de Dios manifestado en Jesús, es un hermoso signo que da el Señor. Al compartir con sus compatriotas la preocupación por la edificación de una sociedad cada vez más fraterna y abierta, muestran que todos son hijos de un mismo Padre. Los saludo de modo particular y les aseguro mi afecto, deseando que ocupen plenamente su lugar en la vida de vuestras diócesis.
También la universalidad es una característica de vuestras Iglesias, cuyos fieles provienen de numerosas naciones para formar comunidades muy vivas. Los invito a manifestar en su rostro la alegría del Evangelio, la alegría de haber encontrado a Cristo, que los hace vivir. También para vosotros es una ocasión para maravillaros ante la obra de Dios, que se difunde entre todos los pueblos y en todas las culturas. Quiero expresar mi aliento a los numerosos jóvenes estudiantes provenientes del África subsahariana, que forman una parte importante de vuestras comunidades. Manteniéndose firmes en la fe, serán capaces de establecer con todos vínculos de amistad, confianza y respeto, y así contribuirán a la edificación de un mundo más fraterno.
El diálogo interreligioso es una parte importante de la vida de vuestras Iglesias. También en este ámbito, la fantasía de la caridad abre innumerables caminos para llevar el soplo evangélico a la culturas y a los ámbitos sociales más diversos (cf. Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la vida consagrada, 28 de noviembre de 2014). Sabéis hasta qué punto el escaso conocimiento recíproco es motivo de tantas incomprensiones y, a veces, incluso de enfrentamientos. Sin embargo, como escribió Benedicto XVI en la exhortación apostólica Africae munus, «si todos nosotros, creyentes en Dios, deseamos servir a la reconciliación, la justicia y la paz, hemos de trabajar juntos para impedir toda forma de discriminación, intolerancia y fundamentalismo confesional» (n. 94). El antídoto más eficaz contra toda forma de violencia es la educación en el descubrimiento y en la aceptación de la diferencia como riqueza y fecundidad. Además, es indispensable que en vuestras diócesis sacerdotes, religiosas y laicos se formen en este ámbito. Al respecto, me alegra observar que el Pontificio instituto de estudios árabes e islámicos (PISAI), que celebra este año su quincuagésimo aniversario, nació en vuestra región, en Túnez. Apoyar y utilizar este instituto tan necesario para impregnarse de la lengua y de la cultura, permitirá profundizar un diálogo en la verdad y en el amor entre cristianos y musulmanes. También vivís día a día el diálogo con los cristianos de diferentes confesiones. Que el Instituto ecuménico Al Mowafaqa, fundado en Marruecos para promover el diálogo ecuménico e interreligioso en el contexto que le es propio, contribuya a su vez a un mejor conocimiento recíproco.
Iglesia del encuentro y del diálogo, también queréis estar al servicio de todos, sin distinción. Con medios a menudo humildes, manifestáis la caridad de Cristo y de la Iglesia entre los más pobres, los enfermos, las personas ancianas, las mujeres necesitadas y los detenidos. Os agradezco de corazón el papel que desempeñáis cuando acudís en ayuda de los numerosos inmigrantes originarios de África que buscan en vuestros países un lugar de paso o de acogida. Reconociendo su dignidad humana y esforzándoos por despertar las conciencias ante tantos dramas humanos, mostráis el amor que Dios siente por cada uno de ellos.
Queridos hermanos en el episcopado: Por último, quiero aseguraros el apoyo de toda la Iglesia a vuestra misión. Estáis «en las periferias», con el servicio especial de manifestar la presencia de Cristo en su Iglesia en esta región. Vuestro testimonio de vida, con sencillez y pobreza, es un signo importante para toda la Iglesia. Estad seguros de que el Sucesor de Pedro os acompaña en vuestro duro camino y os alienta a ser siempre hombres de esperanza.
Os encomiendo a la protección de Nuestra Señora de África, que vela sobre todo el continente, y a la intercesión de san Agustín, del beato Carlos de Foucauld y de todos los santos de África. De todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica a vosotros y a todos vuestros diocesanos.
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