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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL MOVIMIENTO ADULTOS SCOUTS CATÓLICOS ITALIANOS (MASCI)

Aula Pablo VI
Sábado 8 de noviembre de 2014

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Queridos hermanos y hermanas:

Os acojo con alegría, con ocasión del sexagésimo aniversario de fundación del Movimiento adultos scouts católicos italianos. Dirijo a cada uno mi saludo cordial, comenzando por la presidenta nacional, a quien agradezco sus palabras, y por el conciliario, a quien también doy las gracias; y agradezco también el signo. Os doy las gracias por el trabajo que realizáis en la Iglesia y en la sociedad, testimoniando el Evangelio según el estilo propio del escultismo. Es importante destacar la dimensión eclesial de vuestra realidad asociativa, que reúne a laicos bien conscientes de los compromisos derivados de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación. Movidos por esta convicción, en estos años de compromiso apostólico os habéis esforzado por testimoniar los valores de lealtad, fraternidad y amor a Dios y al prójimo, sirviendo generosamente a la comunidad eclesial y a la comunidad civil.

La terminología típica del escultismo usa mucho la palabra «camino», como valor significativo para la vida de los adolescentes, jóvenes y adultos. Quisiera alentaros, entonces, a continuar vuestra senda que os llama a hacer camino en familia; hacer camino en la creación; hacer camino en la ciudad. Caminar haciendo camino: ¡caminantes, no errantes, y no inmóviles! Caminar siempre, pero haciendo camino.

Hacer camino en familia. La familia sigue siendo siempre la célula de la sociedad, y el lugar primario de la educación. Es la comunidad de amor y de vida en la que cada persona aprende a relacionarse con los demás y con el mundo; y gracias a las bases adquiridas en la familia es capaz de proyectarse en la sociedad, de asistir positivamente a otros ambientes formativos, como la escuela, la parroquia, las asociaciones... Así, en esta integración entre las bases asimiladas en la familia y las experiencias «externas» aprendemos a encontrar nuestro camino en el mundo.

Todas las vocaciones dan los primeros pasos en la familia, y de ella llevan su marca durante toda la vida. Para un movimiento como el vuestro, basado en la educación permanente y en la opción educativa, es importante reafirmar que la educación en la familia constituye una opción prioritaria. Para vosotros padres cristianos la misión educativa encuentra su fuente específica en el sacramento del matrimonio, por lo cual la tarea de criar a los hijos constituye un auténtico ministerio en la Iglesia. Pero no sólo los padres hacia los hijos, sino también los hijos hacia los hermanos y hacia los padres mismos tienen una cierta tarea educativa, la de la ayuda mutua en la fe y en el bien. Sucede a veces que un niño con su afecto, con su sencillez, es capaz de reanimar a toda una familia. El diálogo entre los cónyuges, la escucha y la confrontación recíproca son elementos esenciales para que una familia pueda ser serena y fecunda.

Hacer camino en la creación. Nuestra época no puede desoír la cuestión ecológica, que es vital para la supervivencia del hombre, ni reducirla a una cuestión meramente política: ella, en efecto, tiene una dimensión moral que toca a todos, de modo que nadie puede desinteresarse de ello. Como discípulos de Cristo, tenemos un motivo más para unirnos a todos los hombres de buena voluntad para la conservación y la defensa de la naturaleza y del medio ambiente. La creación, en efecto, es un don confiado a nosotros por las manos del Creador. Toda la naturaleza que nos rodea es creación como nosotros, creación juntamente con nosotros, y en el destino común tiende a encontrar en Dios mismo su realización y finalidad última —la Biblia dice «cielos nuevos y tierra nueva» (cf. Is 65, 17; 2 P 3, 13; Ap 21, 1). Esta doctrina de nuestra fe es para nosotros un estímulo aún más fuerte con vistas a una relación responsable y respetuosa con la creación: en la naturaleza inanimada, en las plantas y en los animales reconocemos la huella del Creador, y en nuestros semejantes su imagen.

Vivir en estrecho contacto con la naturaleza, como lo hacéis vosotros, implica no sólo el respeto de la misma, sino también el compromiso de contribuir concretamente para eliminar los derroches de una sociedad que tiende cada vez más a descartar bienes que aún se pueden utilizar y que se pueden donar a quienes pasan necesidad.

Hacer camino en la ciudad. Al vivir en los barrios y en las ciudades, estáis llamados a ser como levadura que fermenta la masa, ofreciendo vuestra sincera aportación para la realización del bien común. Es importante saber proponer con alegría los valores evangélicos, en una confrontación leal y abierta con las diversas instancias culturales y sociales. En una sociedad compleja y multicultural, vosotros podéis testimoniar con sencillez y humildad el amor de Jesús por cada persona, experimentando también nuevos caminos de evangelización, fieles a Cristo y fieles al hombre, que en la ciudad a menudo vive situaciones agobiantes, y a veces corre el riesgo de extraviarse, de perder la capacidad de ver el horizonte, de sentir la presencia de Dios. Entonces, la verdadera brújula que se puede ofrecer a estos hermanos y hermanas es un corazón cercano, un corazón «orientado», es decir, con el sentido de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, seguid trazando vuestro camino con esperanza en el futuro. Vuestra formación escultista es un buen entrenamiento. Recordemos a san Pablo (cf. 1 Cor 9, 24-27): él habla de atletas que se entrenan para la carrera a través de una disciplina severa para una recompensa efímera; el cristiano, en cambio, se entrena para ser un buen discípulo misionero del Señor Jesús, escuchando asiduamente su Palabra, confiando siempre en Él, que nunca defrauda, entreteniéndose con Él en la oración y tratando de ser piedra viva en la comunidad eclesial.

Gracias, queridos amigos, por este encuentro. Rezo por vosotros, y vosotros, por favor, rezad por mí.

 



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