DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL
DE PASTORAL DE LAS GRANDES CIUDADES
Sala del Consistorio
Jueves 27 de noviembre de 2014
Queridos hermanos:
Os agradezco vuestra participación en este encuentro, que se relaciona con el momento preparatorio que tuvo lugar en Barcelona el pasado mes de mayo. Doy las gracias al cardenal Sistach por sus palabras de introducción.
Más que pronunciar un discurso formal —en parte porque quisiera ser un poco espontáneo y en parte porque no tuve tiempo de elaborar un discurso formal: entre los de Turquía, los de Europa, estaba saturado...— os hablaré a partir de mi experiencia personal, de quien fue pastor de una ciudad muy poblada y multicultural como es Buenos Aires. Y también de la experiencia que realizamos juntos como obispos de las once diócesis que componen esa región eclesiástica; con ellos, partiendo de diversos ámbitos y propuestas, hemos buscado en comunión eclesial afrontar algunos aspectos pastorales para la evangelización de ese conglomerado urbano con una población de casi 13 millones de personas, en las once diócesis: Buenos Aires tiene tres millones de habitantes por la noche y casi ocho durante el día, que vienen a la ciudad. Pero en total son 13 millones. Está en el decimotercer lugar en el mundo entre las ciudades más densamente pobladas. Al reflexionar con vosotros, quiero entrar en esta «corriente» para abrir nuevos caminos, quiero también ayudar a analizar posibles miedos, que muchas veces, de un modo o de otro, todos sufrimos y que nos confunden y paralizan.
En la Evangelii gaudium quise llamar la atención sobre la pastoral urbana, pero sin oposición con la pastoral rural. Es una gran ocasión para profundizar desafíos y posibles horizontes de una pastoral urbana. Desafíos, es decir, lugares en los que Dios nos está llamando; horizontes, es decir, aspectos en los cuales creo que deberíamos prestar especial atención. Presento sólo cuatro, pero vosotros seguramente descubriréis otros.
Primero, tal vez el más difícil: realizar un cambio en nuestra mentalidad pastoral. ¡Se debe cambiar!
En la ciudad necesitamos otros «mapas», otros paradigmas, que nos ayuden a volver a ubicar nuestros pensamientos y nuestras actitudes. No podemos permanecer desorientados, porque tal desconcierto nos llevará a equivocarnos de camino, ante todo nosotros mismos, pero luego confunde al pueblo de Dios y al que busca con corazón sincero la Vida, la Verdad y el Sentido.
Venimos de una acción pastoral secular, donde la Iglesia era la única referencia de la cultura. Es verdad, es nuestra herencia. Como auténtica Maestra, la Iglesia sintió la responsabilidad de delinear y de imponer, no sólo las formas culturales, sino también los valores, y más profundamente trazar el imaginario personal y colectivo, es decir las historias, los fundamentos donde las personas se apoyan para encontrar los significados últimos y las respuestas a su preguntas vitales.
Pero ya no estamos en esa época. Ha pasado. No estamos en la cristiandad, ya no. Hoy ya no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados. Necesitamos, por lo tanto, un cambio de mentalidad pastoral, pero no de una «pastoral relativista» —no, esto no— que por querer estar presente en la «cocina cultural» pierde el horizonte evangélico, dejando al hombre confiado en sí mismo y emancipado de la mano de Dios. No, esto no. Esta es la senda relativista, la más cómoda. Esto no se podría llamar pastoral. Quien actúa así no tiene auténtico interés por el hombre, sino que lo deja a la deriva de dos peligros igualmente graves: le ocultan a Jesús y la verdad sobre el hombre mismo. Y esconder a Jesús y la verdad sobre el hombre son peligros graves. Camino que lleva al hombre a la soledad de la muerte (cf. Evangelii gaudium, 93-97).
Hay que tener el valor de realizar una pastoral evangelizadora audaz y sin temores, porque el hombre, la mujer, las familias y los diversos grupos que viven en la ciudad esperan de nosotros, y lo necesitan para su vida, la Buena Noticia que es Jesús y su Evangelio. Muchas veces oigo que se siente vergüenza pronunciarse. Tenemos que trabajar para no tener vergüenza o timidez en anunciar a Jesucristo; buscar el cómo... Este es un trabajo clave.
El diálogo con la multiculturalidad. En Estrasburgo hablé de una Europa multipolar. Pero también las grandes ciudades son multipolares y multiculturales. Y debemos dialogar con esta realidad, sin miedo. Se trata, entonces, de adquirir un diálogo pastoral sin relativismos, que no negocia la propia identidad cristiana, sino que quiere alcanzar el corazón del otro, de los demás distintos a nosotros, y allí sembrar el Evangelio.
Necesitamos una actitud contemplativa, que sin rechazar la aportación de las diversas ciencias para conocer el fenómeno urbano —estas aportaciones son importantes— busca descubrir el fundamento de las culturas, que en su núcleo más profundo están siempre abiertas y sedientas de Dios. Nos ayudará mucho conocer los imaginarios y las ciudades invisibles, es decir, los grupos o los territorios humanos que se identifican en sus símbolos, lenguajes, ritos y formas para contar la vida. Muchas veces pienso en la creatividad y la valentía que tuvo Pablo en su discurso en Atenas. Pobrecillo, le fue mal... Pero tuvo creatividad, porque detenerse ante los ídolos... Situémonos en una mentalidad judeo-cristiana. Entró en su cultura... No fue un éxito, cierto, pero ¡la creatividad! Él buscaba hacerse entender por esa multiculturalidad que estaba muy lejos de la mentalidad judeo-cristiana.
El tercer aspecto es la religiosidad del pueblo. Dios vive en la ciudad. Hay que ir a buscarlo y detenerse allí donde trabaja. Sé que no es lo mismo en los diversos continentes, pero debemos descubrir, en la religiosidad de nuestros pueblos, el auténtico sustrato religioso, que en muchos casos es cristiano y católico. No en todos: hay religiosidades no cristianas. Pero hay que ir allí, al núcleo. No podemos desconocer ni despreciar tal experiencia de Dios que, incluso estando a veces dispersa o mezclada, pide ser descubierta y no construida. Allí están las semina Verbi sembradas por el Espíritu del Señor. No está bien hacer valoraciones presurosas y genéricas del tipo: «Esto es sólo una expresión de religiosidad natural». No, esto no se puede decir. De allí podemos comenzar el diálogo evangelizador, como hizo Jesús con la samaritana y seguramente con muchos otros más allá de Galilea. Y para el diálogo evangelizador es necesaria la conciencia de la propia identidad cristiana y también la empatía con la otra persona. Esto creo que lo dije a vosotros, a los obispos de Asia, ¿no? Esa empatía para encontrar en la religiosidad ese sustrato.
La Iglesia en América Latina y en el Caribe, desde hace algunas décadas, se dio cuenta de esta fuerza religiosa, que viene sobre todo de las mayorías pobres.
Dios sigue hablándonos hoy, como lo hizo siempre, por medio de los pobres, del «resto». En general, las grandes ciudades hoy están habitadas por numerosos inmigrantes y pobres, que provienen de las zonas rurales o de otros continentes, con otras culturas. También Roma... El vicario de Roma puede decirlo, ¿no? Hay muchos mendigos por doquier... Son peregrinos de la vida, en busca de «salvación», que muchas veces tienen la fuerza para seguir adelante y luchar gracias a un sentido último que reciben de una experiencia sencilla y profunda de fe en Dios. El desafío es doble: ser acogedores con los pobres e inmigrantes —la ciudad, en general, no lo es, rechaza— y valorar su fe. Es muy probable que esa fe esté mezclada con elementos del pensamiento mágico e inmanente, pero debemos buscarla, reconocerla, interpretarla y seguramente también evangelizarla. No tengo dudas de que en la fe de estos hombres y mujeres hay un potencial enorme para la evangelización de las zonas urbanas.
Cuarto —continuando—: pobres urbanos. La ciudad, junto con la multiplicidad de ofertas preciosas para la vida, tiene una realidad que no se puede ocultar y que en muchas ciudades es cada vez más evidente: los pobres, los excluidos, los descartados. Hoy podemos hablar de descartados. La Iglesia no puede ignorar su clamor, ni entrar en el juego de los sistemas injustos, mezquinos e interesados que buscan hacerlos invisibles.
Muchos pobres, víctimas de antiguas y nuevas pobrezas. Están las nuevas pobrezas. Pobrezas estructurales y endémicas que están excluyendo generaciones de familias. Pobrezas económicas, sociales, morales y espirituales. Pobrezas que marginan y descartan personas, hijos de Dios. En la ciudad, el futuro de los pobres es más pobreza. ¡Ir allí!
Algunas propuestas
Os propongo dos núcleos pastorales, que son acciones, pero no sólo. Pienso que la pastoral es más que acción, es también presencia, contenidos, actitudes, gestos.
Una primera cuestión: salir y facilitar
Se trata de una auténtica transformación eclesial. Todo pensado en clave de misión. Un cambio de mentalidad: del recibir al salir, del esperar a que vengan a ir a buscarlos. Para mí esto es un punto clave.
Salir para encontrar a Dios que vive en la ciudad y en los pobres. Salir para encontrarse, para escuchar, para bendecir, para caminar con la gente. Y facilitar el encuentro con el Señor. Hacer accesible el sacramento del Bautismo. Iglesias abiertas. Secretarías con horarios para las personas que trabajan. Catequesis adecuadas en los contenidos y en los horarios de la ciudad.
Se hace más fácil hacer crecer la fe que ayudarle a nacer. Pienso que tenemos que seguir profundizando esos cambios necesarios en nuestras diversas catequesis, esencialmente en nuestras formas pedagógicas, a fin de que los contenidos se comprendan mejor, pero al mismo tiempo hay que aprender a despertar en nuestros interlocutores la curiosidad y el interés por Jesucristo. Esta curiosidad tiene un santo patrono: es Zaqueo. Pidámosle a él que nos ayude a despertarla. Y luego invitar a la adhesión a Él y a seguirlo. Tenemos que aprender a suscitar la fe. ¡Suscitar la fe! Y no ir por aquí, por allá... ¡No! ¡Sembrar! Si la fe comienza está el Espíritu que luego hará que esta persona vuelva a mí o a otro a pedir un paso más, un paso más... Pero suscitar la fe.
Segunda propuesta: la Iglesia samaritana. Estar presentes
Se trata de un cambio en el sentido del testimonio. En la pastoral urbana, la calidad la dará la capacidad de testimonio de la Iglesia y de cada cristiano. El Papa Benedicto, cuando dijo que la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción, hablaba de esto. El testimonio que atrae, que despierta curiosidad en la gente.
Aquí está la clave. Con el testimonio podemos incidir en los núcleos más profundos, allí donde nace la cultura. A través del testimonio la Iglesia siembra el granito de mostaza, pero lo hace en el corazón mismo de las culturas que se están engendrando en las ciudades. El testimonio concreto de misericordia y ternura que trata de estar presente en las periferias existenciales y pobres, actúa directamente sobre los imaginarios sociales, generando orientación y sentido para la vida de la ciudad. Así, como cristianos, contribuimos en la construcción de una ciudad en la justicia, la solidaridad y la paz.
Con la pastoral social, con Cáritas, con diversas organizaciones, como ha hecho siempre la Iglesia a lo largo de los siglos, podemos hacernos cargo de los más pobres con acciones significativas, acciones que hagan presente el reino de Dios manifestándolo y dilatándolo. Incluso aprendiendo a trabajar junto a quienes ya están haciendo cosas muy eficientes en favor de los más pobres. Es un espacio muy propicio para la pastoral ecuménica caritativa, en la cual asumimos compromisos de servicio a los más pobres junto a los hermanos de otras Iglesias y comunidades eclesiales.
En todo esto es muy importante el protagonismo de los laicos y de los pobres mismos. Y también la libertad del laico, porque lo que nos aprisiona, lo que no hace abrir de par en par las puertas es la enfermedad del clericalismo. Es uno de los problemas más graves.
Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que me sugirió la reflexión sobre la experiencia pastoral. Me alegra pensar que estamos recorriendo juntos un camino y que lo hacemos siguiendo las huellas de muchos santos pastores que nos han precedido; cito por ejemplo sólo al beato Giovanni Battista Montini, que durante su episcopado en Milán cuidó con celo apasionado la gran misión ciudadana. En los escritos del beato Pablo vi, cuando era arzobispo de Milán, hay una obra, una obra sobre cosas que podrán ayudar en esto. Que su ejemplo y su intercesión, con la de nuestra Madre celestial, nos ayuden a realizar un fructuoso cambio de mentalidad, a aumentar nuestra capacidad de dialogar con las diversas culturas, a valorar la religiosidad de nuestros pueblos y a compartir Evangelio y pan con los más pobres de nuestras ciudades. Gracias.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana