VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A TURÍN
VISITA AL TEMPLO VALDENSE
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Corso Vittorio Emanuele II
Lunes 22 de junio de 2015
Queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría me encuentro hoy entre vosotros. Os saludo a todos con las palabras del apóstol Pablo: «A vosotros, que sois de Dios Padre y del Señor Jesucristo, os deseamos gracia y paz» (1 Ts 1, 1 - Traducción interconfesional en lengua corriente). Saludo, en particular, al moderador de la Mesa valdense, reverendo pastor Eugenio Bernardini, y al pastor de esta comunidad de Turín, reverendo Paolo Ribet, a quienes agradezco sinceramente la invitación que tan amablemente me han hecho. La cordial acogida que hoy me reserváis me hace pensar en los encuentros con los amigos de la Iglesia evangélica valdense del Río de la Plata, de quienes he podido apreciar su espiritualidad y su fe, y aprender tantas cosas buenas.
Uno de los principales frutos que el movimiento ecuménico ya ha permitido recoger durante estos años es el redescubrimiento de la fraternidad que une a todos los que creen en Jesucristo y están bautizados en su nombre. Este vínculo no se basa en criterios simplemente humanos, sino en la comunión radical de la experiencia fundamental de la vida cristiana: el encuentro con el amor de Dios que se revela en Jesucristo y la acción transformadora del Espíritu Santo que nos asiste en el camino de la vida. El redescubrimiento de tal fraternidad nos permite captar el profundo vínculo que ya nos une, a pesar de nuestras diferencias. Se trata de una comunión aún en camino —y la unidad se realiza en camino—, una comunión que, con la oración, con la continua conversión personal y comunitaria y con la ayuda de los teólogos, esperamos, confiados en la acción del Espíritu Santo, llegue a ser comunión plena y visible en la verdad y la caridad.
La unidad, que es fruto del Espíritu Santo, no significa uniformidad. En efecto, los hermanos están unidos por un mismo origen, pero no son idénticos entre sí. Esto es muy claro en el Nuevo Testamento, donde, aun siendo llamados hermanos todos los que comparten la misma fe en Jesucristo, se intuye que no todas las comunidades cristianas, de las que eran parte, tenían el mismo estilo, ni una idéntica organización interna. Incluso dentro de la misma pequeña comunidad se podían vislumbrar diversos carismas (cf. 1 Cor 12-14) y hasta en el anuncio del Evangelio había diversidad y a veces contrastes (cf. Hch 15, 36-40). Por desgracia, ha sucedido y sigue sucediendo que los hermanos no aceptan su diversidad y terminan por hacerse la guerra unos con otros. Al reflexionar sobre la historia de nuestras relaciones, no podemos dejar de entristecernos por las disputas y la violencia cometida en nombre de la propia fe, y pido al Señor que nos conceda la gracia de reconocernos todos pecadores y saber perdonarnos unos a otros. Por iniciativa de Dios, que nunca se resigna al pecado del hombre, se abren nuevos caminos para vivir nuestra fraternidad, y no podemos apartarnos de esto. Por parte de la Iglesia católica os pido perdón. Os pido perdón por las actitudes y los comportamientos no cristianos, incluso inhumanos, que en la historia hemos tenido contra vosotros. En nombre del Señor Jesucristo, ¡perdonadnos!
Por eso, estamos profundamente agradecidos al Señor al constatar que las relaciones entre católicos y valdenses hoy se fundan cada vez más en el respeto mutuo y en la caridad fraterna. No son pocas las ocasiones que han contribuido a hacer más sólidas tales relaciones. Sólo por citar algunos ejemplos —también el reverendo Bernardini lo ha hecho—, pienso en la colaboración para la publicación en italiano de una traducción interconfesional de la Biblia, en los acuerdos pastorales para la celebración del matrimonio y, más recientemente, en la redacción de un llamamiento conjunto sobre la violencia contra las mujeres. Entre los muchos contactos cordiales en diversos contextos locales, donde se comparten la oración y el estudio de las Escrituras, quiero recordar el intercambio ecuménico de dones que, con ocasión de la Pascua, en Pinerolo, realizaron la Iglesia valdense de Pinerolo y la diócesis. La Iglesia valdense ofreció a los católicos el vino para la celebración de la vigilia de Pascua y la diócesis católica ofreció a los hermanos valdenses el pan para la santa cena del domingo de Pascua. Se trata de un gesto entre las dos Iglesias que va más allá de la simple cortesía y que permite pregustar, en ciertos aspectos —pregustar, en ciertos aspectos—, la unidad de la mesa eucarística que anhelamos. Animados por estos pasos, estamos llamados a seguir caminando juntos. Un ámbito en el que se abren amplias posibilidades de colaboración entre valdenses y católicos es el de la evangelización. Conscientes de que el Señor nos ha precedido y siempre nos precede en el amor (cf. 1 Jn 4, 10), vayamos juntos al encuentro de los hombres y las mujeres de hoy, que a veces parecen tan distraídos e indiferentes, para transmitirles el corazón del Evangelio, o sea, «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 36). Otro ámbito en el que podemos trabajar cada vez más unidos es el servicio a la humanidad que sufre, a los pobres, a los enfermos, a los inmigrantes. Gracias por lo que usted ha dicho sobre los inmigrantes. De la obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros deriva la exigencia de testimoniar el rostro misericordioso de Dios que cuida a todos y, en particular, a quienes tienen necesidad. La opción por los pobres, por los últimos, por aquellos que la sociedad excluye, nos acerca al corazón mismo de Dios, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9), y, en consecuencia, nos acerca más unos a otros. Que las diferencias sobre importantes cuestiones antropológicas y éticas, que siguen existiendo entre católicos y valdenses, no nos impidan encontrar formas de colaboración en estos y otros campos. Si caminamos juntos, el Señor nos ayuda a vivir la comunión que precede a cualquier contraste.
Queridos hermanos y hermanas: Os agradezco nuevamente este encuentro, que quiero que nos confirme en un nuevo modo de ser unos con otros: mirando ante todo la grandeza de nuestra fe común y de nuestra vida en Cristo y en el Espíritu Santo, y, solamente después, las divergencias que aún subsisten. Os aseguro mi recuerdo en la oración y os pido, por favor, que recéis por mí: tengo necesidad. Que el Señor nos conceda a todos su misericordia y su paz.
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