DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN JUAN PABLO II
Sala Clementina
Sábado 25 de abril de 2015
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy mi bienvenida a vosotros, miembros y amigos de la Fundación Juan Pablo II. Doy las gracias al cardenal Ryłko por haber introducido nuestro encuentro y agradezco a todos el compromiso que realizáis por llevar adelante las iniciativas de la Fundación y custodiar su espíritu. Y gracias también de corazón por el regalo de este cuadro de Jesús misericordioso.
La canonización del Papa Juan Pablo II dio un nuevo impulso a vuestro trabajo, al servicio de la Iglesia y de la evangelización. Lo hizo, posiblemente, incluso más universal, como ya es universal el culto que le rinde el pueblo de Dios. Y vosotros ofrecéis una contribución valiosa a fin de que la herencia espiritual de este santo Pontífice continúe fecundando el gran campo de la Iglesia y sosteniendo su camino en la historia.
Os agradezco especialmente las iniciativas de carácter educativo que lleváis adelante en favor de los jóvenes. En efecto, san Juan Pablo II tuvo siempre un gran amor hacia los jóvenes y un cuidado pastoral especial hacia ellos. Y vosotros contribuís a hacer que su carisma y su paternidad continúen dando frutos.
También ofrecéis a los sacerdotes y laicos oportunidades valiosas de enriquecer su formación, para estar más preparados al acompañar a las comunidades haciendo frente a los desafíos culturales y pastorales de nuestros días. Para lograr este objetivo os podéis también valer del rico magisterio de doctrina social que san Juan Pablo II nos dejó, y que se demuestra más que nunca actual. Basta pensar en una de las palabras clave de su magisterio que es «solidaridad». Una palabra que alguien quizás pensó que debería decaer, pero que en realidad conserva hoy toda su fuerza profética.
Por eso es importante que vosotros los primeros, en vuestra «red» de círculos de amigos de la Fundación, viváis esta solidaridad entre vosotros, alimentándola continuamente con la fraternidad cristiana, a su vez animada por la oración y la docilidad a la Palabra de Dios. Que la Virgen María os conceda esto, a la que san Juan Pablo II consagró toda su vida y su pontificado.
Os doy las gracias, queridísimos, por esta visita. Os bendigo a todos vosotros y vuestro servicio, y os pido, por favor, que recéis por mí.
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