PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
En el abismo del misterio
Martes 24 de octubre de 2017
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 43, viernes 27 de octubre de 2017
Entrar «en el misterio de Jesús» mirando al Crucifijo y así «dejarse llevar» al «abismo» de su misericordia. En la invitación hecha por el Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta el martes 24 de octubre, está la indicación de un «camino» para cada cristiano: un itinerario hacia el verdadero «centro» de la propia vida, en el cual aparece cada palabra y permanece solo la contemplación del amor de quien «ha dado la vida» por la salvación del hombre.
La meditación del Pontífice comenzó con la primera lectura del día, un pasaje de la Carta a los Romanos (5, 12.15.17-19.20-21) en el cual parece casi que Pablo no consiga «expresar eso que quiere decir». Es un pasaje en el que el apóstol utiliza una serie de «contraposiciones»: cinco veces habla de «un hombre» y de «otro hombre», incluye los conceptos de «pecado, caída, desobediencia, gracia, justicia, perdón», y contrapone «abundancia y sobreabundancia», pone junto a la «justicia» el «perdón». Al intentar llevar al lector «a entender algo», explicó el Papa, el apóstol usa un método que no es «estudiado» pero «es precisamente eso que le sale del corazón». Sobre todo Pablo «siente que es impotente» al explicar eso que quiere explicar». En realidad, dijo Francisco, detrás de todo este discurso «está la historia de la salvación, está la creación, está la historia del pecado, de la caída del hombre. Está la “re-creación”, es decir la redención que la Iglesia dice que es más maravillosa que la creación, es más poderosa». Y el lenguaje usado por Pablo se justifica con el hecho que, efectivamente, «no hay palabras suficientes para explicar a Cristo». Por eso él, dándose cuenta de esta imposibilidad, «nos empuja, nos lleva casi hasta el abismo y nos empuja; es más: nos arroja, para que caigamos en el misterio». En el «misterio de Cristo».
Por tanto, dijo el Pontífice, todas «estas palabras, estas contraposiciones, estas descripciones son solamente pasos en el camino para sumergirse en el misterio de Cristo». Un misterio que «es tan sobreabundante, tan fuerte, tan generoso, tan inexplicable que no se puede entender con argumentaciones». Las argumentaciones, añadió, «te llevan hasta ahí, pero tú debes sumergirte en el misterio para entender quién es Jesucristo para ti, quién es Jesucristo para mí, quién es Jesucristo para nosotros».
La síntesis, explicó el Papa, es la propuesta por Pablo en otro pasaje en el que, mirando a Jesús, afirma: «“Me amó y se entregó por mí”, y no encuentra otra explicación». Escribe el apóstol: «Difícilmente se encuentra entre nosotros uno que quiere dar la vida por una persona buena, una persona justa: es difícil. Pero los hay. Pero ¿uno que quiera dar la vida por un criminal, por un pecador como yo? Solo Jesucristo». Así, dijo Francisco, se entra en el misterio de Cristo. Incluso si, sea como sea, «no es fácil: es una gracia». Todo esto, explicó el Papa, lo han entendido bien los santos. Y «no solo los santos canonizados» sino «todos los santos escondidos en la vida cotidiana. Tanta gente humilde, sencilla que solamente pone su esperanza en el Señor. Han entrado en el misterio de Jesucristo». Ese misterio que san Pablo describe como una «locura» y de la cual afirma también: «si yo tuviera que presumir de algo no presumiría de lo que he estudiado en la sinagoga con Gamaliel, ni tampoco de lo que he hecho, de mi familia, de mi sangre noble: no, no presumiría de esto. Solamente puedo presumir de dos cosas: de mis pecados y de Jesucristo crucificado». Una vez más, una contraposición «nos lleva al misterio de Jesús», es decir: «Él, crucificado, en diálogo con mis pecados». Se trata en cualquier caso, continuó el Pontífice, de un camino difícil, porque «nosotros no estamos acostumbrados a entrar en el misterio. Cuando venimos a misa, sí, vamos a rezar, es verdad; sabemos que Jesús viene, también, sabemos que Él está en la palabra de Dios, que Él viene a la comunidad». Pero «esto no basta». De hecho «entrar en el misterio de Jesucristo es más: es dejarse llevar a ese abismo de misericordia donde no hay palabras: solamente el abrazo del amor. El amor que lo llevó a la muerte por nosotros».
Para hacer comprender mejor tal concepto, el Papa utilizó el ejemplo del sacramento de la reconciliación: «Cuando nosotros vamos a confesarnos porque hemos pecado», ¿qué hacemos? «Vamos, decimos los pecados al confesor y estamos tranquilos y contentos». Pero «si hacemos esto, no hemos entrado en el misterio de Jesucristo». Sin embargo «si yo voy, voy a encontrar a Jesucristo, a entrar en el misterio de Jesucristo, a entrar en ese abrazo de perdón del que habla Pablo; de esa gratuidad del perdón».
He aquí entonces una pregunta para cada cristiano: «¿Quién es Jesús para ti?”, “Es el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad”. Podemos decir todo el Credo, todo el catecismo, y eso es verdad». Pero, afirmó el Pontífice, todavía esto es un punto en el que no se consigue expresar «el centro del misterio de Jesucristo», que es «me amó y se entregó por mí». Y es precisamente este el «trabajo que nosotros los cristianos debemos hacer». Por tanto: «entender el misterio de Jesucristo no es algo que tiene que ver con el estudio; tiene que ver con la gracia. A Jesucristo se le entiende gratuitamente. Jesucristo es entendido solamente por pura gracia».
Una ayuda, dijo Francisco, puede llegar de la «piedad cristiana», en particular del ejercicio del Vía crucis: «Es caminar con Jesús en el momento en el que Él nos da el abrazo de perdón y de paz». Y es «bonito hacer el Vía crucis», quizá «hacerlo en casa, pensando en los momentos de la Pasión del Señor». Por otro lado, «también los grandes santos aconsejaban siempre comenzar la vida espiritual con este encuentro con el misterio de Jesús Crucificado». Y «santa Teresa aconsejaba a sus monjas: para llegar a la oración de contemplación, la alta oración que ella tenía, comenzar con la meditación de la Pasión del Señor». Frente a Cristo en la cruz, sugirió el Pontífice, es necesario «empezar y pensar. Y así, tratar de entender con el corazón que “amó y se dio a sí mismo por mí”». Que es después lo «que Pablo quiere explicar en este texto tan difícil, lleno de contradicciones: nos quiere llevar allí, al abismo propio del misterio de Jesucristo». Porque cada uno podría decir: «Yo soy un buen cristiano, voy a misa el domingo, hago obras de misericordia, recito las oraciones, educo bien a mis hijos», y «esto está muy bien». Pero es necesario ir más allá: «Tú has hecho todo esto: ¿pero has entrado en el misterio de Jesucristo?», eso es «¿que tú no puedes controlar?». De aquí el consejo del Papa de rezar a san Pablo —«un verdadero testigo, uno que ha encontrado a Jesucristo y se ha dejado encontrar por Él y ha entrado en el misterio de Jesucristo»— para que «nos dé la gracia de entrar en el misterio de Jesucristo que nos amó, se entregó a la muerte por nosotros, que nos ha hecho justos delante de Dios, que ha perdonado todos los pecados, también las raíces del pecado: entrar en el misterio del Señor». Y, concluyó, «cada vez que miramos a Cristo crucificado, pensemos que este es un icono del mayor misterio de la creación, de todo: Cristo crucificado, centro de la historia, centro de mi vida».
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