PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
El insulto puede matar
Jueves, 14 de junio de 2018
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 30, viernes 27 de julio de 2018.
«Del insulto a la reconciliación, de la envidia a la amistad: es el recorrido que Jesús nos da hoy» y que el Papa Francisco lanzó en la misa celebrada el jueves 14 de junio en Santa Marta. El Pontífice insistió precisamente en la gravedad de la actitud de quien recurre al insulto: un auténtico «homicidio» con el que intentamos arrollar y cancelar la voz y la dignidad de los demás, como si fuera también el tráfico de hora punta. E invitó a tener una atención particular por las personas discapacitadas, advirtiendo sobre el uso de la palabra «discapacitado» como ofensa. Para su reflexión, el Papa tomó inspiración del pasaje evangélico de Mateo (5, 20-26), propuesto por la liturgia. «Para hacernos entender bien la enseñanza sobre la relación de amor, de caridad con nuestros hermanos —hizo presente— el Señor usa un ejemplo muy claro, un ejemplo de todos los días: “Ponte enseguida de acuerdo con tu adversario mientras estás en camino con él, para que el adversario no te entregue al juez y el juez a la guardia y termines lanzado a prisión”». Es un «principio» de «sabiduría humana: es mejor siempre un mal acuerdo que un buen juicio», recordó Francisco. Reafirmando que «llegar al juicio es el último» paso, porque «es una cosa de la que no se vuelve atrás; es hacer definitivo un comportamiento de enemistad, incluso de guerra». Y es «por eso que los políticos sabios aconsejan siempre: “ Creemos una solución negociada para este problema político, este problema tan tenso para evitar una guerra”».
Por lo tanto, «con este ejemplo que entendían todos, porque era un ejemplo de todos los días —afirmó el Papa— Jesús va más allá y explica el problema de los insultos». Tanto que «a nosotros, si leemos esto un poco superficialmente, nos hará reír, porque estos insultos están anticuados, hoy no se usan». Seguramente, hizo notar Francisco, «nosotros tengamos un elenco de insultos más floridos, más folclóricos, más coloridos, ¿no?». «Pero el Señor va adelante —continuó el Pontífice— y es duro porque dice: “Habéis entendido lo que se les dijo a los antiguos: “No matarás”». Por lo tanto, Jesús «parte de esto, del matar» y afirma: «Pero yo os digo: cualquiera que se irrite con el propio hermano deberá ser sometido a juicio. Quien después dice al hermano “estúpido”» y también «quien le dice “loco”» deberá ser condenado. En sustancia, explicó el Papa, «el Señor dice: el insulto no termina en sí mismo; el insulto es una puerta que se abre, es empezar un camino que terminará —lo dije al inicio: “No matarás”— matando, porque el insulto es el inicio del matar, es un descalificar al otro, quitar el derecho de ser respetable, es apartarlo, es matarlo de la sociedad». «Estamos habituados a respirar el aire de los insultos» reconoció Francisco. Por lo demás, «es suficiente conducir el coche durante la hora punta: allí hay un carnaval de insultos y la gente es creativa para insultar». Pero «el insulto separa, rompe la comunidad y mata al otro, comienza por quitar la fama y después se va más allá, más allá, más allá». También «los pequeños insultos —digamos pequeños— que por casualidad se dicen en la hora punta mientras conducimos el coche devienen después en grandes insultos». E «insultos no solo de boca: de corazón». Precisamente «esto es lo que mata: el insulto». Y «el insulto cancela el derecho de una persona: “No, no lo escuchéis, este es un tal por cual...”». Pero con estas palabras se «lapida a esta persona, ya no tiene derecho a hablar, ya no podrá dar su opinión: se ha cancelado su voz».
En esta perspectiva, afirmó de nuevo el Papa, «nosotros podemos preguntarnos por qué el insulto es tan peligroso y por qué tiene esta fuerza de matar y de descalificar al otro, de apartarlo». La cuestión, explicó, es que «a menudo el insulto nace de la envidia». Por ejemplo, no insultamos a una persona con «“discapacidad” mental o de temperamento» porque esa «discapacidad no me amenaza». Tanto es así que si nos encontramos frente a «un niño discapacitado, una persona discapacitada, en una silla de ruedas, no queremos insultarlos». Sin embargo, «cuando una persona hace algo que no gusta —dijo el Pontífice— lo insulto y lo hago pasar como “discapacitado”: discapacitado mental, discapacitado social, discapacitado familiar, sin capacidad de integración». «Por eso», insistió Francisco, el insulto «mata el futuro de una persona, mata el recorrido de una persona». Pero «es la envidia la que abre la puerta, porque cuando una persona tiene algo que me amenaza, la envidia me lleva a insultarla: casi siempre hay envidia allí». «El Libro de la Sabiduría —señaló el Pontífice— nos dice que por la envidia del diablo la muerte entró en el mundo: es la envidia la que trae la muerte». Por nuestra parte, «podemos decir: “la envidia es un pecado raro, yo no tengo envidia de nadie”». En realidad, sugirió el Papa, pensemos bien en «esa envidia oculta y cuando no está oculta es fuerte, es capaz de convertirte en amarillo, verde, como la bilis cuando estás enfermo: personas con el alma amarilla, con el alma verde por la envidia que los lleva a insultar, los lleva a destruir al otro».
Francisco también señaló que «Jesús detiene este camino —“No, esto no se hace”— hasta el punto de que si vas a rezar, vas a misa y te das cuenta de que uno de tus hermanos tiene algo en contra de ti, ve a reconciliarte». El Señor «es tan radical», recordando que «la reconciliación no es una actitud de buenos modales: es una actitud radical, es una actitud que busca respetar la dignidad de los demás y la mía también». En resumen, «del insulto a la reconciliación, de la envidia a la amistad: este es el camino que Jesús nos da hoy». En esta línea, el Papa también propuso un examen de conciencia: «Nos hará bien pensar: ¿cómo insulto?». Lo cual no significa hacer «la lista de todas las malas palabras que conozco contra otros; no, eso no». Pero es bueno preguntarse: «¿Cómo insulto yo? ¿Cuándo insulto? ¿Cuándo separo al otro de mi corazón con un insulto?». Y «ver si está allí esa raíz amarga de la envidia que me lleva a querer destruir al otro para vencerlo en la contienda». Aunque «esto no es fácil», Francisco concluyó invitándonos a pensar que sería «hermoso no insultar nunca: hermoso, porque de esta manera dejamos que otros crezcan». Y «que el Señor nos dé esta gracia».
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