DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE LA ALIANZA EVANGÉLICA MUNDIAL
Jueves 6 de octubre de 2014
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
«Gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó por nuestros pecados para librarnos de este perverso mundo presente, conforme al designio de Dios, nuestro Padre» (Ga 1, 3-4). El apóstol Pablo expresa con estas palabras nuestra fe común, nuestra esperanza común. Quisiera que mi saludo, que proclama que Jesucristo es Señor y Salvador, llegara también a los miembros de vuestras comunidades de origen.
Al ofrecer toda nuestra voluntad, con renovado amor, al servicio del Evangelio, ayudamos a la Iglesia a ser cada vez más en Cristo y con Cristo la vid fecunda del Señor, «hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y en el conocimiento pleno del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 13). Esta realidad tiene su fundamento en el Bautismo, a través del cual participamos en los frutos de la muerte y resurrección de Cristo. El Bautismo es un inestimable don divino que tenemos en común (cf. Ga 3, 27). Gracias a él, ya no vivimos sólo en la dimensión terrena, sino también en el poder del Espíritu.
El sacramento del Bautismo nos recuerda una verdad fundamental y muy consoladora: que el Señor siempre nos precede con su amor y su gracia. Precede nuestras comunidades; precede, anticipa y prepara el corazón de quienes anuncian el Evangelio y de quienes acogen el Evangelio de la salvación. «Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados…, una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el reino de Dios (cf. Lc 4, 43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 180). El reino de Dios nos precede siempre, así como nos precede el misterio de la unidad de la Iglesia.
Desde el comienzo hubo divisiones entre los cristianos, y aún hoy, por desgracia, sigue habiendo rivalidad y conflictos entre nuestras comunidades. Dicha situación debilita nuestra capacidad de cumplir el mandato del Señor de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28, 19-20). La realidad de nuestras divisiones afea la belleza de la única túnica de Cristo, pero no destruye completamente la profunda unidad generada por la gracia en todos los bautizados (cf. Concilio ecuménico Vaticano II, Unitatis redintegratio, 13). Es cierto que la eficacia del anuncio cristiano sería mayor si los cristianos superaran sus divisiones y pudieran celebrar juntos los sacramentos y juntos difundir la Palabra de Dios y testimoniar la caridad.
Me alegra saber que, en diversos países del mundo, católicos y evangélicos han establecido relaciones de fraternidad y colaboración. Además, los esfuerzos conjuntos entre el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y la Comisión teológica de la World Evangelical Alliance abrieron nuevas perspectivas, aclarando malentendidos y mostrando caminos para superar prejuicios. Deseo que dichas consultas inspiren ulteriormente nuestro testimonio común y nuestros esfuerzos evangelizadores: «Si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 246). Espero, además, que el documento «Testimonio cristiano en un mundo multirreligioso. Recomendaciones para el comportamiento», se convierta en motivo de inspiración para el anuncio del Evangelio en contextos multirreligiosos.
Queridos hermanos y hermanas, confío en que el Espíritu Santo, que infunde en la Iglesia, con su soplo potente, la valentía de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, inaugure una nueva etapa en las relaciones entre católicos y evangélicos. Una etapa que permita realizar de manera más plena la voluntad del Señor de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1, 8). Para ello os aseguro mi oración, y también os pido que recéis por mí y por mi ministerio. Gracias.
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