PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Misa por Teodoro II
Martes 25 de abril de 2017
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 17, viernes 28 de abril de 2017
A pocas horas del viaje a Egipto, el Papa Francisco ofreció «por mi hermano Teodoro II», patriarca copto de Alejandría, la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta, el martes por la mañana 25 abril. «Hoy es san Marcos evangelista, fundador de la Iglesia de Alejandría» dijo el Pontífice, pidiendo también «la gracia que el Señor bendiga nuestras dos Iglesias con la abundancia del Espíritu Santo».
Y precisamente las palabras de Marcos «al final del Evangelio» (16, 15-20), propuestas por la liturgia de hoy, fueron el hilo conductor de la meditación del Papa: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación». En este mandato, explicó Francisco, «está la misión que Jesús da a los discípulos: la misión de anunciar el Evangelio, de proclamar el Evangelio». Y «lo primero que pide Jesús es ir, no permanecer en Jerusalén: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”». Es una invitación a «salir, ir».
Por otro lado, hizo notar el Papa, «el Evangelio es proclamado siempre en camino: nunca sentados, siempre en camino, siempre». Salir, por tanto, parar ir «donde Jesús no es conocido y donde Jesús es perseguido o donde Jesús es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio». Y «como hemos escuchado en el cántico del aleluya, «nosotros anunciamos a Cristo crucificado, poder de Dios y sabiduría de Dios». Precisamente «este es el Cristo que Jesús nos manda a anunciar».
Así los cristianos son llamados para «salir a anunciar, y también en esta salida va la vida, se juega la vida del predicador: no está seguro, no hay seguro de vida para los predicadores». Tanto que «si un predicador busca un seguro de vida, no es un verdadero predicador del Evangelio: no sale, permanece, seguro».
«Primero: id, salid» insistió el Pontífice. Porque «el Evangelio, el anuncio de Jesucristo, se hace en salida, siempre; en camino, siempre». Y «tanto en camino físico como en camino espiritual o en camino del sufrimiento: pensemos en el anuncio del Evangelio que hacen tantos enfermos —¡tantos enfermos!— que ofrecen los dolores por la Iglesia, por los cristianos». Son personas que «siempre salen de sí mismas».
Pero «¿cómo es el estilo de este anuncio?» es la cuestión propuesta por Francisco. «San Pedro, que fue precisamente el maestro de Marcos, es muy claro en la descripción de este estilo: ¿cómo se anuncia el Evangelio?». He aquí su respuesta, propuesta de nuevo en la primera lectura (1 Pedro 5, 5-14): «revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones». Sí, explicó el Papa, «el Evangelio es anunciado en humildad, porque el Hijo de Dios se ha humillado, se ha aniquilado: el estilo de Dios es este, no hay otro». Y «el anuncio del Evangelio no es un carnaval, una fiesta que es algo bellísimo, pero esto no es el anuncio del Evangelio». Es necesaria «la humildad: el Evangelio no puede ser anunciado con el poder humano, no puede ser anunciado con el espíritu de trepar e ir arriba, ¡no! ¡Esto no es el Evangelio!».
«Humildad» sobre todo, como pide vivamente Pedro en la primera carta: «Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones». Y en seguida explica la razón de este estilo: «Porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes». Y «para anunciar el Evangelio es necesaria la gracia de Dios, y para recibir esta gracia es necesaria la humildad: el estilo del anuncio es esta propuesta». Y Pedro añade también estas palabras: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, confiadle todas vuestras preocupaciones».
La humildad es necesaria, afirmó el Pontífice, «precisamente porque nosotros llevamos adelante un anuncio de humillación, de gloria pero a través de la humillación». Y «el anuncio del Evangelio padece la tentación: la tentación del poder, la tentación de la soberbia, la tentación de la mundanidad, de tantas mundanidades que hay y nos llevan a predicar o a recitar». Sí, explicó, «porque no es predicación un Evangelio aguado, sin fuerza, un Evangelio sin Cristo crucificado y resucitado». Precisamente «por esto Pedro dice que hay que vigilar: “Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistid firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos”».
«El anuncio del Evangelio, si es verdad, padece la tentación» remarcó Francisco. «Si un cristiano que dice que anuncia el Evangelio, con la palabra o con el testimonio, nunca es tentado», puede estar «tranquilo» que el diablo no se preocupa «y cuando el diablo no se preocupa es porque no le damos problemas, porque estamos predicando algo que no sirve». He aquí por qué «en la verdadera predicación hay siempre algo de tentación y también de persecución». En resumen, indicó el Papa, «estilo de humildad, camino —porque se va fuera— camino de tentación, pero la esperanza» no debe disminuir. De hecho, escribe Pedro: «El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá». Y, añadió el Papa, «será precisamente el Señor el que nos lleve, dé la fuerza, porque esto es lo que Jesús ha prometido cuando envió a los apóstoles». Como indica Marcos en el pasaje evangélico de hoy: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban». Sí, afirmó Francisco, «será el Señor quien nos consuele, nos dé la fuerza para ir adelante, porque Él actúa con nosotros si somos fieles al anuncio del Evangelio, si salimos de nosotros mismos para predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura, y si nosotros hacemos esto con un estilo de humildad, de verdadera humildad».
«Que el Señor —deseó Papa— nos dé esta gracia, como bautizados, todos, de tomar el camino de la evangelización con humildad, con confianza en Él mismo, anunciado el verdadero Evangelio: “El Verbo se hizo carne”». Y «esto es una locura, es un escándalo». Evangelizar, por tanto, «en la conciencia de que el Señor está junto a nosotros, actúa con nosotros y confirma nuestro trabajo».
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