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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

La Iglesia necesita profetas

Martes, 17 de abril de 2018

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 17, viernes 27 de abril de 2018.

 

«La Iglesia necesita que todos seamos profetas», es decir, «hombres de esperanza», siempre «directos» y nunca «débiles», capaces de decir al pueblo «palabras fuertes cuando hay que decirlas» y de llorar juntos si es necesario. He aquí el perfil de profeta delineado por el Papa Francisco en la misa celebrada el martes 17 de abril en Santa Marta. En la homilía, el Pontífice propuso un verdadero y propio «test» para reconocer al profeta auténtico. Que, explicó, no es un anunciador «de desventuras» o «un juez crítico» y ni siquiera «recriminador de oficio». Sobre todo es un cristiano que «recrimina cuando es necesario», siempre «abriendo las puertas» y arriesgando en persona también «la piel» por «la verdad» y para «resanar las raíces y la pertenencia al pueblo de Dios».

«En la primera lectura está el relato del martirio de san Esteban», señaló inmediatamente el Papa, refiriéndose al pasaje de los Hechos de los apóstoles (7, 51 — 8, 1). «Es el final de una larga historia que toma dos capítulos del libro» y «termina así». Una historia, puntualizó Francisco, que «comienza cuando algunos de la sinagoga de los libertos, viendo las cosas, los prodigios y la sabiduría con la que hablaba Esteban, fueron donde él para discutir; y él discutía con ellos». Pero «ellos no podían hacer frente a la sabiduría y al espíritu con el que hablaba y en vez de reconocer las argumentaciones, prepararon algunas calumnias y llevaron a Esteban a juicio».

«Allí en el tribunal —continuó el Pontífice— en cuanto entró, la gente que estaba allí vio su rostro como el de un ángel: transparente, fuerte, luminoso». Y así «Esteban comenzó a hablarles, pero desde el principio y contó toda la historia del pueblo judío: Esteban no quería discutir sobre el hoy solamente; quería resanar las raíces de aquella gente que estaba cerrada, que había olvidado la historia».

Por esa razón «da esta larga explicación en el capítulo séptimo de toda la historia de Israel, pero al final se da cuenta de que aquella gente era cerrada, no quería escuchar». De hecho, insistió el Papa, «estaba cerrada en sus pensamientos y Esteban les recriminaba a ellos como también Jesús había recriminado al pueblo y casi con las mismas palabras: obstinados e incircuncisos en el corazón —es decir, paganos porque habéis olvidado las raíces— y en los oídos, vosotros oponéis resistencia al Espíritu Santo». Como diciendo: «Vosotros no sois coherentes con la vida que viene de vuestras raíces».

Esteban «cuenta que también los profetas fueron perseguidos por “vuestros padres”, es decir, por aquellos que como vosotros tenían las raíces secas». El pasaje de los Hechos hace notar que «al escuchar estas cosas estaban furiosos en sus corazones: se enfadaron al máximo y rechinaban los dientes contra Esteban».

Y este comportamiento, afirmó Francisco, «hace ver la pasión desencadenada: cuando el profeta llega a la verdad y toca el corazón o el corazón se abre o el corazón se hace más de piedra y se desencadena la rabia, la persecución, como se desencadenó después de la muerte de Esteban hacia toda la comunidad de Jerusalén».

Los Hechos cuentan también la reacción de Esteban: «Lleno de Espíritu Santo, fijando el cielo, vio la gloria de Dios y Jesús que estaba a la derecha de Dios y dijo: “Contemplo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está a la derecha de Dios”». Así, explicó el Papa, «ese rostro de ángel que tenía al inicio se transforma en contemplación y vio a Dios».

Pero los Hechos testimonian que, escuchadas las palabras de Esteban, sus interlocutores «gritando a gran voz se taparon los oídos». Y «era un gesto para decir: “esto no quiero escucharlo”. Un gesto muy significativo» para afirmar: «no quiero escuchar estas palabras que parecen una blasfemia, porque mi corazón no quiere escuchar, está cerrado a la escucha de la palabra». Y no termina aquí, refieren todavía los Hechos, porque «se arrojaron todos juntos contra él, lo arrastraron fuera de la ciudad y se pusieron a lapidarlo: así termina la vida de un profeta».

Por el resto, continuó el Pontífice, «los profetas siempre tuvieron estos problemas de persecuciones por decir la verdad y la verdad es incómoda, muchas veces no gusta». Siempre «los profetas comenzaron a decir la verdad con dulzura, para convencer, como Esteban, pero al final no siendo escuchados, hablaron duro». Y «también Jesús dijo casi las mismas palabras que Esteban: “hipócritas”».

«¿Cuál es, para mí el test de que un profeta cuando habla alto dice la verdad?» fue entonces la pregunta hecha por el Papa. «Es cuando —respondió— este profeta es capaz no solo de decir, sino de llorar sobre el pueblo que ha abandonado la verdad». Y, de hecho, «Jesús por una parte recrimina con aquellas palabras duras —“generación perversa y adúltera” dice, por ejemplo— y por otra parte llora sobre Jerusalén». Precisamente «este es el test: un verdadero profeta es aquello que es capaz de llorar por su pueblo y también de decir las cosas fuertes cuando debe decirlas. No es tibio, siempre es así, directo». Por eso, continuó Francisco, «el verdadero profeta no es un “profeta de desventuras” como decía san Juan xxiii», sino «un profeta de esperanza: abrir puertas, resanar las raíces, resanar la pertenencia al pueblo de Dios para ir adelante». Por lo tanto «no es por oficio un recriminador», sino que «es un hombre de esperanza: recrimina cuando es necesario y abre las puertas mirando el horizonte de la esperanza». Sobre todo «el verdadero profeta, si hace bien su menester, se juega la piel y lo vemos aquí, Esteban».

Los Hechos de los apóstoles narran que «al final los testigos depositaron sus capas a los pies de un joven llamado Saúl y este Saúl aprobó el asesinato de Esteban». En realidad «Saúl había olvidado el significado de la propia raíz, conocía la ley bien, pero aquí —dijo el Papa tocándose el pecho para indicar el corazón— la había olvidado aquí». Y he aquí que «después el Señor toca el corazón» de Saúl «y nosotros sabemos lo que sucedió después».

Una historia, insistió el Pontífice, que «nos hace recordar una bella frase dicha por uno de los primeros padres de la Iglesia: “La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”». Y «aquí, con este final, murió Esteban, lapidado por ser coherente con la verdad y la pertenencia a su pueblo. Y parece dar la antorcha» a Saúl, en aquel momento «todavía enemigo, que estaba allí, pero al que el Señor hablará y hará ver la verdad». Y «esta es la semilla: la semilla de Esteban, la semilla de un mártir, la semilla de los nuevos cristianos».

«La Iglesia necesita profetas» afirmó Francisco, añadiendo: «Diré más, necesita que todos nosotros seamos profetas: no críticos, eso es otra cosa», porque no es ciertamente un profeta que se enfrenta siempre a «un juez crítico, al que no le gusta nada: “No, eso no va bien, no va bien, no va bien, no va; esto debe ser así...”». En cambio, «el profeta es quien reza, mira a Dios, mira a su pueblo, siente dolor cuando el pueblo se equivoca, llora —es capaz de llorar por el pueblo— pero es capaz también de jugársela bien por decir la verdad».

«Pidamos al Señor —concluyó el Papa— que no le falte a la Iglesia este servicio de la profecía y que nos envíe profetas como Esteban que ayuden a revitalizar nuestras raíces, nuestra pertenencia, para ir siempre adelante».

 



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