DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DE VIDA CRISTIANA (CVX) - LIGA MISIONERA ESTUDIANTES DE ITALIA
Aula Pablo VI
Jueves 30 de abril de 2015
DIÁLOGO ESPONTÁNEO DEL PAPA CON LOS REPRESENTANTES ITALIANOS
DE LAS COMUNIDADES DE VIDA CRISTIANA
La primera pregunta fue hecha por Paola, que, refiriéndose a su experiencia de servicio en la cárcel de Arghillà (Reggio Calabria), le preguntó al Papa cómo hablar de esperanza a un preso condenado a cadena perpetua y cómo, quien está llamado a estar junto al que sufre, puede afinar la propia conciencia.
Papa Francisco:
Paola, aquí tengo escritas tus dos preguntas: ¡son dos! Sabes que a mí me gusta decir —es un modo de decir, pero es la verdad del Evangelio— que debemos salir e ir hasta las periferias. También salir para ir a la periferia de la trascendencia divina en la oración, pero siempre salir. La cárcel es una de las periferias más feas, con más dolor. Ir a la cárcel significa, ante todo, decirse a sí mismo: «Si yo no estoy aquí, como esta, como este, es por pura gracia de Dios». Pura gracia de Dios. Si no hemos cometido estos errores, incluso estos delitos o crímenes, algunos graves, es porque el Señor nos ha llevado de la mano. No se puede entrar en la cárcel con el espíritu de «yo vengo aquí a hablarte de Dios, porque, ten paciencia, tú eres de una clase inferior, eres un pecador…». ¡No, no! Yo soy más pecador que tú, y este es mi primer paso. En la cárcel uno puede decirlo con mucha valentía; pero debemos decirlo siempre. Cuando vamos a predicar a Jesucristo a gente que no lo conoce, o que lleva una vida que no parece muy moral, pensar que yo soy más pecador que él, porque si yo no he caído en esa situación, es por la gracia de Dios. Esta es una condición indispensable. No podemos ir a las periferias sin esta conciencia. Pablo, Pablo tenía esta conciencia. Dice de sí mismo que es el más grande pecador. También dice una palabra feísima de sí mismo: «Soy un aborto» (cf. 1 Cor 15, 8). Pero esto está en la Biblia, es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo. No es poner cara de santito, como dicen de los santos. Los santos se sentían pecadores, porque habían comprendido esto. Y la gracia del Señor nos sostiene. Si tú, si yo, si cada uno de vosotros no tiene esto no podrá recibir el mandato de Jesús, la misión de Jesús: «Id hasta los confines del mundo, a todas las naciones, a las periferias» (cf. Mt 28, 19). ¿Y quiénes son los que fueron incapaces de recibir esto? Las personas cerradas, los doctores, los doctores de la Ley, la gente cerrada que no aceptó a Jesús, no aceptó su mensaje de salir. Parecían justos, parecían gente de Iglesia, pero Jesús les dice una palabra no tan bonita: «hipócritas». Así los llama Jesús. Y para hacernos comprender cómo son ellos, la fotografía que Jesús les hace es: «Sois sepulcros blanqueados» (cf. Mt 23, 27). Quien está cerrado, no puede recibir, es incapaz de recibir esta valentía del Espíritu Santo, y permanece cerrado y no puede ir a la periferia. Pídele al Señor permanecer abierta a la voz del Espíritu, para ir a esa periferia. Después, mañana, tal vez, te pedirá que vayas a otra, no lo sabes… Pero siempre es el Señor quien nos envía. Y en la cárcel decir siempre esto, también con tantas personas que sufren: ¿por qué esta persona sufre y yo no? ¿Por qué esta persona no conoce a Dios, no tiene esperanza en la vida eterna, piensa que todo termina aquí, y yo no? ¿Por qué esta persona es acusada en los tribunales porque es corrupta, por esto otro…, y yo no? ¡Por la gracia del Señor! Esta es la más hermosa preparación para ir a las periferias.
Luego dices: «¿De qué esperanza hablo con esta gente en la cárcel?». Muchos están condenados a muerte… No, en Italia no existe la pena de muerte, sino la cadena perpetua… La cadena perpetua es una condena a muerte, porque se sabe que de allí no se sale. Es duro. ¿Qué le digo a ese hombre? ¿Qué le digo a esa mujer? Quizá…, no decir nada. Tomarle la mano, acariciarlo, llorar con él, llorar con ella… Así, tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Acercarse al corazón que sufre. Muchas veces no podemos decir nada, nada, porque una palabra sería una ofensa. Solamente los gestos. Los gestos que hacen ver el amor. «Tú eres un condenado a cadena perpetua, aquí, pero yo comparto contigo este trozo de vida de cadena perpetua». Compartir con amor, nada más. Esto es sembrar el amor.
Y también poner el dedo en la llaga: «¿Cómo afinar nuestra conciencia, para que el estar junto a quien sufre no sea para nosotros simple beneficencia, sino que convierta nuestro corazón y nos haga capaces de luchar con valentía por un mundo más justo?». La beneficencia es un escalón: ¿Tienes hambre? —Sí—. Te doy de comer, hoy. La beneficencia es el primer paso hacia la promoción. Y esto no es fácil. ¿Cómo promover a los niños hambrientos? ¿Cómo promover…? Hablamos de niños, ahora: ¿cómo promover a los niños sin educación? ¿Cómo promover a los niños que no saben reír y que si los acaricias te dan una bofetada, porque en su casa ven que el papá da bofetadas a la mamá? ¿Cómo promover? ¿Cómo promover a la gente que ha perdido el trabajo, cómo acompañar y promover, caminar con ellos? Con quien tiene necesidad del trabajo, porque sin el trabajo una persona se siente sin dignidad. Sí, está bien, le llevas de comer. Pero la dignidad es que él, ella, lleven de comer a casa: ¡esto da dignidad! Es la promoción —el presidente ha hablado del tema [se refiere al presidente de la Comunidad de vida cristiana que ha hablado antes, ndr.]: muchas cosas que hacéis… Una cosa que establece la diferencia entre la beneficencia habitual —no digo la beneficencia para salir de las dificultades más graves—, entre la beneficencia habitual y la promoción, es que la beneficencia habitual te tranquiliza el alma: «Hoy he dado de comer, ahora me voy tranquilo a dormir». La promoción te inquieta el alma: «Debo hacer más… Y mañana esto, y pasado mañana aquello, y qué hago…». La sana inquietud del Espíritu Santo.
Esto es lo que se me ocurre decirte. Que esto no sea para nosotros simple beneficencia, sino que convierta nuestro corazón. Y esta inquietud que te da el Espíritu Santo para encontrar caminos para ayudar, para promover a los hermanos y hermanas, esto te une a Jesucristo: esto es penitencia, esto es cruz, pero esto es alegría. Una alegría grande, grande, grande que te da el Espíritu cuando das esto. No sé si te ayuda lo que te he dicho… Porque, cuando me hacen estas preguntas, el peligro —también el peligro del Papa— es creer que pueda responder a todas las preguntas… Pero el único que puede responder a todas las preguntas es el Señor. Mi trabajo es sencillamente escuchar y decir lo que me viene de adentro. Pero muy insuficiente y muy poco.
Tiziana, en cambio, le confió al Papa una fragilidad común a tantos jóvenes, y que hace perder la esperanza. Por eso pidió una ayuda para comprender cada vez mejor que Dios no nos abandona jamás.
Papa Francisco:
A los jóvenes me gusta decirles: «No os dejéis robar la esperanza». Pero tu pregunta va más allá: «Pero, ¿de qué esperanza me habla, padre?». Algunos pueden pensar que la esperanza es tener una vida cómoda, una vida tranquila, alcanzar algo… Es una esperanza controlada, una esperanza que puede ir bien en el laboratorio. Pero si estás en la vida y trabajas en la vida, con tantos problemas, con tanto escepticismo que te depara la vida, con tantos fracasos, «¿de qué esperanza me habla, padre?». Sí, puedo decirte: «Pero todos iremos al cielo». Sí, es verdad. El Señor es bueno. Pero yo quiero un mundo mejor, y soy frágil, y no veo cómo se puede hacer esto. Quiero «comprometerme», por ejemplo, en el trabajo de la política, o de la medicina… Pero algunas veces encuentro corrupción allí, y trabajos que son para servir, se convierten en negocios. Quiero «comprometerme» en la Iglesia, y también allí el diablo siembra corrupción y muchas veces hay… Recuerdo aquel vía crucis del Papa Benedicto XVI, cuando nos invitó a limpiar la suciedad de la Iglesia… También en la Iglesia hay corrupción. Siempre hay algo que defrauda la esperanza, y así no puede ser… Pero la esperanza verdadera es un don de Dios, es un regalo, y no defrauda jamás. Pero, ¿cómo se hace, cómo se hace para comprender que Dios no nos abandona, que Dios está con nosotros, que está en camino con nosotros? Hoy, al inicio de la misa, había un versículo de un salmo muy hermoso, muy hermoso: «Cuando tú, Señor, caminabas en medio de tu pueblo, cuando tú luchabas con nosotros, la tierra temblaba y los cielos se licuaban» (cf. Sal 68, 8-9. 20). Sí. Pero no siempre se ve esto. Solamente de una cosa estoy seguro —estoy seguro, pero no siempre lo siento, pero estoy seguro—: Dios camina con su pueblo. Dios jamás abandona a su pueblo. Él es el pastor de su pueblo. Pero cuando cometo un pecado, cuando cometo un error, cuando cometo una injusticia, cuando veo tantas cosas, me pregunto: «Señor, ¿dónde estás? ¿dónde estás?». Hoy, muchos inocentes mueren: ¿dónde estás, Señor? ¿Es posible hacer algo? La esperanza es una de las virtudes más difíciles de comprender, y algunos grandes —pienso que fue Péguy uno de aquellos que decían que es la más humilde de las virtudes, la esperanza, porque es la virtud de los humildes—. Pero es necesario abajarse mucho para que el Señor nos la done, para que el Señor nos la dé. Es Él quien nos sostiene. Pero dime: qué esperanza puede tener, desde el punto de vista natural, pensemos en un hospital: una religiosa que desde hace cuarenta años está en la unidad de enfermedades terminales, y cada día uno, otro, otro, otro… Sí, creo en Dios, pero el amor que da esa mujer siempre termina, termina, termina… y en cierto momento esa mujer puede decirle a Dios: «Pero, ¿este es el mundo que has creado? ¿Se puede esperar algo de ti?». La tentación, cuando nos encontramos en dificultades, cuando vemos las brutalidades que suceden en el mundo, la esperanza parece desvanecerse. Pero en el corazón humilde permanece. Es difícil comprender esto, porque tu pregunta es muy profunda. Cómo no dejar la lucha y darse la gran vida, así, sin esperanza, es más fácil… El servicio es trabajo de humildes, hoy lo hemos escuchado en el Evangelio. Jesús vino a servir, no a ser servido. Y la esperanza es virtud de los humildes. Creo que este puede ser el camino. Te digo con sinceridad: no se me ocurre decirte otra cosa. Humildad y servicio: estas dos cosas custodian la pequeña esperanza, la virtud más humilde, pero la que te da la vida.
Bartolo —sacerdote diocesano formador de seminaristas y profesor en el seminario interregional de la región de Campania dirigido por los jesuitas— preguntó qué aportación específica puede ofrecer un movimiento de inspiración ignaciana a la formación cristiana de los agentes pastorales y a la participación y educación en la mundialización de los jóvenes.
Papa Francisco:
El presidente ha recordado un lema ignaciano: «Contemplativo en la acción». Ser contemplativo en la acción no es caminar por la vida mirando el cielo, porque caerás en un agujero, ¡con toda seguridad!... Es necesario comprender qué significa esta contemplación. Has dicho una cosa, unas palabras que me han impresionado: he tocado con la mano las heridas del Señor en la pobreza de los hombres de nuestro tiempo. Creo que este es uno de los mejores remedios para una enfermedad que nos afecta tanto, que es la indiferencia. También el escepticismo: creer que no se puede hacer nada. El patrono de los indiferentes y escépticos es Tomás: Tomás tuvo que tocar las heridas. Hay un hermosísimo discurso, una hermosísima meditación de san Bernardo sobre las llagas del Señor. Tú eres sacerdote, puedes encontrarla en la tercera semana de Cuaresma, en el Oficio divino, no recuerdo en qué día. Entrar en las heridas del Señor: servimos a un Señor llagado de amor; las manos de nuestro Dios son manos llagadas de amor. Ser capaces de entrar allí… Y el mismo Bernardo prosigue: «Ten confianza: entra en la herida de su costado y contemplarás el amor de ese corazón». Las heridas de la humanidad, si te acercas allí, si tocas —y esta es doctrina católica—, tocas al Señor herido. Esto lo encontrarás en Mateo 25, no soy herético diciendo esto. Cuando tocas las heridas del Señor, comprendes un poco más el misterio de Cristo, de Dios encarnado. Este es precisamente el mensaje de Ignacio, en la espiritualidad: una espiritualidad en cuyo centro está Jesucristo, no las instituciones, no las personas, no. Jesucristo. Pero, ¡Cristo encarnado! Y cuando haces los ejercicios espirituales, él te dice que viendo al Señor que sufre, las heridas del Señor, esfuérzate por llorar, por sentir dolor. Y la espiritualidad ignaciana indica a vuestro Movimiento este camino, le ofrece este camino: entrar en el corazón de Dios a través de las heridas de Jesucristo. Cristo herido en los hambrientos, en los ignorantes, en los descartados, en los ancianos solos, en los enfermos, en los presos, en los locos…, está allí. ¿Y cuál podría ser el error más grande para uno de vosotros? Hablar de Dios, hallar a Dios, encontrar a Dios, pero un Dios, un «Dios-spray», un Dios difuso, un Dios etéreo… Ignacio quería que encontraras a Jesucristo, el Señor, que te ama y dio su vida por ti, herido por tu pecado, por mi pecado, por todos… Y las heridas del Señor están por doquier. En lo que has dicho está precisamente la clave. Podemos hablar mucho de teología, mucho de… cosas buenas, hablar de Dios…, pero el camino es que seas capaz de contemplar a Jesucristo, leer el Evangelio, qué hizo Jesucristo: ¡es Él, el Señor! Y enamorarte de Jesucristo y decirle a Jesucristo que te elija para seguirlo, para ser como Él. Y esto se hace con la oración y también tocando las heridas del Señor. Jamás conocerás a Jesucristo, si no tocas sus llagas, sus heridas. Él fue herido por nosotros. Este es el camino, es el camino que nos ofrece la espiritualidad ignaciana a todos nosotros: el camino… Y voy incluso algo más allá: eres formador de futuros sacerdotes. Por favor, si ves a un muchacho inteligente, bueno, pero que no tiene esta experiencia de tocar al Señor, de abrazar al Señor, de amar al Señor herido, aconséjale que se tome unas hermosas vacaciones de uno o dos años…, y le harás bien. «Pero padre, somos pocos sacerdotes: tenemos necesidad de ellos…». Por favor, que la ilusión de la cantidad no nos engañe y nos haga perder de vista la calidad. Tenemos necesidad de sacerdotes que recen. Pero que recen a Jesucristo, que desafíen a Jesucristo por su pueblo, como Moisés, que tenía cara dura para desafiar a Dios y salvar al pueblo que Dios quería destruir, con valentía delante de Dios; sacerdotes que también tengan la valentía de sufrir, de sobrellevar la soledad y dar mucho amor. También para ellos vale ese discurso de Bernardo sobre las llagas del Señor. ¿Entendido? Gracias.
Gianni preguntó qué discernimiento puede venir de la espiritualidad ignaciana como ayuda para mantener viva la relación entre la fe en Jesucristo y la responsabilidad de actuar siempre para la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Papa Francisco:
Creo que a esta pregunta que has hecho respondería mucho mejor que yo el padre Bartolomeo Sorge —no sé si está aquí, no, no lo he visto…—. Él fue uno muy bueno. Es un jesuita que ha abierto el camino en este campo de la política. Pero se escucha: «¡Debemos fundar un partido católico!». Este no es el camino. La Iglesia es la comunidad de los cristianos que adora al Padre, va por el camino del Hijo y recibe el don del Espíritu Santo. No es un partido político. «No, no digamos partido, sino…, un partido solamente de católicos». No sirve, no tendrá capacidad de despertar interés, porque hará aquello para lo que no ha sido llamado. «Pero, ¿puede un católico hacer política?». «¡Debe!». «Pero, ¿puede un católico comprometerse en la política?». «¡Debe!». El beato Pablo VI, si no me equivoco, dijo que la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. «Pero padre, hacer política no es fácil, porque en este mundo corrupto…, al final no puedes ir adelante…». ¿Qué quieres decirme? ¿Que hacer política es algo martirizante? Sí. Sí: es una especie de martirio. Pero es un martirio cotidiano: buscar el bien común sin dejarse corromper. Buscar el bien común pensando los caminos más útiles para ello, los medios más útiles. Buscar el bien común trabajando en las pequeñas cosas, pequeñísimas, de a poco…, pero se hace. Hacer política es importante: la pequeña política y la gran política. En la Iglesia hay muchos católicos que han hecho una política limpia, buena; también han favorecido la paz entre las naciones. Pensad en los católicos de aquí, en Italia, de la posguerra: pensad en De Gasperi. Pensad en Francia: Schumann, que tiene causa de beatificación. Se puede llegar a ser santo haciendo política. Y no quiero nombrar más: valen dos ejemplos de aquellos que quieren ir adelante en el bien común. Hacer política es un martirio: en verdad, un trabajo martirizante, porque es necesario ir todo el día con ese ideal, todos los días con el ideal de construir el bien común. Y también llevar la cruz de numerosos fracasos, y también llevar la cruz de tantos pecados. Porque en el mundo es difícil hacer el bien en medio de la sociedad, sin ensuciarse un poco las manos o el corazón; pero por esto ve a pedir perdón, pide perdón y sigue haciéndolo. Pero que esto no te descorazone. «No, padre, no hago política porque no quiero pecar». «Pero, ¡no haces el bien! Sigue adelante, pide al Señor que te ayude a no pecar, pero si te ensucias las manos, pide perdón y sigue adelante». Pero hacer, hacer…
Y luchar por una sociedad más justa y solidaria. ¿Cuál es la solución que hoy nos ofrece este mundo globalizado para la política? Sencillo: en el centro, el dinero. No el hombre y la mujer, no. El dinero. El dios dinero. Este es el centro. Todos al servicio del dios dinero. Por eso lo que no sirve al dios dinero se descarta. Y lo que hoy nos ofrece el mundo globalizado es la cultura del descarte: lo que no sirve, se descarta. Se descarta a los niños, porque no se conciben niños o porque se elimina a los niños antes de nacer. Se descarta a los ancianos, porque… los ancianos no sirven. Pero ahora, que falta el trabajo, van a visitar a los abuelos para que su jubilación los ayude. Pero sirven momentáneamente. Se descarta, se abandona a los ancianos. Y ahora el trabajo se debe disminuir, porque el dios dinero no puede hacerlo todo, y se descarta a los jóvenes: aquí, en Italia, jóvenes de 25 años para arriba —no quiero equivocarme, corrígeme—, el 40-41 por ciento, está sin trabajo. Se descarta… Pero este es el camino de la destrucción. Yo, católico, ¿miro desde el balcón? ¡No se puede mirar desde el balcón! ¡Comprométete allí! Da lo mejor de ti. Si el Señor te llama a esa vocación, ve allí, haz política. Te hará sufrir, quizá te haga pecar, pero el Señor está contigo. Pide perdón y sigue adelante. Pero no dejemos que esta cultura del descarte nos descarte a todos. Descarta también la creación, porque la creación se destruye cada día más. No olvides las palabras del beato Pablo VI: la política es una de las formas más altas de la caridad. No sé si he respondido…
Había escrito un discurso…, tal vez aburrido, como todos los discursos; pero lo entregaré, porque he preferido este diálogo…
[Después el Papa rezó con toda la asamblea una oración a la Virgen de la calle].
Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
DISCURSO PREPARADO POR EL SANTO PADRE
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos vosotros, que representáis a la Comunidad de vida cristiana de Italia, y a los exponentes de los diversos grupos de espiritualidad ignaciana, cercanos a vuestra tradición formativa y comprometidos en la evangelización y la promoción humana. Un saludo particular a los alumnos y exalumnos del Instituto «Massimo» de Roma, así como a las representaciones de otras escuelas dirigidas por los jesuitas en Italia.
Conozco bien vuestra Asociación por haber sido consiliario nacional de la misma en Argentina, a finales de los años setenta. Vuestras raíces ahondan en las congregaciones marianas, que se remontan a la primera generación de los compañeros de san Ignacio de Loyola. Se trata de un largo itinerario en el que la Asociación se ha distinguido en todo el mundo por la intensa vida espiritual y el celo apostólico de sus miembros, y anticipando, en ciertos aspectos, los dictámenes del Concilio Vaticano II sobre el papel y el servicio de los fieles laicos en la Iglesia. En la línea de esta perspectiva, habéis elegido el tema de vuestra asamblea, que tiene como título: «Más allá de los muros».
Hoy quisiera ofreceros algunas directrices para vuestro camino espiritual y comunitario.
La primera: el compromiso de difundir la cultura de la justicia y la paz. Ante la cultura de la ilegalidad, de la corrupción y del enfrentamiento, estáis llamados a dedicaros al bien común, también mediante el servicio a la gente que se identifica con la política. Ella, como afirmó el beato Pablo VI, «es la forma más alta y exigente de la caridad». Si los cristianos se eximieran del compromiso directo en la política, sería traicionar la misión de los fieles laicos, llamados a ser sal y luz en el mundo incluso a través de esta modalidad de presencia.
Como segunda prioridad apostólica os indico la pastoral familiar, en la línea de las profundizaciones del último Sínodo de los obispos. Os animo a ayudar a las comunidades diocesanas en la atención a la familia, célula vital de la sociedad, y en el acompañamiento al matrimonio de los novios. Al mismo tiempo, podéis colaborar en la acogida de los así llamados «lejanos»: entre ellos hay muchos separados, que sufren por el fracaso de su proyecto de vida conyugal, así como otras situaciones de malestar familiar, que también pueden hacer fatigoso el camino de fe y de vida en la Iglesia.
La tercera directriz que os sugiero es la misionariedad. He recibido con satisfacción la noticia de que habéis comenzado un camino común con la Liga misionera de estudiantes, que os ha proyectado por los caminos del mundo, en el encuentro con los más pobres y con las comunidades que más necesitan agentes pastorales. Os aliento a mantener esta capacidad de salir e ir hacia las fronteras de la humanidad más necesitada. Hoy habéis invitado a delegaciones de miembros de vuestras comunidades presentes en los países de vuestros hermanamientos, especialmente en Siria y Líbano: pueblos martirizados por terribles guerras; a ellos les renuevo mi afecto y solidaridad. Estas poblaciones están experimentando la hora de la cruz, por lo tanto, hagámosles sentir el amor, la cercanía y el apoyo de toda la Iglesia. Que vuestro vínculo solidario con ellas confirme vuestra vocación a construir por doquier puentes de paz.
Vuestro estilo de fraternidad, que os está comprometiendo también en proyectos de acogida de los emigrantes en Sicilia, os haga ser generosos en la educación de los jóvenes, tanto dentro de vuestra asociación como en el ámbito de las escuelas. San Ignacio comprendió que, para renovar la sociedad, era necesario partir de los jóvenes, y estimuló la apertura de los colegios. Y en ellos nacieron las primeras congregaciones marianas. Siguiendo este luminoso y fecundo estilo apostólico, también vosotros podéis ser activos en la animación de las diversas instituciones educativas, católicas y estatales, presentes en Italia, así como ya sucede en muchas partes del mundo. Que en la base de vuestra acción pastoral esté siempre la alegría del testimonio evangélico, unido a la delicadeza del acercamiento y el respeto del otro.
Que la Virgen María, que con su «sí» inspiró a vuestros fundadores, os conceda responder sin reservas a la vocación de ser «luz y sal» en los ambientes en los que vivís y trabajáis. Os acompañe también mi bendición, que de corazón os imparto a todos vosotros y a vuestros familiares. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
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