PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Como un grano de arena
Jueves 6 de abril de 2017
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 15, viernes 14 de abril de 2017
Cada cristiano debería dedicar un día a la «memoria» para releer la propia historia personal insiriéndola en la historia de un pueblo: «yo no estoy solo, soy un pueblo», un «pueblo soñado por Dios». Es la invitación hecha por el Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta el jueves 6 de abril.
Partiendo de la liturgia de la Palabra, que presenta la figura de Abraham, padre en la fe, el Pontífice hizo notar cómo durante el tiempo de Cuaresma el creyente es a menudo animado «a detenerse un poco y a pensar». No por casualidad los dos pasajes de la Escritura de la liturgia del día (Génesis 17, 3-9 y Juan 8, 51-59) dicen: «Párate. Párate un poco. Piensa en tu padre». Y en el centro de la atención está Abraham.
En la primera lectura, efectivamente, «se habla de ese diálogo de Dios con Abraham, cuando Dios hace la Alianza con él», y en el Evangelio Jesús y los fariseos le llaman «padre» porque él «es el que comenzó a generar este pueblo que hoy es la Iglesia, somos nosotros: hombre leal». Recogiendo entonces la invitación de las Escrituras, añadió el Pontífice, «nos hará bien pensar en nuestro padre Abraham».
¿Cuáles son entonces los aspectos fundamentales del episodio de Abraham de los cuales es importante hacer memoria? Ante todo, él «obedeció cuando fue llamado para ir, y para irse a otra tierra que habría recibido en herencia». Es decir, Abraham, «se fió. Obedeció. Y se fue sin saber dónde iba». Es decir, él fue «hombre de fe, hombre de esperanza». A los cien años y con la mujer estéril. Creyó «contra toda esperanza. Este es nuestro padre» subrayó Francisco, añadiendo: «Si alguien intentase hacer una descripción de la vida de Abraham, podría decir: “Este es un soñador”». Pero atención: Abraham «no era un loco», el suyo era el «sueño de la esperanza».
Una identidad confirmada enseguida: «Puesto a la prueba, después de haber tenido un hijo», cuando después el chico se hizo adolescente, «se le pidió que lo ofreciera en sacrificio: obedeció y siguió adelante contra toda esperanza». He aquí quién es «nuestro padre Abraham»: uno «que sigue adelante, adelante, adelante». En el Evangelio, Jesús dice: Abraham «se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró». Explicó el Pontífice: él tuvo la alegría «de ver la plenitud de la promesa de la Alianza, la alegría de ver que Dios no le había engañado, que Dios es siempre fiel a su Alianza». Y también los creyentes, hoy, están llamados a hacer lo que indica el Salmo responsorial (105, 5): «Recordad las maravillas que él ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca». Porque todos los cristianos son «estirpe de Abraham». Y como «cuando —dijo Francisco— nosotros pensamos en nuestro padre que ya no está: recordar a papá, las cosas buenas de papá». Así podemos también recordar lo «grande» que era «nuestro padre Abraham».
La grandeza del patriarca fue fundada basándose en un «pacto» con Dios. «Por parte de Abraham», evidenció el Pontífice, fue la «obediencia: obedeció siempre». Por parte de Dios una promesa: «Por mi parte, he aquí mi Alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, padre de una muchedumbre de pueblos». Y Abraham creyó. El Papa se detuvo en la belleza y la grandeza de la promesa de Dios que Abraham, el cual «tenía cien años sin hijos, con la mujer estéril», dijo: «Te haré muy, muy fecundo. Te haré convertirte en naciones y de ti saldrán reyes». Y luego, en otro diálogo: «“escucha, mira, mira al cielo: ¿eres capaz de contar las estrellas?” — “Oh no, imposible...” — “Así será tu descendencia. Mira la playa del mar: ¿eres capaz de contar cada uno de los granos de esa arena?” –“Pero ¡es imposible!”— “Así será tu descendencia”».
Entonces, pasando de la memoria a la vida cotidiana, Francisco subrayó: «Hoy, nosotros obedeciendo a la invitación de la Iglesia, nos detenemos y podemos decir, con verdad: “yo soy una de esas estrellas. Yo soy un grano de arena”».
Pero el vínculo con Abraham, continuó el Papa, no agota la identidad cristiana: «nosotros somos hijos de Abraham, pero antes de Abraham hay otro Padre. Y antes de nosotros hay otro Hijo. Y en nuestra historia, entre nuestro padre Abraham y nosotros, hay otra historia, la grande, la historia del Padre de los cielos y de Jesús». Este es el motivo, explicó el Pontífice, por el cual Jesús en el pasaje evangélico «respondió a los fariseos y a los doctores de la ley: “Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró”». Precisamente este es «el gran mensaje. Hoy la Iglesia nos invita a detenernos, a mirar nuestras raíces, a mirar a nuestro padre que nos ha hecho pueblo, cielo lleno de estrellas, playas llenas de granos de arena». Cada cristiano, entonces, es invitado a «mirar la historia» y a darse cuenta: «Yo no estoy solo, soy un pueblo. Vamos juntos. La Iglesia es un pueblo. Pero un pueblo soñado por Dios, un pueblo que ha dado un padre sobre la tierra que obedeció, y tenemos un hermano que dio su vida por nosotros, para hacernos pueblo». Partiendo de esta sabiduría, «podemos mirar al Padre, dar las gracias; mirar a Jesús, dar las gracias; y mirar a Abraham y a nosotros que somos parte del camino».
Al finalizar su meditación, el Papa sugirió un compromiso práctico: «hagamos de hoy un día de memoria» para comprender cómo «en esta gran historia, en el marco de Dios y Jesús, está la pequeña historia de cada uno de nosotros». Por eso, añadió, «os invito a dedicar, hoy, cinco minutos, diez minutos, sentados, sin radio, sin televisión; sentados, y pensar en la propia historia: las bendiciones y los problemas, todo. Las gracias y los pecados: todo». Cada uno, dijo, en esta memoria podrá encontrar «la fidelidad de ese Dios que ha permanecido fiel a su Alianza, ha permanecido fiel a la promesa que había hecho a Abraham, ha permanecido fiel a la salvación que había prometido en su Hijo Jesús». Esta fue la conclusión del Pontífice: «Estoy seguro de que en medio a las cosas quizás feas —porque todos las tenemos, muchas cosas feas, en la vida— si hoy hacemos esto, descubriremos la belleza del amor de Dios, la belleza de su misericordia, la belleza de la esperanza. Y estoy seguro de que todos nosotros estaremos llenos de alegría».
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana